Va a arrancar el partido del Atleti en el Wanda Metropolitano. El speaker da la alineación de ambos equipos y mi vecino de asiento, en este caso el de atrás, pita e insulta a Correa cuando lo anuncian en los videomarcadores. Ese día, el argentino es suplente y yo no conozco al aficionado que suelta improperios por la boca, pues es la mía una visita esporádica al estadio con unas entradas que afortunadamente me han prestado.
A la hora de juego, Simeone decide que el Ángel Correa entre al campo, con 0-0, para nuevas lindezas de quien se sienta detrás de mí. Correa, ya en el césped, agarra el primer balón con ganas, rompe líneas, deja a rivales en el sitio y saca un zambombazo que supone el 1-0 que acaba siendo definitivo. Es el partido del 7 de octubre contra el Betis y el señor de detrás se va enfadado antes de que acabe el partido, porque el Atleti ha ganado con un gol de ese al que él no traga. Dice que es del Atleti.
Y es que parece imposible, pero existen. Todo el mundo le tiene ojeriza a un jugador, no nos vamos a engañar, y siempre hay un favorito en cada plantilla. Pero con Ángel Correa hay una guerra tan evidente como inexplicable. El argentino, sonrisa pícara por defecto, debió robar muchos bocadillos en el instituto para tener detrás una legión tan avanzada de haters. Y es que al 10 del Atleti o lo amas o lo odias, no parece haber término medio.
Puede que el origen del problema resida precisamente en unas altas expectativas creadas a partir de opiniones de terceros y de no informarse uno qué tipo de jugador es Correa. Puede que, esas comparaciones innecesarias e irreales con Agüero por el simple hecho de la procedencia y la edad hayan generado un problema del que el futbolista no tiene culpa.
Yo no sé si Ángel Correa llegará a explotar de verdad algún día y ser capaz de jugar como proyectaba hace años, cuando en la AFA le tenían considerado como el jugador que sustituiría a Messi cuando éste ya no pudiera más, por delante de Dybala y Tomás Conechny. Su adaptación al fútbol europeo no ha ido en comunión a lo que todos le auguraban, pero sinceramente tampoco me importa. Correa, en base a unas necesidades explícitas de Simeone, ha sido capaz de desarrollar unos registros que nunca antes había manejado en pos del equipo antes que de lo individual. Se ha reciclado de mediapunta o segundo delantero a interior de trabajo.
Es el jugador más en forma de la plantilla, si acaso solo igualado por Lucas. ¿Que pierde muchos balones? Sí ¿Que se equivoca demasiado? También ¿Que es incapaz de dar pausa a las jugadas? Totalmente de acuerdo. Pero esa es su naturaleza, inalterable, y ahí reside parte de su magia. Puede perder siete balones seguidos y desesperar a los seguidores, pero ¡ay cada vez que la jugada que intenta le sale bien! El gol está asegurado.
Digo que yo ya no creo que Correa explote del todo por varios motivos. Porque si lo hiciera, se convertiría en uno de los mejores jugadores del mundo, de los que pelearían títulos individuales, y aunque deja destellos y gana partidos, aún está muy lejos de eso, de ser constantemente efectivo. Porque juega alejado de su sitio natural, en una posición que le obliga a ser más un jugador de equipo que en brillar por sí mismo. Y también porque tiene 23 años y lleva cuatro en Europa, suficientes para haber dado ese salto a algo más.
Desde la banda, el argentino le ha comido la partida a jugadores específicos como Carrasco y Gaitán, a Vitolo y a Gelson, y tiene una pelea reciente con Lemar por el puesto. Y es que, en la derecha, Correa realiza un trabajo defensivo que no se ve. Recupera balones, realiza faltas, ayuda al lateral y luego es capaz de centrar su posición para participar en la transición y en la creación.
Cuando tiene que jugar en punta, cosa que hemos visto realmente pocas veces, recupera su versión de San Lorenzo, la que le da la libertad de movimientos, la que tiene preocupada a la defensa rival porque es un jugador con una culebra en la cintura. Se descuelga incluso por delante de Griezmann y busca la espalda del rival. Ya se vio ante el Mónaco asociándose con francés, sentando rivales con su gambeteo natural y haciendo que los rivales retrocedan un poquito cuando recibe y gira. Porque siempre se gira.
El domingo jugó en uno de sus campos fetiche, Montilivi. Ese donde el año pasado salió al campo perdiendo 2-0 y con su equipo con 10 y agitó el partido de tal manera que, gol suyo incluido, el Atleti sacó un punto in extremis. Y hace dos días volvió a dar un recital en un escenario parecido. Porque el Atlético, incapaz de hacer un gol al Girona y cayendo 1-0, recurrió al argentino y Correa recogió el guante. En el primer balón que tocó puso un centro peligroso. En el segundo, hizo el primer tiro a puerta del equipo en todo el partido. Creó dos ocasiones peligrosas más de gol y lo intentó desde lejos cuando el portero estaba adelantado. Y cuando el Girona se trató de rehacer y recuperó momentáneamente la pelota, Correa robó un balón en campo propio, metió un pase desde 70 metros medido al pie de Diego Costa y el Atlético empató el duelo. Normal que Koke le besara al acabar el partido. A los cracks hay que cuidarlos. Y a los que son determinantes, más, por muchos bocadillos que nos hayan robado de pequeños.
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