Álex JIMÉNEZ – Hace poco menos de diez días el mundo del fútbol se paralizaba de golpe. Dylan Tombides, delantero del West Ham, fallecía con poco más de 20 años víctima de un cáncer testicular que le había vencido tras tres años de dura batalla. Una auténtica tragedia que volvía a recordar lo tremendamente corta que puede ser la vida y la ingente necesidad de disfrutarla a cada segundo.
Dylan James Tombides nació en Perth, núcleo costero al suroeste de Australia, y desde bien pequeño dejó clara su pasión por el fútbol. Como tantos otros niños, creció feliz, adentrándose poco a poco en su verdadero sueño: llegar al Olimpo del deporte rey.
Comenzó a formarse en las categorías inferiores de uno de los grandes equipos de su ciudad, el Stirling Lions FC, hasta que a principios de 2007, con solo doce años, su vida dio un giro inesperado. Su madre, Tracylee, recibía una oferta de trabajo desde Macao, antigua colonia portuguesa al sur de China, y la familia entera hacía las maletas rumbo al continente asiático.
Pero aquello no minó las esperanzas del pequeño Dylan que, pese a estar a más de 6.000 kilómetros de su casa, mantenía vivo el deseo de lograr hacerse un nombre en el fútbol. Por ello, logró buscarse las castañas para apuntarse a una escuela que la Federación Brasileña había abierto en el distrito de Yau Ma Tei, en Hong Kong, a 60 kilómetros de Macao. Era la oportunidad perfecta para Dylan, al que poco le importaban las malas comunicaciones entre uno y otro sitio. A Hong Kong tenía que ir en ferry. Tardaba una hora y media por trayecto, e iba a entrenar dos días en semana. Los partidos eran los sábados, a horas tan intempestivas que todavía los ferrys no operaban, lo que obligaba al pequeño Dylan a hacer noche los viernes en casa de algún compañero y volver a Macao después de jugar. Y eso si no había torneos, en cuyo caso se quedaba el fin de semana entero en territorio hongkonés.
Así estuvo durante más de un año y medio, hasta octubre de 2008, cuando su familia se marchó a vivir a Londres. Y poco tardó el West Ham en echarle el lazo. Con poco más de catorce años, Tombides se enrolaba a las categorías inferiores del conjunto hammer, y no se demoró en evidenciar que tenía madera de gran delantero. Alto, rápido, con un buen remate de cabeza y el gol siempre entre ceja y ceja. En Boleyn Ground estaban de enhorabuena. Habían encontrado un diamante en bruto.
Tombides crecía a marchas forzadas en la escuela hammer. No tardó en convertirse en uno de los hombres clave de las categorías inferiores, y el premio a su buen trabajo le llegó el 22 de mayo del 2011, cuando, con apenas 17 años, días antes de ser nombrado como el Mejor Jugador del Año de la Academia y siendo ya clave en el equipo de reservas del West Ham (en el que jugaba con jugadores mucho mayores que él), Kevin Keen, un hombre de la casa y que sustituía circunstancialmente al frente del banquillo londinense al recientemente cesado Avram Grant, le convocaba para jugar contra el Sunderland. Era su estreno en la Premier League, y aunque no llegó a debutar, Tombides se presentó ante el mundo del fútbol y dio un gran paso hacia su gran sueño.
Un gran sueño que continuaba sólo semanas después, cuando era convocado por la selección australiana sub-17 para disputar la Copa del Mundo de 2011. El campeonato que, sin saberlo, cambiaría su vida para siempre. Australia cayó eliminada en octavos de final ante Uzbekistán por 4-0, y tras ello el joven delantero fue seleccionado para realizar uno de los rutinarios controles antidopaje. En principio, todo parecía normal, pero las cosas se torcieron pocos días después.
Tombides, al que estaba pensado hacerle ficha ya con el primer equipo, estaba en Cancún, veraneando con su familia, y recibió una llamada tan repentina como dolorosa. El control había revelado la existencia de un tumor en uno de sus testículos, que se estaba extendiendo hacia el abdomen, por lo que era necesaria una intervención inmediata para extirpárselo. El pequeño Dylan colgó el teléfono, y horrorizado, le preguntó a su padre, Jim, que tomaba el sol a su lado: “Papá, ¿esto puede matarme?”.
En ese momento comenzó la carrera contrarreloj del joven delantero por evadir el cáncer. Tuvo que aparcar el balón para hacer frente a varias intervenciones, horas y horas de lacerante terapia en el Hospital San Bartolomé, y meses y meses de lucha, de mucha lucha.
El West Ham se volcó con él y el joven jugador se esforzaba día sí y día también por erradicar su enfermedad, hasta que en junio de 2012 su arduo empeño se justificaba. Dylan, que había perdido más de diez kilos consecuencia de la quimioterapia, parecía haber dejado atrás el cáncer y podía volver a entrenar, a sentirse futbolista. Y la mejor recompensa le llegó solo tres meses después, cuando pudo cumplir su sueño de enfundarse la zamarra hammer, sustituyendo a Gary O’Neil en el minuto 84 de partido de Tercera Ronda de la Capital One Cup (la antigua Carling Cup) ante el Wigan y saltando a Upton Park en medio de una atronadora ovación pese a que el equipo perdía por 1-4. Tras mucho tiempo peleando, lo había conseguido. Había debutado con el primer equipo del West Ham.
Pero tras ello, la enfermedad volvió a aflorar. El cáncer no quería dejar tranquilo al pequeño Dylan, que tuvo que volver al infierno, a seguir combatiendo. Su familia, su equipo y el fútbol se volcaron con él, y poco a poco volvió a salir poco a poco adelante.
Hasta tal punto que el pasado verano pudo regresar a las órdenes de Sam Allardyce para comenzar a preparar la nueva campaña y el asalto a la permanencia en la Premier. El técnico contaba con Tombides que, para recuperar la forma, comenzó la temporada en el equipo reserva, donde fue adquiriendo minutos y recuperando sensaciones. Volvió a una convocatoria con el primer equipo el 29 de octubre de 2013, en la victoria en Capital One ante el Burnley por 0-2. Pero solo tres días después, el 1 de noviembre, tras un partido ante el segundo equipo del Chelsea, volvía a sentirse mal y a apartarse de los campos de fútbol, a los que se vio con fuerzas para regresar en enero, tras una llamada de la Federación Australiana, que todavía le veía como uno de sus hombres clave en el futuro, para disputar la Copa de Asia Sub-22 en Omán, en la que, sin saberlo, defendió a su combinado por última vez.
El homenaje de la afición del West Ham a Tombides | Getty Images
Pero su estado no mejoraba. Más bien, todo lo contrario. Aquella fue su última toma de contacto con el balón, aquel trozo de cuero al que tanto había querido, y el joven jugador fallecía el 18 de abril, rodeado de sus seres queridos, en una desgracia que consternaba al fútbol y que en España recordó las sensaciones vividas con el triste episodio de Miki Roqué.
Los homenajes no se hicieron esperar y al día siguiente, en Upton Park, antes del partido contra el Crystal Palace, su padre y su hermano, Taylor, que también juega en la academia hammer, recibidos con una sentida ovación extendieron en el centro del campo una camiseta con su nombre, y su dorsal 38, que el club ha decidido retirar en recuerdo a su campeón. A todo un luchador, al penúltimo héroe del mundo del fútbol.
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