¿Qué se siente al ganar una medalla de oro en unos Juegos
Olímpicos? ¿Qué sensaciones afloran cuando uno es el mejor en una determinada
disciplina deportiva? ¿Qué pasa por la cabeza de un deportista de élite cuando
sube a lo más alto del podio? Quizás no haya una única respuesta correcta para
cada una de estas preguntas, pero lo que sí es denominador común en todas ellas
y lo que seguro se puede afirmar sin miedo a equivocarse es que la sensación
tiene que ser maravillosa.
Porque, ¿quién no ha soñado alguna vez con sentir el peso de una
medalla de oro colgando de su cuello mientras el himno de su país despierta
todos sus sentidos? A nuestra manera, todos hemos fantaseado con vivir algo
similar. Todos los amantes del deporte, incluso aquellos que no lo son tanto, han
soñado con tener esa sensación de júbilo, de felicidad plena, de poder tocar el
cielo con la punta de los dedos por lo menos una vez en sus vidas. ¿Qué
sensación se tiene entonces cuando se logra esta hazaña por partida doble en
unos mismos Juegos Olímpicos y en disciplinas completamente distintas?
Quizás hablar de maravilla para describir esa sensación sea
incluso insuficiente para abarcar todo lo que pasa por la mente de un doble
campeón olímpico. Y es que estos Juegos de Invierno celebrados en Pyeongchang
nos han dejado historias maravillosa. Historias de superación, historias que nos
han hecho vibrar, que nos han obligado a contener la respiración o incluso a
emocionarnos. Sin embargo, ninguna ha sido tan especial y tan diferente como la
protagonizada por la checa Ester Ledecka, la rider conocida ya por muchos como ‘la reina de las nieves’.
Una auténtica emperatriz de invierno de tan sólo 22 años que no
sólo se ha convertido en la sensación de Pyeongchang sino que ha marcado un
antes y un después en la historia de los Juegos Olímpicos. De padre músico,
madre patinadora profesional y abuelo, Jan Klapac, doble medallista olímpico de
hockey hielo, Ledecka desprende arte por todos y cada uno de sus poros. Dicen
que todo lo malo se pega, pero en esta ocasión parece ser todo lo contrario. Sus
raíces valen oro. Ahora, tras los Juegos, su destreza sobre la nieve también.
Tras sus increíbles actuaciones en el supergigante (esquí) y en el
gigante paralelo (snowboard), la de Praga ha entrado a formar parte del que
ahora, con ella, puede llamarse ‘El club de los tres’. Un selecto grupo de
deportistas olímpicos doblemente laureados en unos mismos Juegos tras
participar en dos disciplinas distintas. La checa se une así a los noruegos Thorleif
Haug (1924) y Johann Groettumbsraten (1928), quienes lograron medalla tanto en
esquí de fondo como en combinada nórdica.
Ya lo advertía su aerodinámico traje, el cual simulaba la figura
de un robot: esta chica es una verdadera máquina. Una máquina que surca los
mantos nevados tanto con su tabla de snowboard (su principal disciplina) como
con unos esquís prestados (así ganó el oro). Una máquina irrepetible. Una
deportista, en definitiva, cuyo nombre quedará inscrito en la historia de estos
dos deportes. Sí, porque su nombre aparecerá en dos disciplinas distintas. Porque
su vida quedará marcada por dos triunfos. Dos sueños. Dos oros… pero un único
destino: hacer historia en unos Juegos Olímpicos.
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