
En 2016, a dos semanas de cumplir los 29 años, Alejandro Martinuccio estaba triste, melancólico, martirizado. Una tediosa lesión de rodilla le llevaba privando durante mucho tiempo de poder saltar al campo, pero ahora, aquel chico que una vez prometió muchísimo y se quedó en bastante menos se sentía frustrado porque el escenario parecía perfecto para volver a brillar. La final de la Copa Sudamericana, el segundo torneo más importante de Sudamérica tras la Libertadores, enfrentaba a su equipo frente al Atlético Nacional. Mientras todos viajaban a Colombia para jugar la ida, él se debía quedar recuperándose. Llevaba tres meses lesionado y su técnico le había pedido que forzara. Que jugara un ratito en esos dos partidos. Pero Martinuccio le había rogado una semana más. No iba a jugar la ida, pero iba a intentar estar en las mejores condiciones en la vuelta de un torneo en el que aún no había debutado y del que no se sentía del todo partícipe pese a estar a 180 minutos de ser campeón. Lo que no sabía es que estar en la enfermería le iba a salvar la vida de manera literal. Porque aquella final nunca se jugó y los compañeros de Alejandro Martinuccio nunca regresaron con vida del viaje a Colombia en el que falleció casi toda la plantilla del Chapecoense.
Alejandro Martinuccio rozó en su vida la gloria y el infierno en numerosas ocasiones. Nació en Floresta y pasó sus tardes de la infancia jugando al baby fútbol en uno de los campeonatos con más nivel de todo el país. En ellos, solía tener batallas encarnizadas con otro chico del Club Palermo, el equipo rival, de los que el pequeño Alejandro solía salir victorioso. Aquel contrincante se llamaba Gonzalo Higuain y no sería la primera vez que se verían las caras.
Porque Alejandro Martinuccio era una leyenda de las calles. Jugaba al fútbol de maravilla y todos querían ir a verle jugar. Los más grandes, además, anhelaban su fichaje. El Negro, como le apodaban, pasó por las filas de Argentinos Juniors y de ahí se fue a Boca Juniors (¿nos suena?) para terminar recalando en River Plate. Por unas cosas o por otras, ninguna relación cuajó. Unos consideraron al chico habilidoso, pero pequeño. Otros, directamente, creían que era muy bueno para el potrero, pero quizás no para el fútbol reglado. Y, en otros momentos, fue el propio futbolista el que sintió la morriña suficiente como para abandonar. Así, terminó a los 14 recalando en Nueva Chicago, equipo que definitivamente le marcaría y donde se terminaría formando como futbolista.
Para cuando cumplió la mayoría de edad, le llegó la oportunidad de debutar. No era un momento cualquiera. Su club estaba sancionado por la AFA con la pérdida de 18 puntos por un acto vandálico de sus hinchas en un partido contra Tigre, donde ambas aficiones invadieron el césped para una batalla que terminó fuera del estadio y que se saldó con una víctima mortal. En esas, Martinuccio dio sus primeros coletazos en un equipo que terminó perdiendo la categoría solo por un punto y que finalizó bajando a la tercera división del fútbol argentino después de encadenar dos descensos en dos torneos.
En el primer equipo de Nueva Chicago, Martinuccio brilló en los dos años que estuvo, anotando una docena de goles. “Rápido y habilidoso” eran las dos consignas que resaltaron los informes de Peñarol para adquirir su pase después de que el chico fuera vendido a un grupo inversor por algo más de 200.000 euros. En esas, el equipo charrúa contaba con un delantero tanque como Diego Alonso, ya en sus últimos coletazos de fútbol profesional, y necesitaba un mediapunta rápido y escurridizo para mezclar con su tanque. El Negro era ideal.
Aquel Peñarol no defraudó en absoluto. Martinuccio se coronó campeón de Liga el primer año y a ello se sumó que acabara disputando la final de la Copa Libertadores. El argentino era el futbolista diferencial de una plantilla que contaba con veteranos como el mencionado Alonso, Estoyanoff, Darío Rodríguez o Toni Pacheco, pero el mayor problema lo tuvieron al otro lado del verde: el Santos de Neymar, que también contaba con Elano, Alex Sandro o Ganso, se impuso por la mínima, destrozando los sueños del conjunto charrúa.
A Martinuccio entonces le llovieron las ofertas. De España, de Italia y de Brasil. Después de coquetear con la Roma, con la Fiorentina y con el Catania (aquel equipo plagado de argentinos que dirigía Simeone), Fluminense se hizo con sus servicios, pero con polémica. Resulta que un agente, que decía ser el del jugador, había firmado un precontrato con Palmeiras y ahora estos últimos le reclamaban, mediante denuncia a la FIFA, una indemnización de cerca de 25 millones de euros. El caso finalmente quedó en nada y el atacante comenzó una aventura fugaz en Brasil que estaba siendo notable (4 goles y 3 asistencias en apenas 600 minutos).
Y es que, después de unos meses, Europa volvió a llamar a su puerta. El Villarreal andaba en uno de sus peores momentos de su época moderna (acabaría descendiendo, de hecho) y, tras la lesión de su estrella Rossi, acudió al mercado invernal para lograr la cesión del charrúa, a quien se consideraba un jugador de unas condiciones parecidas. En cambio, el baile de entrenadores en el equipo amarillo y el estilo que adoptó a las órdenes de Molina y Lotina una plantilla que se ahogaba hicieron que Martinuccio, que empezó como indiscutible y dejando muy buenas sensaciones, no jugara nada en los últimos cinco partidos de la temporada.
La durísima situación tras el descenso provocó que en Villarreal ni pensaran en su contratación y Martinuccio retornó a Fluminense para ver que realmente no tenía sitio después de haberse ido. Así, acabó en Cruzeiro. Allí estuvo casi tres años y en su primero ganó la Liga, pero también sufrió una grave lesión que pondría la primera piedra a su camino hacia la élite. “Tuve una lesión en la tibia y en el club me trataron mal. Fue mi lesión más grave, la única de mi carrera, aunque luego también tuviera las habituales musculares”.
Aquello le supuso estar más de un año y medio sin poder vestirse de corto, quedó sin contrato durante un tiempo e incluso fue rechazado por Ponte Preta, cuyo equipo médico aseguró que no pasó el reconocimiento médico. Así, a mediados de 2016 recalaría en el Chapecoense. Apenas llevaba unos meses en el club cuando sufrió una lesión de rodilla. Y aquel problema que le martirizó, le acabaría salvando la vida.
Porque Alejandro Martinuccio no se subió al avión que llevaba al club brasileño a Medellín con todos sus compañeros el 28 de noviembre de 2016. El vuelo 2933 de LaMia llevaba 77 pasajeros y solo seis de ellos sobrevivieron al accidente de la nave, que se quedó sin combustible y se acabó estrellando contra el entonces Cerro Gordo, hoy rebautizado como Cerro Chapecoense. La final nunca se jugó y Atlético Nacional rogó a Conmebol que se declarara campeón al club brasileño. Así se hizo.
Alejandro Martinuccio fue nombrado, de manera interna, uno de los jugadores capitales para iniciar el resurgimiento del club, que ahora debía reconstruirse, sobreponiéndose a un dolor que nunca iba a sanar, con jugadores canteranos y otros retales que pudieran prestar otros clubes del país.
Pero nunca fue así. La realidad es que el charrúa terminó saliendo por la puerta de atrás, en una batalla dialéctica con la directiva, que le acusaba de estar lesionado o de ser poco profesional cuando él admitía todo lo contrario. Sus mensajes en redes reivindicándose le terminaron poniendo en la calle y, tras unos meses, Martinuccio volvió a Nueva Chicago, aunque su segunda etapa nunca fue buena.
Martinuccio estaba roto por fuera y por dentro. “Molesta que se refieran a mí solo como el superviviente de aquella tragedia”, llegó a afirmar un futbolista que durante años solo fue buscado por esta historia y no por su trayectoria y en ocasiones se sintió utilizado por los medios que buscaban clics a base de sensacionalismo y dolor.
Y con 30 años bajó al barro. En un giro inesperado de los acontecimientos, Martinuccio firmó por el Móstoles para militar dos años en la tercera categoría del fútbol español. De jugar una final de Libertadores, estar en las agendas de equipos de pedigrí en Europa y recalar en el propio Villarreal a disputar fútbol semiprofesional en menos de una década. De competir por el trono de torneos infantiles con Higuain a pelear en campos de césped artificial ante una centena de espectadores. Las vueltas de la vida.
Pero Martinuccio entendió que sus días al máximo nivel estaban llegando a su fin. Después de pasar por Boston River, acabó en Colegiales y Comunicaciones, equipos de categorías menores del fútbol argentino, hasta que en enero del año pasado decidió colgar las botas. Desde hace unos meses, Martinuccio ha cambiado las botas por la carpeta y es técnico asistente de Martin Piñeyro, un joven entrenador con el que coincidió en su segunda etapa en Nueva Chicago. Ambos, ahora, buscan su camino en Maldonado, equipo de la segunda categoría del fútbol uruguayo
A Martinuccio la vida le ha puesto mil obstáculos y él se ha sabido levantar mil y una veces. Si hay algo evidente, es que el fútbol le ha dado la vida y le ha servido como vía de escape para lidiar con esas trampas. No cabe duda, que Martinuccio tenía un talento innato para el balón. Lo veía cualquiera que pudiera comprobar cómo corría con el balón pegado al pie. Es imposible no preguntarse qué hubiera pasado si no le hubieran echado de River Plate, si en aquella final el Santos no hubiera ganado el partido, si el Villarreal no hubiera descendido o si él no hubiera tenido esa grave lesión que condicionó el resto de su carrera. Lo que sí está claro, es que Martinuccio, quiso el destino, no tomó aquel vuelo y por suerte hoy puede seguir escribiendo páginas en su libro de historias. Una lesión le fastidió la carrera, y otra le salvó la vida.
Periodista | Profesor | Deporte en general y fútbol en particular | Escribí 'Atleti, historia de un despertar' | A veces hago hilos

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