Este 8 de noviembre se cumple una triste efeméride en la figura de Matías Raúl Lucuix, el mayor talento que ha exportado el fútbol sala argentino. Un jugador llamado a marcar una época y que tuvo la desgracia de una lesión que le llevó a una temprana retirada, días antes de cumplir los treinta años. Ésta es la historia de Mati, un jugador que supo sobreponerse a lo peor que le puede pasar a un deportista profesional.
Nos remontamos a noviembre de 2012: la Albiceleste, dirigida entonces por Fernando Larrañaga, no era como la actual de Diego Giustozzi, que conquistó el Mundial por primera vez en 2016 y que acumula ocho finales en ocho torneos disputados. No. Aquella selección contaba un cuarto puesto como mayor éxito en un campeonato del mundo, pero por primera vez llegaba con opciones de alcanzar el podio: “Si vamos con el plantel completo, nadie deberá sorprenderse de que acabemos entre los cuatro primeros”, advertía el seleccionador.
Para ello contaba con jugadores como Lenadro Planas o Maxi Rescia, pero especialmente con un bonaerense de 26 años que era estrella nada menos que en la mejor liga del mundo: la LNFS. Allí jugaba Mati, un espigado ala que hacía virguerías con el ‘3’ a la espalda: regate, visión de juego, gol y un fino pase con el exterior del pie como seña de identidad. El argentino era pieza fundamental en Inter Movistar, club que lo había fichado en 2011, tras cuatro temporadas en Caja Segovia.
Con Mati todo era posible. En fase de grupos ganó 5-1 a México y perdió 2-3 con Italia, que acabaría cayendo en semifinales contra España. Se jugaban el pase contra la débil Australia, a la que vencerían por 7-1. Un encuentro de trámite que se convertiría en fatal para Mati. Un ‘gambeteo’ en banda provocaba la entrada de un jugador aussie que le produciría una escalofriante lesión, de esas que te hacen apartar la mirada al verla. De esas que no necesitas un parte médico para saber que es muy grave. El Mundial se acabó para Mati. Su selección cayó en cuartos de final ante Brasil, quien sería a la postre campeona por quinta vez.
Pero eso era lo menos importante para él.
Mati había vuelto a España, donde se le diagnosticó una rotura de tibia y peroné que le tendría apartado de las canchas, en principio, diez meses. El afamado doctor Pedro Guillén, quien le operó en la Clínica CEMTRO, declaró tras la operación que la lesión no era habitual en deportes colectivos, sino más propia de los deportes de contacto. Ya entonces advertía del peligro: “Es una lesión muy rara, de las más complicadas que he visto. Es una fractura importante”. Un total de tres fracturas (desplazamiento del tercio distal del peroné, oblicua con tercer fragmento de tercio medio y distal de la tibia, y del maléolo tibial interno) que conllevó la colocación de dos placas y veinte tornillos.
Pero la recuperación no saldría según lo previsto. De hecho, todo lo que podía salir mal, salió mal. Sufrió dos recaídas de las que tuvo que ser intervenido quirúrgicamente. Había pasado un año y medio de la lesión, casi el doble del tiempo previsto, y Mati veía cómo debía comenzar el proceso de nuevo. Él mismo mencionaba en su cuenta de twitter que lamentablemente, las cosas no evolucionaban favorablemente y que los tiempos de recuperación no serían los previstos.
Casi a la par, sus compañeros ganaban el título de Liga. Luis Amado, como capitán, recogía el título con la camiseta de Mati puesta. Él, mientras, comenzaba a asumir que quizá no podría regresar al futsal profesional. Ortiz, quien recogería tras la retirada de Amado el testigo de la capitanía, admitía por entonces lo difícil que sería volver para el argentino: “Tras dos años sin poder siquiera andar, es muy complicado volver a la élite”, reconocía en una entrevista con Elite Sport. El jugador incluso tuvo problemas mentales, siendo incapaz de acudir al pabellón a visitar siquiera a sus compañeros.
Pero cuando peor lo tenía, no se hundió. Aprovechó el tiempo para sacarse el título de entrenador. Dejaba claro que volvería al 40×20, de un modo u otro. Finalmente, tras un calvario de tres años en los que sufrió una lesión, varias recaídas, duras recuperaciones y todo lejos de su familia, anunciaba lo inevitable: «A tres años de mi lesión, comparto con ustedes mi decisión de dejar de jugar profesionalmente y dedicarme a nuevos proyectos deportivos».
Así, de esa forma tan sencilla, como es él, ponía punto y final a una prometedora carrera que se había truncado por una maldita lesión. Lo más importante entonces era volver a Argentina: “En estos tres años he ido sólo dos veces y las dos con muletas, algo que lo complicaba todo mucho. Ahora tengo muchas ganas de estar con la familia y de empezar una nueva etapa”.
Poniendo distancia como remedio, se recuperó de la lesión, aclaró sus ideas y decidió que seguiría ligado al fútbol sala. Una llamada de Diego Giustozzi, otro bonaerense hincha de River como él, fue suficiente para convencerle. Se sentó como ayudante del seleccionador en el Mundial de Colombia de 2016 y disfrutó de un título histórico desde la pista, solo que al otro extremo de la línea de banda. Cinco años después de aquella lesión, Mati vuelve a sonreír.
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