Hace unos días pudimos conocer que Cesc Fàbregas ha quedado relegado al filial del Chelsea al no contar para el técnico del club londinense, Antonio Conte. La pregunta que a todo amante del fútbol se le pasó por la cabeza fue: ¿realmente es el fin de Cesc?
Y es que Fàbregas, en el fútbol nunca te han entendido. Nunca han comprendido tu timidez, tu saber estar, tu pasión por el balón y tu madurez en plena adolescencia para asomar la cabeza en uno de los grandes de Inglaterra. En pleno auge de tu carrera y con media Europa detrás tuya, fuiste uno de los protagonistas del inicio de una era, de un estilo.
Todo el mundo se fijaba en Villa, en Iker, en Sergio Ramos… y con razón. Pero ahí siempre estabas tú, silencioso, sin alzar la voz. Como aquel 22 de junio de en el Ernst Happel de Viena. Ese balón que empujaste a la red y que nos hizo creer que realmente, después de mucho tiempo, que España dejaba de ser el patito feo. El segundo cetro europeo puso tu nombre en las portadas de la prensa deportiva de todo el país. Pero la historia no acabó ahí.
Llegó Sudáfrica, con nuevo entrenador y nuevo reto. Y ahí estabas tú, como no podía ser de otra manera. Haciéndote un hueco, a tu manera, esquivando las críticas. Y, sobre todo, produciendo. Pediste un sitio en la instantánea más importante del fútbol de nuestra nación, asistiendo al bueno de Andrés, que subió a La Roja al Olimpo. Otra vez tú, Cesc.
Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. El refrán se cumplió a la perfección un año después. Volviste a casa, al sitio que te vio crecer. El todopoderoso Barcelona de Pep quiso contar contigo, pero no todo iba a ser color de rosa. «El heredero de Xavi», decían. Pero el señor Hernández no necesitaba sustituto cuando su carrera alcanzaba el nirvana. Luchaste contra viento y marea. De organizador, de interior, de falso nueve… Tu sitio no aparecía, pero tú respondías con goles, con esas llegadas desde segunda línea, con ese maravilloso último pase… Sin embargo, no fue suficiente en tres años.
Mientras, una nueva cita con España. La Eurocopa de 2012 quizá fue la más complicada para ti. En pleno debate sobre el nueve puro o el falso ariete estabas tú. Igualaste la contienda en el primer encuentro, marcaste en el segundo ante Irlanda y, cómo no, de nuevo te citaste con el punto de penalti. Ante Portugal, cuatro años después, como si el tiempo no hubiese pasado, marcaste el definitivo que nos llevó a la final más sencilla que se recuerda.
Abandonaste el sueño de tu vida para volver a la ciudad que te lo dio todo. Londres, ahora con un color más azul, te acogió con los brazos abiertos. Allí, de nuevo, volviste por tus fueros. En tu sitio y recuperando el nivel que nunca llegaste a degustar en el verde del Camp Nou.
Ahora, dos años después de aquello, te ves relegado a la oscuridad. 29 años no son nada y tal vez, el mejor regalo de Navidad sea un equipo nuevo, un nuevo sitio en el que puedas volver sonreír. Quizá nadie llegué a valorar lo importante que has sido en la historia del fútbol español, quizá nadie descubra jamás a un fantástico organizador, llegador o falso nueve. Porque Cesc, el fútbol nunca te ha entendido. Discúlpalo. Discúlpanos.