13 de diciembre de 2006. En el Ciutat de Valencia, el Atlético de Madrid visita al Levante en el partido de vuelta de dieciseisavos de final de Copa del Rey. En la ida, el equipo granota se había impuesto por la mínima y los rojiblancos iban con la necesidad de remontar. El mismo día, de manera paralela, en el Estadio José Amalfitani, cancha de Vélez, Estudiantes de La Plata y Boca Juniors se disputan un partido a cara de perro por el título del campeonato Apertura. Tras una remontada increíble de un Estudiantes entrenado por Simeone, el torneo regular ha terminado con ambos equipos igualados a puntos y AFA decide que se juegue un partido de desempate ese día. Las cuatro horas que hay de diferencia entre Levante y Buenos Aires suponen que los partidos empiecen prácticamente a la vez, solo con 10 minutos de diferencia. Hacía 23 años que Estudiantes no ganaba un campeonato y lo iba a hacer ante un Boca Juniors que, con jugadores del calado de Palacio, Gago o Palermo, venía de la mejor época de su historia. En Levante, Luciano Galletti, jugador del Atlético de Madrid y seguidor de Estudiantes de La Plata, no para de acercarse a la banda, pero no para recibir instrucciones de su entrenador Javier Aguirre. “Aquel día jugué más pegado que nunca a la banda porque tenía un amigo en la grada que me iba contando cómo iba el partido de Estudiantes”.
Luciano Galletti fue hincha de Estudiantes y perteneció al club prácticamente antes de tener uso de razón. Su padre, Rubén Horacio Galletti, fue un consumado ariete del campeonato argentino. Jugó en Boca, en River, y en el amado Estudiantes. Convirtió más de 100 goles como profesional entre estos tres clubes, y también disfrutó de un puñado de partidos con la albiceleste. A Rubén Horacio le apodaron Hueso, aunque no se sabe muy bien por qué. Unos decían que era por la rigidez de su juego, porque era un jugador con poca técnica que solo se desenvolvía con goles en el área. Otros, por la dureza de su físico, porque era imposible tirarle, moverle o quebrarle cuando algún rival iba al choque. Sea como sea, el apodo pasó de padres hijos.
Cuando Luciano, el Huesito, tenía tres años, le costaba mucho separarse de su padre, que era su ídolo, su héroe, así que puede decir con orgullo que nada más aprender a correr y balbucear, ya entraba en las concentraciones del primer equipo de Estudiantes. “Mi papá le pedía permiso a Bilardo (el entrenador) para que me llevaran con el equipo a los viajes, así que a mí me ponían un colchón en la misma habitación a la que él iba y dormíamos juntos”. Luciano mamó el espíritu pincharrata desde bien pequeño y creció con la misma adoración. No solo heredó de su padre la pasión por el equipo rojo de La Plata y el apodo, sino que también su olfato goleador. En 1999, diarios como El Gráfico y Olé consideraban a Luciano Galletti, que entonces tenía solo 18 años, como el mayor talento en categoría juvenil del mundo.
En el Sudamericano Sub20 de aquel año, Galletti se encargó de hacer realidad esos presagios. Metió nueve goles en ocho partidos y se alzó con el Máximo Goleador y el Mejor jugador de un torneo donde compitieron jugadores de la talla de Ronaldinho, Aimar, Arango, Roque Santa Cruz, Diego Forlán o Cabañas. Poco importaba que Galletti, con 18 años, fuera de los más jóvenes del torneo, que bien se lo puso por montera jugando ahí donde siempre más le gustó, en la mediapunta, en el enganche, moviéndose con soltura y libertad.
Todo se truncó de la manera más inimaginable posible. Preparando el Mundial de la categoría, en un torneo en México, contrajo un virus que le afectó al riñón. Les habían informado que no debían beber agua de las cañerías locales porque estaban contaminadas, pero Galletti no cayó en la cuenta de que el hielo no era más que agua de esas mismas tuberías que se había congelado. “Todo sucedió por un pequeño hielito que eché en mi botella”, asegura. Galletti cayó enfermo a la vuelta de aquel torneo, nadie sabía qué tenía. Le hicieron unos análisis donde se reveló que la culpa había sido del agua contaminada y así ató cabos. Aquello afectó mucho su forma física y su rendimiento. No llegó a tope al Mundial de la categoría, y Argentina se fue eliminada pronto por México en el primer partido tras la fase de grupos. A finales de 1999, con 19 años, el Parma se hizo con sus servicios. No se trataba de un equipo cualquiera, sino de uno que venía de ganar cinco meses antes la Copa de Italia y la Uefa, además de la Supercopa del país, y que tenía en su plantilla a jugadores como Buffon, Crespo, Ortega, Baggio, Amoroso, Cannavaro o Thuram. Con semejante competencia, Parma lo cedió al Nápoles, que entonces peleaba por el ascenso en Serie B. Galletti fue siempre jugador de refresco, le costó ganarse la titularidad y ayudó en la tierra de Maradona a que los napolitanos volvieran a la máxima categoría, pero no se terminó de adaptar al fútbol europeo y volvió como cedido a Estudiantes.
El buen nivel que mostró en su vuelta a casa le permitió debutar con la absoluta de Argentina antes de cumplir los 20 años y volver a colocarse como un jugador con un futuro brillante, aunque ese pequeño problema en el riñón y ese primer salto fallido a Europa habían frenado un poco sus posibilidades. Así, Galletti terminó recalando en Zaragoza, donde vivió quizás los años de mayor regularidad y talento de su carrera, pero se encontró con un cambio de posición que condicionó su trayectoria. Más jugador de banda que mediapunta, donde había jugado hasta entonces, Galletti formó parte de un equipo que conquistó la Copa del Rey ante el Real Madrid, precisamente con un gol suyo, y más tarde la Supercopa de España. Su nivel bien le valió para volver a ser convocado por el seleccionador Pékerman. Tenía gran cartel en España, por lo que el Atlético, en eterna reconstrucción y con ansias de retornar a Europa, le fichó en 2005 para triunfar a las órdenes de su compatriota Bianchi. Galletti nunca se encontró cómodo jugando como extremo totalmente alejado del área y, además, no fue titular pues para la banda derecha ya estaba Maxi y para la izquierda Petrov.
Fue un mazazo para el jugador, que vio su trayectoria frenada. Antes de llegar al Atlético, Galletti era un asiduo a la selección argentina. Si bien no como titular indiscutible, sí contaba para el seleccionador Pékerman, que le había dirigido desde los 16 años y sabía de su valía. Un gol suyo le había dado a Argentina la victoria ante Bolivia en La Paz, donde la albiceleste no ganaba desde hacía 31 años y parecía que su sitio en la convocatoria del Mundial de Alemania en 2006 estaba asegurado después de acudir a la Copa Confederaciones y formar parte del equipo que jugó los primeros partidos clasificatorios, pero no fue así porque Galletti no volvió a ser citado tras ponerse la camiseta rojiblanca y dejar de jugar con regularidad a nivel de clubes.
A decir verdad, su segundo año de rojiblanco tuvo más recorrido. Las lesiones de larga duración de Maxi y Petrov le hicieron prácticamente indiscutible, pero su rendimiento nunca fue el idóneo. Anclado a la banda prácticamente siempre (curioso cuando en Argentina solía jugar en paralelo con Tévez o con Lucho Figueroa y Crespo), prácticamente nunca se probó al argentino haciendo dupla con Torres. Galletti no era un jugador que supiera ganar línea de fondo y centrar, ni sacar ventajas en el costado, ni combinar con su lateral, pues lo suyo siempre había sido anticiparse a los centrales, girar y moverse en espacios reducidos.
Salió del Atlético por la puerta de atrás, como uno de esos jugadores que lo hacen bien en España pero que no soportan la presión de un equipo superior. Algo que entonces era común en las filas rojiblancas. Su destino fue el Olympiacos, y allí se volvió a ver al mejor Galletti. Pero también vivió sus peores días a título personal. Jugando donde le gustaba, donde rendía, cerca del área, centrado y llevando el peso del ataque, ganó el doblete de Liga y Copa en sus dos primeros años. Tenía 30 y soñaba con regresar a la selección. Su trofeo de Máximo Goleador de la Liga de Grecia de 2008 bien lo valía. Y entonces, la luz se apagó. Le detectaron una insuficiencia renal.
“Cuando tuve aquel problema en el riñón, me dijeron que a lo largo de mi vida se me iba a reproducir y me iba a afectar. Pero no sabían cuándo sucedería”. Galletti agradece que fuera casi 10 años después, porque pudo disfrutar de una buena carrera como futbolista. En septiembre de 2010 Galletti se vio forzado a colgar las botas y a buscar un donante de riñón casi a contrarreloj. “Los médicos me obligaron a retirarme porque tenía afectados los dos riñones. Me dijeron que si no encontraba un donante iba a morir”. Dos años después, Galletti respiró aliviado y comenzó a pelear por su sueño. Él siempre había querido volver a jugar en Estudiantes de La Plata, ahora peleaba por volver simplemente a ser futbolista. Su padre, Rubén Horacio, el Hueso, ese de quien no se separaba cuando era un niño, ese que siempre fue su ídolo y su héroe, ejerció aquel poder y fue quien le donó el riñón a su hijo. Hueso y Huesito unidos para siempre, más allá incluso de la sangre.
Galletti estuvo durante meses entrenándose en las instalaciones de Estudiantes de La Plata, pero el entrenador nunca le tuvo en cuenta, nunca se quiso arriesgar. Tras recibir el alta médica, se encontró con un portazo del equipo de sus amores. Y ante esa negativa, decidió volver a Grecia. Se cerraba en banda a verse retirado por una enfermedad, y con 33 años fichó por el OFI Creta. Apenas jugó un puñado de partidos, pero al menos le sirvió para demostrar que no le había ganado la partida una enfermedad. Una vez retirado, Galletti jugó en equipos amateur con sus amigos, y nunca se ha desligado del fútbol. Es agente de futbolistas y es el hombre visible en Sudamérica del Olympiacos, donde trabaja como scouter.
Luciano Galletti siempre mereció más a nivel de selección. Jugó un Mundial Sub17 y otro Sub20 con trágico final. Con los más pequeños, en 1997, la albiceleste fue eliminada en cuartos de final ante la eterna rival, la Brasil de Ronaldinho. Con la Sub20, donde él era el líder, el problema del riñón no le dejó brillar cuando venía en un momento de forma sensacional y Argentina cayó en octavos de final goleada ante México (4-1) con Galletti expulsado en el último minuto. Ya con los mayores, 2002 se le antojó imposible. La competencia quiso que en Corea y Japón hubiera una nómina de estrellas que luego fracasaron mientras él se empezaba a hacer un hueco en Europa. 2006, su oportunidad real, se desvaneció después de que el fichaje por el Atleti y su condición de suplente le sacara de una convocatoria y de un Mundial para el que estaba llamado a ir.
Imagen de cabecera: Getty Images
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