De soldado nazi a leyenda del Manchester City, esta es la historia de Bert Trautmann, el portero que unió a dos pueblos.
El portero es un jugador especial. De pequeños no están gordos ni son malos, pero deciden ponerse siempre entre dos mochilas. Excéntricos, solitarios y algo locos, son algunas de las características que los definen. Zamora, Yashin, Buffon o Neuer son algunas de las grandes leyendas que se han situado debajo de los tres palos, pero hoy no vamos a hablar de jugadores que ganaron Balones de Oro, Mundiales o Copas de Europa, vamos a hablar de algo mucho más importante: de un hombre que se ganó el cariño y el respeto de una afición.
Bert Trautmann nació en Bremen en 1923, en una Alemania devastada por la Primera Guerra Mundial donde el paro y la pobreza eran el pan de cada día. El pequeño Bert recorría las calles de Bremen en busca de comida, ya que su familia estaba sumida en la pobreza, lo que provocó que él y sus amigos acabaran siendo seducidos por una figura emergente en Alemania, un figura que prometía un vida mejor; todos ellos acabaron en las juventudes hitlerianas.
En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial. Trautmann había intentado ser interprete de morse, pero al suspender el examen acabó como paracaidista. Luchó en el frente y su buen hacer consiguió que ascendiera a sargento. A punto de terminar la guerra fue apresado y esta vez no intentó huir: se había acabado, ya no tenía que volver a luchar. Lo llevaron a un campo de prisioneros entre Manchester y Liverpool, y allí empezó a tener sus primeros contactos con el fútbol, en partidillos organizados entre prisioneros y equipos amateurs de la zona.
Traumann decidió quedarse en Inglaterra y en 1948 fue fichado por un pequeño equipo de regional, el St. Helens Town, antes de llegar al equipo que le da todo sentido a esta historia: el Manchester City. El conjunto inglés contaba con muchos aficionados judíos entre sus filas y miles de personas salieron a la calle para protestar contra el fichaje de un portero que hacia pocos años formaba parte de la enemiga Alemania. Curiosamente Trautmann encontró un buen defensor en el rabino de Manchester, que dijo: «¿Cómo vamos a culpar a una persona de todo lo que pasó en la guerra?». Pidió que le dejaran demostrar su valía en el campo, y vaya si lo hizo. Nada más y nada menos que 15 años estuvo bajo los palos de los Citizens, pero hubo un momento en el que dejó bordado su nombre para siempre en la historia de este club. Fue en una final de la FA Cup contra el Birmingham, el City ganaba 3-1 y cuando quedaban 20 minutos se produjo un choque fortuito entre Trautmann y un jugador rival que lo dejó inconsciente, pero en aquella época no se permitían los cambios, con lo cual nuestro protagonista tuvo que volver al campo, con el cuello roto, con la mirada borrosa, y jugándose la vida en cada jugada aguantó estoicamente durante esos últimos minutos, demostrando que los porteros son jugadores un tanto especiales, y ganándose por completo el respeto de aquella afición.
Traumann fue más que un futbolista, fue un símbolo de unión y así se lo demostraron cuando recibió la Orden del Imperio Británico por su contribución al entendimiento entre Alemania e Inglaterra. Pero si hubo un homenaje realmente emocionante fue el que recibió hace unos años en el Etihad. Allí, en un estadio abarrotado por 55.000 personas, la mayoría de ellas hijos o nietos de aquellos que salieron a las calles a protestar en un primer momento, se pusieron de pie para aplaudir a un Bert Trautmann al que se le escapaban las lagrimas al ver lo que había conseguido: que 60 años después, una afición te siga queriendo con ese fervor. Y es que en estos tiempos en los que se pasan horas y horas hablando sobre las mangas de un futbolista, historias como las de Trautmann nos recuerdan la pureza y la importancia que puede tener este deporte. Bert Trautmann, genio y figura de esta bendita locura llamada fútbol.