Un sutil taconazo de mejor final que ejecución pero de brillante intención. Una recepción dentro del área y de espaldas al arco, finiquitada con el júbilo del gol después de un giro explosivo que dejó a Paolo Cannavaro en el molde y cuerpo a tierra. Y un elegante control culminado con una definición balsámica de notable categoría. Así fueron, y se sucedieron, la asistencia y los dos goles con los que Babacar firmó su mejor partido desde que viste la camiseta de la Fiorentina. Y eso que, aunque parezca mentira a sus actuales veintiún años, ya ha pasado más de un lustro desde que disputó el primero de ellos con la maglia viola.
El delantero senegalés aterrizó en Florencia con tan solo catorce años y, tras dos campañas en el equipo Primavera, Cesare Prandelli le dio la oportunidad de debutar pese a ser todavía poco más que un niño. El mismo niño que había llegado a la Fiorentina, una vez regateada la feroz competencia de pretendientes, tras una breve estancia en Fuerteventura bajo la protección de la escuela de fútbol de Franco Rondanini, su gran valedor y quien apostó por su salto desde el continente negro cuando Babacar era eso, otro espigado infante africano que buscaba, más a ciegas que a tientas, un futuro en el fútbol europeo.
“Por encima de su imponente físico, tiene unas cualidades técnicas innatas que resultan extraordinarias. Además, teniendo en cuenta que apenas ha tenido formación futbolística, su margen de mejora es amplísimo. Veo en él las mismas características de George Weah”. Así hablaba el técnico del filial de la Fiorentina, Alberto Bollini, a finales de 2009, apenas unos días antes de la primera y esplendorosa incursión de su pupilo con el primer equipo.
El horizonte de la comparación con el liberano es demasiado vasto y brumoso pero el fulgor de sus condiciones lo demostró ipso facto. En su debut en Coppa de Italia ante el Chievo, Babacar marcó y se convirtió en el jugador más joven de la historia de la Fiorentina en hacerlo en partido oficial. La etiqueta de gran promesa se posó sobre él de inmediato y se tornó aún mayor y más mediática cuando ante el Genoa, dos meses más tarde, aquel precoz adolescente hizo su primer tanto en Serie A pasando a ser el extranjero de menor edad en ver puerta en la máxima categoría del Calcio.
Babacar asumió entonces, el rol de vice-Gilardino para Prandelli, quien le dio bastantes minutos entre aquella temporada y la primera mitad de la siguiente. Precisamente Gilardino. El mismo jugador al que hoy parece mantener a rajatabla por detrás suyo en el reparto de minutos de Montella y el mismo futbolista que le sustituyó en el Mapei Stadium de Reggio Emilia, justo cuando acababa de firmar, sin ambages, el mejor partido de su carrera en la élite pura hasta el momento. Todo un guiño del destino.
A aquellos primeros pasos en la Fiorentina, le siguieron un trío de cesiones, un Erasmus futbolístico en toda regla que le llevó de viaje por Santander, Padova y Módena, donde eclosionaría definitivamente para ganarse el billete de vuelta a orillas del río Arno. Experiencias que le sirvieron para acumular muescas en el fusil, para ir venciendo poco a poco la batalla de las luces contra las sombras que libraba consigo mismo, para escalar en su evolución, para sacar brillo a conceptos y movimientos y también para aprender a convivir con su fortachón cuerpo, con la responsabilidad del gol y con la presión de saberse señalado como la gran promesa del vivaio viola desde que era un simple cadete.
Una responsabilidad que esta temporada le tocó colocarse a las espaldas desde prácticamente su mismo inicio con las lesiones de Rossi y Mario Gómez. Babacar logró dar una respuesta más que óptima pero siempre parecía no convencer del todo a Vincenzo Montella dentro de la polifacética forma de entender el juego y los recursos ofensivos que tiene L’Aeroplanino. Sin embargo, Babacar, a quien quizá le falte despojarse de una cierta nobleza inocentona para pasar a ser un nueve de más cattiveria y mala sangre dentro del área, ha vuelto a responder cuando su entrenador lo ha vuelto a llamar a filas después de un inicio de 2015 en el que había dejado de contar tanto como unos meses atrás tras la recuperación y el buen estado de forma de Mario Gómez.
El máximo goleador de la Fiorentina en lo que va de temporada acaba contrato en 2016 y a buen seguro despertará el interés de muchos buenos equipos, tanto o más como cuando llegó a Florencia con catorce años. “Su potencial es infinito pero aún tiene que crecer y, por tanto, tiene que tener derecho al error”, ha declarado Montella. Es cierto. Seguramente aún tenga mucho camino por recorrer para poder cargar con garantías con el rol de primer espada de Florencia pero ha demostrado que el camino ya está a medio asfaltar y que, perfectamente, puede seguir recorriéndolo al calor del invernadero viola, donde contará con sobrados minutos en las tres competiciones en liza en la que están inmersos los toscanos. Peleando incluso, por qué no, por hacerse con el puesto de titular si consigue hacer tan fuerte y valerosa su personalidad sobre el campo como su presencia, sus condiciones y su fútbol.
Pulido con balón, elegante en ejecución, tan inexpugnable como móvil, capaz de caer a los costados y de asumir y despreciar al mismo tiempo, el perfil arquetípico de toro desbocado tan recurrente en este tipo de potentes delanteros. Khouma el Babacar se ha hecho mayor, se ha independizado y, pese a que todavía comparte piso, sólo él tiene las llaves para pasar de ser una importante promesa con visos de cristalizar en realidad, a una realidad con visos de cristalizar en un futbolista importante y decisivo que ha cumplido con lo que prometía.
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