A mí de pequeño, en el colegio, me decían que era mejor no ser superdotado, porque ellos, desde su talento innato, no aprecian el esfuerzo y la superación por alcanzar el éxito. Era una forma cortés de decir que, ante la catarata indomable de mi incompetencia, lo único que me quedaba era echarle brazos, algo de huevos, y luchar contra mi destino ya marcado. O algo así entendía yo.
Quizás por ese trauma infantil, que aún me persigue, siempre he mirado a quienes atesoran un talento natural entre la aversión y la admiración, entre el recelo y el asombro, lo que convierte a mi escala de sentimientos en poco menos que en un jeroglífico indescifrable. Pero también, gracias a ese “tonto no es, pero podría dar mucho más si se esfuerza” de mis profesores, he aprendido a venerar, hasta el punto de la devoción, a quienes han conseguido el éxito luchando contra los obstáculos, de serie y añadidos, que uno se va encontrando por el camino. A base de mucho brazo. Y muchos huevos, que creo que está dicho unas líneas más arriba.
Por eso, y aquí culmina lo que me he aventurado a llamar “el silogismo de la vida espartana”, he tratado de defender, las más de las veces con artes honrosas (otras, confieso, recurrí al insulto de manual), a Arbeloa. Al gran Álvaro Arbeloa Coca, a quien imagino pensando en cómo será su despedida del Bernabéu mientras se escriben estas líneas. Este domingo será el último día en el que Arbeloa, como jugador, pise el césped concienzudamente pulido del Santiago Bernabéu. Con 33 años. 14 de ellos, con saltos biográficos por A Coruña y Liverpool, dedicados al noble oficio de defender, “por encima de todo” –así lo ha expresado él hace pocas horas y cuyo diagnóstico comparto-, al Real Madrid.
A Álvaro Arbeloa hay muchas cosas que no se le perdonan. Por ejemplo, que no luzca su brazo tatuado en formas imposibles mientras escucha reguetón a todo trapo y sortea a pleno motor de un Audi R8 a los aficionados que se acercan a la rotonda de Valdebebas. ¿Puede acaso un jugador del Real Madrid intercambiar lecturas, música y experiencia con gente cultivada del mundo del fútbol como Xabi Alonso, Mata o Granero? ¿Nos estamos volviendo locos? ¡Traigan el fútbol moderno, pandilla de nostálgicos!
Pero lo que nunca se le perdonará es que haya sido un jugador de éxito mundial, que lo haya ganado absolutamente todo [y en este “absolutamente” cabe la excepción de la Copa Confederaciones, eterna espina nacional (?)] siendo un jugador técnicamente limitado. Como él mismo sabe y como sabemos todos. Que desde su falta de velocidad potentísima o su falta de filigrana brasileña, haya conseguido ser uno de los mejores defensores (en el sentido estricto de la palabra) que más ha dado por la camiseta del Real Madrid y de la Selección. Porque, amigos y fieles lectores, no duden: pocos futbolistas encontrarán con la sapiencia defensiva de Arbeloa. De pocos jugadores dirán que han frenado a los Neymar, Messi, Ribéry o Reus desde la más absoluta inteligencia táctica y defensiva. Sin botas de colores ni grandes alardes. Nada es casual: este salmantino podría dar lecciones de cómo se defiende, incluso en clara desventaja competitiva. Y en todo un Real Madrid. Y en toda una histórica Selección Española de fútbol.
Por eso se merece un homenaje. Por defender a su empresa desde el corazón ante ataques externos, por hacer frente a las burlas continuadas desde la ironía y la respuesta inteligente. Y sobre todo se merece que su estilo, su perfil espartano, cumplidor y profesional, se perpetúe y extienda a todos los equipos de España. Mejor les iría a muchos tener a un líder nato, a un ejemplo dentro y fuera del campo, que les marque el camino del sacrificio. Incluso se da la paradoja (la vida está llena de ellas, y creo que no hay cosa más excitante) de que los valores de esfuerzo y superación personal desde la desventaja técnica que ahora se ensalzan públicamente en jugadores del Atlético de Madrid (veáse el caso de Gabi o Godín), son las armas arrojadizas con las que se ha tratado de destruir la figura de Arbeloa. Incongruencias de esto que llamamos fútbol.
Sé que esta opinión sobre Arbeloa, el jugador más vilipendiado por propios y extraños, es impopular. Y que debería alabar a los prodigios técnicos o a los físicos genéticamente perfectos. A los hombres anuncios del fútbol moderno y mediático. Pero, tal y como empecé estas líneas sinceras y despechadas, me dijeron muchas veces que debía esforzarme más. Sospecho de los superdotados. Confío en los trabajadores. Por eso admiro a Arbeloa y pido que siempre, siempre, siempre, esté en mi equipo. ¡Suerte Espartano!
Periodismo en la UCM por vocación, pasión y convicción. Me dejan escribir en @MadridSportsEs y @SpheraSports. Librópata y curioso por defecto.
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