Alberto Edjogo-Owono es comentarista y analista de fútbol en Gol Televisión, LaLiga TV, Radio Marca, su canal de YouTube y varios podcasts. Además, ha escrito Indomable, un libro que plasma la relación del fútbol africano con la sociedad y el poder en África y narra algunas de sus vivencias con la selección de Guinea Ecuatorial. Su etapa como futbolista y sus raíces marcaron a una persona humilde, curiosa y fuerte.
Año 2008. El Olímpic de Xàtiva visitaba al Oliva en un partido de la División Preferente Valenciana. Con el partido ya en marcha, comenzaron a escucharse una serie de cánticos desde un sector de la afición local que, sin embargo, no pretendían animar a su equipo: “‘¡Uh, uh, uh, uh! ¡Volved a la selva!”. La dupla de delanteros del Xàtiva estaba formada por Edwin Congo y Alberto Edjogo, ambos de raza negra. Los insultos racistas no cesaron. El árbitro preguntó a Edjogo si querían parar el partido y por megafonía se pidió respeto a los rivales, pero eso provocó un efecto rebote y los insultos fueron a más. “La situación me incomodaba más por ver la falta de educación que había en esa esquina y por el resto de aficionados que por mí”, recuerda Edjogo 12 años después. “Tras un insulto gravísimo, me giré hacia ellos y le dije a Congo: “Hermano, aquí el más negro de los dos eres tú. Esos insultos van para ti” Incluso el árbitro se rio.” El partido terminó con victoria del Xàtiva por 0-3, con goles de Edjogo y Congo.
Alberto Edjogo es considerado por muchos como uno de los mejores comentaristas de fútbol de la comunicación española. En Twitter le siguen más de 50.000 personas, especialmente por su conocimiento y fuerte vínculo del fútbol africano. Ha volcado esta conexión en Indomable: Cuadernos del fútbol africano, un libro que relata historias que ha vivido como internacional de Guinea Ecuatorial y que plasma el significado de este deporte en un continente como África, con los conflictos, las dificultades y las costumbres que tiene. Pero “la única diferencia entre el Edjogo de ahora y el de hace 5 años es que ahora hay gente que me para y me pide una foto. Y esa gente me para porque mi trabajo está expuesto en los medios, no porque sea famoso. Si sigo haciendo mi trabajo es porque a la gente le gusta, así que quién soy yo para negarles unas palabras o un tiempo”, explica. Sin embargo, Edjogo reconoce que su gran vocación siempre fue el fútbol.
Su afición por este deporte comenzó bien pronto. “Yo con 3 o 4 años ya iba con un balón bajo el brazo y andaba por los campos de Catalunya para seguir a mi padre y a mis hermanos. Siempre quería acompañarlos. Prefería ir a Tortosa a ver jugar a mi hermano pese a las 2 horas de viaje antes que quedarme en casa viendo la televisión. Me gustaba estar presente”, reconoce. En uno de esos desplazamientos vivió un momento que “aún me sigue viniendo a la mente en sueños”, según rememora. “Yo tenía 6 o 7 años y fui a ver jugar a mis hermanos en un partido que tenían en Terrassa. Detrás de la portería había un espacio donde podía jugar y me hice un amiguete por ahí. Yo tenía un buen balón, un Questra. Pero de repente, llegó un señor y se llevó el balón a la caseta del material. Lo escondió en un armario con puerta corredera. Pretendía hacer ver que ese balón lo había perdido yo. Al final fuimos con algunos padres del equipo a la caseta y recuperamos el balón, pero lo siento como un trauma. Es la primera sensación de pérdida que parece irremediable en ese momento. Ese balón era mío y era lo más preciado que tenía en ese momento. Era el que me acompañaba a todos lados. Yo dormía con ese balón y lo cuidaba como cuido ahora a mi hija. Fue un momento de angustia y desde aquel momento fui con cuidado con el balón. Ya no lo chutaba tan lejos”, recuerda.
El Alberto Edjogo futbolista
Entre 2002 y 2014, Edjogo jugó en un total de 13 clubes de Segunda División B y Tercera División, como el Sabadell, el Sant Andreu, el Blanes o el Olímpic de Xàtiva. El segundo equipo del que formó parte fue el Granollers, en la temporada 2003-04. Edjogo tenía tan solo 18 años y esa temporada recibió una llamada que iba a marcar su vida. La llamada de la selección absoluta de Guinea Ecuatorial. La llamada que le permitiría conocer sus raíces. “Aquello era para mí una incógnita. Después de mí fueron convocados jugadores como mi hermano Juvenal, Balboa, Bodipo, Benjamín… Pero cuando yo fui allí había mucho por hacer. Mi padre siempre tuvo ese recelo a que fuera por cómo iban a ver al hijo de un hombre que marchó de Guinea cuando la dictadura de Francisco Macías era más dura. Pero la decisión de ir estaba tomada antes de consultarlo en casa. Era, como bien explica Kanouté en el prólogo de Indomable, la manera que tenía de devolver algo. Quien tiene raíz africana siente esa llamada, esa responsabilidad de aprovechar su situación y sus comodidades para ayudar y ser un referente que anime a los jóvenes que hay en África, un continente con más del 50% de la población por debajo de los 16 años. Conocer mis raíces fue algo brutal, ya que además, en casa, la cultura guineana y, en general, la africana, no estaban muy extendidas. Había música, comida típica, reuniones familiares… Pero no estaba presente en el día a día, por lo que el shock fue brutal. Llegas a Malabo y te encuentras un 95% de humedad y un aeropuerto donde tienes que arrancar tu maleta de un agujero para que nadie se la lleve. Había mucha desorganización. Pero sobre todo te encuentras gente que se levanta y no sabe si va a poder comer. Eso es lo que más me sorprende. Cómo la gente es capaz de lidiar con ese futuro tan inmediato e incierto. Conocer mis raíces es la mejor experiencia de mi vida antes de ser padre”, explica.
Años más tarde, Edjogo viajó con la selección a Gabón para disputar un partido de clasificación para los Juegos Olímpicos de 2008. Debido a la rivalidad histórica entre Gabón y Guinea Ecuatorial por ser países vecinos y tener territorios en disputa, los guineanos residentes en Gabón eran vistos como ciudadanos de segunda, hacían los trabajos que los gaboneses no querían hacer y eran tratados de mala manera. “Ganamos 1-2 y al terminar el partido, había aficionados guineanos esperándonos en la puerta del estadio para darnos dinero y agradecernos el hecho de haber ganado ese partido. Podía tratarse de su jornal del día o de la semana y ellos te lo querían dar. Incluso nos invitaban a su casa a cenar. Te daban las gracias por ponerlos al nivel de los gaboneses. Es impresionante lo que llega a impactar el fútbol en la sociedad y a aliviar en situaciones complicadas”, recuerda.
“El fútbol me ha enseñado casi todo lo que sé. La disciplina, el compañerismo, el trabajo en equipo, la capacidad para levantarse después de un golpe, saborear los éxitos… Cuando se cruza un euro por el camino, el fútbol deja de ser un hobbie y pasa a ser algo serio. Compites contra gente que se está jugando el salario, y eso te curte mucho. Vives situaciones duras.” Una de ellas se produjo cuando jugaba con el Blanes en la temporada 2010-11. “El campo antiguo era muy resbaladizo y había un metro y medio entre el final del campo y un muro de hormigón. Comienza el partido, saca el equipo rival de centro y lanza un balón en largo al extremo. Nosotros sabíamos que si llegabas muy apurado a la línea de fondo, era mejor dejar que el balón saliera. Pero ese rival, en ese afán por llegar, continuó corriendo, quiso poner un centro y al caer hacia atrás se pegó un cabezazo contra el muro. Yo estaba a 50 metros y escuché el ‘crack’. El chico perdió el conocimiento, la mandíbula, los dientes… En ese momento te planteas si merece la pena el riesgo. En cualquier momento esto se te acaba y te quedas tieso en cualquier sitio”, explica.
Y el fútbol le ha hecho vivir situaciones tan desagradables como los insultos racistas, similares a los ya mencionados anteriormente durante su paso por Xàtiva. “Yo le quitaba hierro al asunto. El racismo nunca me ha condicionado. A mí me ha endurecido el carácter. Pero hay personas a las que los insultos racistas les atraviesan y les hacen daño. Yo he intentado combatirlo ya no por mí, sino por otros. Estoy muy orgulloso de donde vengo. Quien cree que una raza distinta a la suya es inferior por el simple hecho de ser diferente tiene un problema. Está acomplejado. Y tú puedes ser racista, pero en sociedad se te pide que seas capaz de comportarte y respetar al resto de la gente. Sin embargo, en el fútbol todo está permitido. Se permite insultar al árbitro, al rival, al entrenador… Hay que empoderar a los actores del juego. Son situaciones que no pueden normalizarse porque corres el peligro de que alguien se pregunte: “Si se le ha insultado en un estadio y no ha pasado nada, ¿por qué no voy a insultar al negro de mi clase?”. El fútbol no está para educar. Tanto la educación como el racismo se traen de casa. Nadie se convierte en racista cuando cruza las taquillas de un estadio. Pero el fútbol no puede actuar como altavoz de comportamientos tan desagradables”, concluye.
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