No soy un fan de Alberto Contador. Se podría decir que incluso fui un poco hater varios años atrás. Y fui hater porque era el mejor ciclista del pelotón. Pero sobre todo el más inteligente. Por eso he visto necesario dedicarle estas líneas en su adiós. Unas palabras a modo de homenaje que no pueden estar más cargadas de objetividad y honestidad. Unas palabras para pedir perdón.
Palabras de disculpa para un mito. Para el protagonista de una fábula que, para el gran público, comenzó en 2007 cuando se enfundó el mítico jersey amarillo en el Tour de Francia tras la descalificación de Michael Rasmussen pero cuya mayor gesta tuvo lugar tres años antes. Un cavernoma cerebral quiso retirarlo de las carreteras pero, como todos los rivales a los que se ha enfrentado encima de la bicicleta, un rival derrotado.
La leyenda de Alberto Contador se engrandeció un año después de aquel Tour, de aquella contrarreloj en la que todo un especialista como Cadel Evans tuvo que sucumbir. Llegó el doblete: Giro y Vuelta. Y un año más tarde otro Tour. Aquel niño de Pinto que nos sorprendió a todos con el maillot blanco de Discovery Channel como mejor corredor joven de la carrera se había convertido en el capo del pelotón. Como lo fueron Armstrong o Indurain.
Y arribaron entonces los años en los cual un servidor se sentaba en el sofá cada tarde de julio, con un angustioso calor y griterío de chavales jugando en la calle, para ver el ciclismo. No era habitual en un adolescente durante las tardes de verano, y mucho menos habitual era para un adolescente español amante del ciclismo no ir con Alberto. Me daba rabia que fuera tan infinitamente superior a sus rivales y además tan inteligente como para saber que no necesitaba atacar. Yo iba con Andy Schleck, lo reconozco, con el que atacaba cada rampa sin importar el desnivel ni la distancia a meta. Véase aquella mítica etapa en la que arrancó a 60 kilómetros de meta.
Pero Alberto era mejor. Sencillamente era mejor que Andy y que el resto. Se podía limitar a ir a rueda y hacer la diferencia bajando o en la crono. Un caso muy similar al de Chris Froome en la actualidad. Y a mí no me gustan los que ganan tan sobrados. Soy así. Me gusta ir con el débil, con el outsider, con el aspirante. Pero es que Alberto me ha ganado incluso a mí. Sin conocerme. Y estoy convencido que a muchos aficionados al ciclismo en centenares de países que injustamente le etiquetamos con esa fama.
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Comenzó a ser él el débil. A sufrir numerosos ataques y desafiliaciones tras el desafortunado caso del clembuterol, está el regreso de Armstrong y su posterior salida de Astana, la inquina de Oleg Tinkov con el español y su consiguiente marcha del equipo del multimillonario ruso, las burlas por sus derrotas ante Froome o Nibali cuando es mucho más mayor y tiene un equipo menos fuerte… Alberto comenzó a ganarnos a todos desde la derrota.
Su silencio. Su capacidad de abstracción del circo para continuar trabajando. Su afán por ser el mejor. Siempre. Independientemente del contexto. Una trayectoria brillante, sin necesidad alguna de demostrar nada. Una trayectoria encumbrada con dos actuaciones memorables en su carrera, en su casa, en la Vuelta a España.
Año 2012. Después de su sanción por dopaje, Alberto volvió a competir un 6 de agosto en el Eneco Tour. Apenas un mes más tarde, 5 de septiembre, dio una verdadera exhibición en tierras cántabras -mis tierras, por cierto- con un ataque a 50 kilómetros de meta para auparse con el liderato. Una victoria épica. Un ataque para cerrarnos la boca a los que pensábamos que no atacaba en la ya mencionada etapa de duelos ante el pequeño de los Schleck. Disparo. Brazo al cielo. Lágrimas. Una oda al ciclismo.
Año 2017. De nuevo en España. De nuevo con minutos perdidos. Y otra demostración de garra, pundonor y anhelo de victoria. El rival ha sido Chris Froome y un dragón de tres -o nueve- cabezas llamado Sky. Una victoria en el Angliru. Disparo. Brazo al cielo. Lágrimas. Una honra al ciclismo.
Alberto Contador se nos ha ido y ya no hay remedio alguno posible. No hay forma de regresar a 2011 y disfrutar de su superioridad. De no juzgarlo injustamente cuando toda su carrera se ha caracterizado por el ataque y el espectáculo. Por disfrutar sobre la bicicleta pero sobre todo por hacernos disfrutar en el sofá. Porque es posible que en estos dos últimos años, hablando de las grandes rondas, no hayas ganado nada. Pero es innegable que nosotros, los espectadores, el ciclismo, con tu marcha, lo hemos perdido absolutamente todo. Adiós, Alberto. Perdón, Alberto. Lágrimas.
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