Si ya más de un sevillista no terminaba de tener plena confianza en su Sevilla debido al dubitativo comienzo de temporada en cuanto a sensaciones, tras los primeros 45 minutos de partido ante el Liverpool, no cambiaría la película.
Un gol de Firmino cuando aún quedaba algún aficionado por entrar al estadio mermó a los locales. Los de Klopp mostrando la gran calidad de jugadores como Coutinho, Salah o Mané en jugadas de asociación que, por momento, enmudecieron a una afición que no salió anoche hacia el estadio para ver tal baño futbolístico. En el minuto 22 amplió distancias en el marcador el africano Mané y ocho minutos más tarde, a la media hora de partido, Firmino firmaría un doblete para lo que parecía que iba a ser una fiesta inglesa en feudo sevillista. Antes del entretiempo, Sergio Rico, más allá de no tener culpa en los goles y ser pitado, a mi parecer, injustamente, realizó una parada fantástica que evitó el 0-4. El cuadro de Berizzo se fue al descanso entre silbidos de una afición en plena desesperación por lo que estaba observando en el terreno de juego.
Pero volvió con unas ganas incuestionables de darle la vuelta al marcador. El Sevilla salió al césped creyendo que podía hacerlo, y lo hizo. Los quince minutos de charla en el vestuario de Eduardo Berizzo fueron el estímulo necesario para que no faltase la fe en el segundo tiempo, la casta y el coraje. El centrocampista argentino Guido Pizarro lo dejó claro tras el partido:
En el segundo tiempo sacamos el orgullo. En el entretiempo teníamos vergüenza de cómo habíamos jugado el primer tiempo y por suerte sacamos huevos y lo pudimos empatar. Había que cambiar la cara, era una vergüenza lo que habíamos hecho.
Pero más allá del evidente cambio de actitud de los jugadores del Sevilla y tratando de dejar a un lado los sentimentalismos que despierta una remontada tan épica como la vivida en la noche de ayer en Nervión, desde el banquillo se realizó una sustitución trascendental para el devenir del encuentro. El técnico argentino Eduardo Berizzo tomó la decisión de sacar del campo a N’Zonzi para darle entrada al Mudo Vázquez. Con este cambio, la posición del argentino Banega se retrasó, haciendo que su tarea pasase a ser la de dar salida al balón. Y Ever respondió a la mil maravillas. Igual de bien respondió el recién incorporado, un Franco Vázquez que se colocó en la mediapunta con una movilidad constante para crear líneas de pase. El exjugador del Palermo interpretó el juego fantásticamente bien y recibió multitud de pases de Banega entre línea, soltando el balón a un compañero con uno o dos toques normalmente. La velocidad que estaba aportando a las jugadas un futbolistas tan lento de movimientos fue tan fascinante como clave.
Gracias a este cambio de posición de Banega, colocándose entre central y lateral izquierdo para sacar el balón jugado, Sergio Escudero contó con mayor libertad para sumarse al ataque. Precisamente fue Escudero el que dotó de sentido los ataques por una banda izquierda en la que Nolito no estaba siendo del todo incisivo. Sí lo fue Escudero, que devoró el carril izquierdo para volver a demostrar las cualidades y la confianza que no estaba terminando de exhibir en este comienzo de temporada. Los poco más de diez minutos disputados por el argentino Joaquín Correa los supo aprovechar moviendo líneas con conducción de balón y pensando en las constantes subidos del lateral vallisoletano.
Más allá de un bregador Pablo Sarabia, un siempre presente Guido Pizarro y unos defensores (Lenglet, Geis y Mercado) con poco trabajo en el segundo tiempo, merece mención especial el derroche físico y el entendimiento táctica de Wissam Ben Yedder. El delantero galo no solo dejó todo lo que tenía sobre el campo en cada carrera para presionar al Liverpool con balón o para realizar constantes desmarques, sino que supo leer a la perfección el partido y cómo podía intervenir en él sin perder la posición ni torpedear a ningún compañero. Ben Yedder no faltó dentro del área cada vez que se realizó un centro ya sea raso o buscando un cabezazo (así convirtió el 1-3). Pero lo realmente inesperado para Jürgen Klopp, a juzgar por falta de reacción, fue la decisión que tomó (o le ordenó el Toto) de bajar a recibir escorado a banda derecha y regatear a uno o dos jugadores con conducción de balón para soltar rápidamente el esférico y agilizar de una manera endiablada los ataques del Sevilla. Cuando, en el minuto 80, fue sustituido, la afición presente en el Ramón Sánchez-Pizjuán se puso en pie y aplaudió durante varios segundos a un jugador que mostró todo lo que tiene en el césped.
Como dicen, al César lo que es del César, por lo que en la mágica noche de ayer, el sevillismo más crítico debe reconocer la gran labor del técnico Berizzo, que más allá de las más que probables palabras motivadoras que pudo dirigir a los jugadores, supo mover la pieza exacta para que la locomotora sevillista encarrilara su camino y llegase al destino deseado.
Foto de portada: David Ramos/Getty Images.
Sevilla, 1996. Periodismo deportivo como vocación. Amante del fútbol matutino y de los entrenadores arriesgados.
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