Hace algo más de cuatro meses, Eduardo Coudet se estrenaba en el banquillo del Celta y en el fútbol europeo en el Ramón Sánchez Pizjuán con una derrota por 4-2 que, sin embargo y a pesar de llevar apenas un puñado de entrenamientos al frente del equipo gallego, ya evidenció un cambio de rumbo rotundo a nivel táctico, rítmico y anímico por parte de los vigueses y unas intenciones tan nítidas como innegociables. Una incipiente ola que llevaría a los celestes desde entonces a ser el séptimo equipo que más puntos ha sumado (30) en el campeonato liguero.
Los tres últimos puntos que el Celta no pudo recaudar fueron, precisamente, en el segundo duelo del curso ante el Sevilla, perdido esta vez por 3-4 en Balaídos, cerrando así el particular círculo del ‘Chacho’ en su primera experiencia como entrenador en una gran liga. Una derrota claramente marcada por los errores defensivos, por la dificultad para defender los costados de Renato Tapia en transición defensiva —una circunstancia con la que su esencia futbolística no tiene problemas en convivir— y, especialmente, por los graves problemas para cerrar el área propia por una cuestión de calidades individuales a nivel defensivo —una circunstancia con la que su esencia futbolística aún debe aprender a convivir—, que van más allá de una vocación muy agresiva para saltar a la presión y para defender colectivamente hacia delante.
Pero por encima de los resultados puntuales a favor o en contra de cada jornada, que de todos modos tienen un balance sostenido altamente positivo, el Celta es el equipo de La Liga más entretenido y estimulante para sentarse a ver ahora mismo gracias a su ritmo alto, a una marcada agilidad y verticalidad combinativa en cada ataque, a una presión constante e inquebrantable para lograr ser un foco de agresión constante para su adversario desde el robo y la transición ofensiva, y a una voluntad de mando que se combina con una cínica y efectiva explotación del contraataque con la que ha erigido su nueva identidad. Una etiqueta que no es precisamente desdeñable en una temporada como la actual, tan justita de alicientes nacidos desde propuestas de juego tan atrevidas y tan ambiciosas como las del entrenador argentino.
Coudet ha dotado al Celta de un estilo propio, reconocible, vertebrado por una personalidad a prueba de bombas y sumamente atractiva para el aficionado neutral, para el hincha celtiña y, lo que es más importante, para sus propios jugadores, tan convencidos como Coudet de una idea de juego en la que los resultados deben llegar como consecuencia de querer ir a buscarlos desde el mismo pitido inicial, como consecuencia de querer marcar siempre un gol más que el equipo rival y no de querer encajar uno menos, que son dos cosas que podrían parecer similares a efectos prácticos, pero que son realmente opuestas como filosofías futbolísticas.
Con su inherente 4-1-3-2 sin parangón en La Liga, Coudet ha plantado un coche escoba como epicentro equilibrador, a pesar de su pluriempleo, con la figura del peruano Tapia para así poder poner en el centro físico del terreno de juego y en el centro neurálgico de sus prioridades tanto a Denis Suárez en la organización ofensiva como a Iago Aspas en la zona del último pase o la finalización, sin dejar por ello de darles libertad de movimientos para ir indistintamente dentro o fuera cuando el Celta está en posesión del balón, pero sabiendo otorgarles desde el sistema el aire, los espacios, los movimientos compensatorios y complementarios a su alrededor y la confianza para que su liderazgo desde la calidad técnica haya pasado de languidecer a disfrutar y hacer disfrutar. A ganar, aunque no siempre se gane.
Coudet ha tenido que lidiar con una plantilla muy corta, con una serie de perfiles poco experimentados o poco adaptables a sus exigencias y otra serie de perfiles demasiado imprescindibles o demasiado insustituibles para que sin ellos no se note de inmediato un bajón en el rendimiento global, con un plan de juego que exige un alto desgaste físico y una citada debilidad defensiva en el área propia en la que se mezclan una evidente ausencia de conceptos defensivos de élite, cierta falta de jerarquía y de solidez y una colección de nombres francamente mejorables, pero es que antes de su llegada el césped de Balaídos estaba yermo de un fútbol vibrante y, en cambio, sí que estaba plagado de resultados decepcionantes.
En las últimas dos temporadas y media han pasado por Vigo hasta cuatro entrenadores diferentes (Mohamed, Cardoso, Escribá y Óscar) antes que Coudet sin ni siquiera acercarse a hacer funcionar a la plantilla celeste, no ya a la altura del potencial de su mejor futbolista (Aspas), porque eso es prácticamente imposible, sino a la altura del potencial de sus segundas espadas (Denis, Brais Méndez, Rafinha o Maxi Gómez en su momento…). Una segunda línea de la que Coudet sí se ha servido para exaltar a Aspas como director de orquesta y no solo como hombre gol (lleva 10 asistencias a estas alturas cuando la mejor marca de su carrera eran 7) y para llevar al Celta a un nivel competitivo que, si corrige sus todavía numerosos déficits en plantilla para ajustarse mejor a la propuesta de su técnico y si le da continuidad al empujón anímico y futbolístico que han supuesto las ideas del ‘Chacho’, podrá seguir ascendiendo escalones, más de un lustro después de que Eduardo Berizzo lograse colocar sexto al equipo.
El viento sopla a favor en Vigo desde hace algo más de cuatro meses y bien haría el Celta en adaptar ligera y temporalmente su archiconocido lema de ‘Afouteza e corazón’ y convertirlo en ‘Afouteza y huevos’ para seguir caminando, o más bien corriendo hacia delante como le gusta a su técnico con y sin balón, de la mano de Coudet, solo que esta vez iniciando la temporada desde el primer día bajo la guía metodológica de su entrenador y dándole desde la dirección deportiva todos los elementos necesarios para poder seguir mejorando y creciendo.
Según la Real Academia Galega, la afouteza es “la disposición de espíritu que lleva a actuar o a acometer cualquier tipo de empresa sin temor a los peligros o a las dificultades”. Una definición que casa a la perfección con la gestión del ‘Chacho’ en estos meses y también con la manida frase de “ponerle huevos” dentro del campo que Coudet explicó a su manera, como hace todo, cuando dirigía a Racing Club en su país: “No hay que confundir el mensaje, el mensaje es claro: hay que jugar bien al fútbol. Para jugar bien al fútbol hay que tener huevos y tener huevos no es tirarse a los pies, huevos es jugar bien a la pelota. Hay que tener huevos, pero no para meter patadas, es huevos para pedirla, para jugar, para asociarse… Para hacer lo que sabemos hacer”. Afouteza y huevos. Celta y Coudet. Una curiosa mezcla entre Vigo y Buenos Aires, entre épica y ética, entre espíritu y temperamento, entre pasión y juego que suena bien incluso en los días en los que las cosas no salen bien, una identidad renovada para erigir nuevos escenarios, una unión que, por huevos, yo quiero seguir viendo.
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