‘Si no sufres, no entrenas’. Las palabras de Unai Emery en la Cadena COPE le definen como persona y entrenador. Un sufridor que vive el fútbol cada segundo de su vida, un perfeccionista confiado en poder controlar todo lo que le rodea, un loco apasionado cuya persona ha sido absorbida por su profesión.
Los números del Sevilla FC son realmente estratosféricos. A estas alturas de temporada, el conjunto hispalense nunca había conseguido superar los 60 puntos, ni siquiera con Juande Ramos, al que por cierto, Emery superó en números de victorias en Liga tras vencer al Levante. Los 31 partidos como local sin perder o las 5 victorias consecutivas como visitante (algo que solo había ocurrido en 2 ocasiones con anterioridad, una de ellas con Emery en 2013), son otras de las hazañas conseguidas por el actual grupo que dirige el técnico de Hondarribia.
Se habla de la flor de Unai, pero la flor debe ser plantada en algún momento para que florezca. La ‘suerte’ de Emery a la hora de hacer cambios -véase el de Diogo por Reyes en Europa League esta temporada- así como el acierto en las rotaciones -Reyes y Gameiro aprovecharon sus minutos ante el Levante-, o la simple fortuna en el transcurrir de cada encuentro, no es más que el resultado de un trabajo semanal exhaustivo, de un técnico obsesionado con todos y cada uno de los detalles que rodean un partido de fútbol.
Su peculiaridad le hace ser un entrenador especial. Su carácter tan particular le impide ser entendido por la mayoría de los aficionados. Su carisma es tan personal que difícilmente puede llegar a causar empatía. Pero su fe y su capacidad para transmitir en un vestuario le lleva a cosechar éxitos. Su trabajo es incontestable y su empeño en ser cada día más minucioso cierra bocas constantemente y la única excusa que le queda a sus detractores es regar la famosa flor.
A Unai, lo que es de Unai.
