“Si quiere irse que se vaya, tengo uno que es mejor que él”, fueron las contundentes palabras de un novel técnico cuando uno de sus mayores talentos amenazó con irse al eterno rival. El joven entrenador era Cruyff, el jugador desterrado, Luis Milla, y el crack emergente del que hablaba el flaco, Pep Guardiola.
El guion de esta bonita historia que llevaría al de Santpedor a convertirse en uno de los mediocentros más dominantes en la historia del fútbol europeo se volvería a escribir cerca de dos décadas después en el mismo lugar: el Camp Nou. Esta vez, otro joven y prometedor canterano -traicionado por una ambición desmedida- pidió irse, no al Real Madrid, sino al Bayern, de vuelta a los brazos del hombre que le llevó al primer equipo del Barcelona.
En el remake de la historia, Pep Guardiola haría un cameo pasando de claro protagonista a actor de reparto, Thiago Alcántara firmaría el papel del renegado Luis Milla y Sergi Roberto asumiría un protagonismo que muy pocos confiaron en darle en un principio. Como todas las reediciones, las críticas estuvieron a la orden del día, lo de segundas partes nunca fueron buenas parecía más cierto con cada noticia que llegaba de Baviera. En Barcelona mientras tanto, poco se sabía del actor principal, cuya interpretación empezaba a estar más discutida que la de Ben Affleck como sucesor de Christian Bale en Batman. Pero como en todas las películas, lo importante era el desenlace, y este aún no había llegado.
Pasaban los meses y nada parecía indicar que la nueva versión fuera a hacer sombra a la original. Mientras Thiago sufría un calvario de lesiones en Munich, Sergi Roberto únicamente lucía su timidez en los pocos minutos que disfrutaba, hasta que un día ocurrió, como en toda superproducción, el cambio de guion apareció en escena.
A través de una fe inquebrantable y una profesionalidad titánica, Sergi Roberto tuvo la paciencia necesaria para esperar su oportunidad y no desperdiciarla cuando esta llegara, y no lo hizo. Se convirtió en el parche perfecto para taponar una herida que iba camino de convertirse en hemorragia, su excelente rendimiento le llevó a brillar semanas más tarde en el puesto por el que tanto tiempo había luchado. Mientras la llama del talentoso Thiago latía tenuemente en Alemania, el juego de Sergi Roberto ardía con la fuerza de un volcán en un Camp Nou que entraba en erupción al verle galopar con el balón.
La inexorable actitud del dorsal 20 transmitió una atmósfera épica de la que carecía la historia primigenia. Esta vez el talento y la sabiduría suprema que convirtieron a Guardiola en el icono de un estilo no saldrían en pantalla. El esfuerzo y sacrificio colosal serían los nuevos artífices del guion, dos baluartes que han consolidado a Sergi Roberto no como el virtuoso director que fue Pep, pero sí como el hombre-orquesta más valioso en todo el planeta fútbol, y sobre todo, como todo un ejemplo a imitar para cualquier residente de la Masía.