Por momentos, resulta lógico pensar que no hay vida en el interior del habitáculo sobre el que reposa. Nunca la tranquilidad se había sentido tan cómoda en su definición. De la misma sangre que Karim, Carlo reposa sobre su chester con un silencio imperial. Sobre su mano izquierda se sujeta el quinto cigarrillo de la tarde, la llama se apaga a la espera de su llamada, en su mano floja -esa que ha ganado tres Champions- mantiene el whisky con un par de hielos donde el agua empieza a imperar sobre el recipiente. A fuera, en las calles, suenan tambores de guerra, ambiente festivo o no tan festivo. Ancelotti arquea la ceja, quién piense que lo hace en señal de incertidumbre se equivoca, es costumbre, pero encaja a la perfección en la escena. Se levanta, parece que hay vida en el habitáculo y con la misma pasividad que su celebración tras el tanto de Ramos en Lisboa camina sosegadamente hacia el balcón, a sus ojos, la cabalgata del Presi. Que será, ven mi vida, que será se pregunta intrigado el italiano de la misma manera que lo hacia Jose Feliciano. Un regalo envenenado.
La Navidad llega a Madrid en forma de sol y playa. La majestuosidad de los queridos reyes magos y la capacidad del poder legislativo, ejecutivo y judicial se concentra en una sola corona, la que reposa sobre la cabeza de Florentino Pérez. El trabajo sucio recae sobre los súbditos a la corona, la prensa se encarga de espiar, vigilar y olfatear el comportamiento del niño caprichoso ya sea socio, abonado o aficionado. Tras esto, sin valorar el éxito o rendimiento durante la temporada, la corona decide la cuantía de dinero que deberá desembolsar para reponer ilusiones. Y así sucesivamente año tras año.
Te quedaste a media hora/gol -como menos dañino te sea- de repetir la gesta de jugar una final europea en dos años consecutivos y apuraste las opciones de intentar ser campeón de Liga en la jornada 37. Pero el niño necesita un juguete nuevo, uno con el que experimentar nuevos horizontes, conocerlo y una vez conocido a la cesta. «Este no sirve» suele decirse y en ese momento, eclosiona la frase más dañina para este equipo, «Esto es el Real Madrid». ¿Qué es el Real Madrid? Para los que no palpan el juguete de cada Navidad, para los que se han dado cuenta que el problema no era el juguete o incluso para los más mezquinos dentro del club, se deslumbra una entidad que ha desembolsado algo más de 1.200 millones de euros en 12 años para ganar 3 Ligas, 2 Copas de Europa y 2 Copas de los 36 títulos posibles durante los 12 años del reinado de Florentino. Mientras, el irrisorio fin de ciclo del eterno rival ha conquistado 7 Ligas y 3 Copas de Europa en los últimos 11 años.
Lo dije y lo repito. El Barça de Luís Enrique está a dos partidos de conseguir el idílico triplete, el mismo equipo que se quedó completamente en blanco el curso pasado esta a un pasito de igualar aquellos maravillosos años de Guardiola, al menos en cuanto a títulos. Kloop, Benítez, Low, Zidane, Jémez o incluso hasta una posible vuelta de Mourinho. De todo ha sonado desde la noche del miércoles pasado. De Gea, Leno, Alex Sandro, Gayá, Pogba, Verratti, Reus, Van Persie. Se entiende, existe la prensa y comienzan a aparecer las serpientes de verano, no de todo tiene la culpa la corona. Pero ni el Madrid es un palacio, ni las cosas van despacio. Florentino ha puesto en marcha la maquinaria y los súbditos comienza a frecuentar los cafés de debate. El último entrenador al servicio del club que permaneció un año sin conseguir ninguno de los tres títulos importantes fue Alfredo Di Stéfano en las temporadas 82-84. En su estreno como entrenador, dirigió al equipo durante dos temporadas completas, estando cerca de los títulos pero sin poder conseguir ninguno, pese a su buen trabajo. Cinco finales perdidas. Y siguió. El récord de permanencia en el cargo lo ostenta Miguel Muñoz, con 13 años y 6 meses (desde 1960, hasta principios de 1974), que asimismo tiene el mayor número de títulos (9 Ligas – 2 Copas – 1 Copa de Europa – 1 Intercontinental). 14 títulos en 13 años, como para no seguir. Alguno le hubiera dado largas.
Y en estos días, donde el calor aprieta, cargados de dosis de locura y veranos excitantes, marchó Mourinho en su regreso a Londres. Cuenta la leyenda que el técnico de Setúbal deja un vacío enorme allá por donde pasa durante los años posteriores a su marcha. A los hechos me remito, el Inter no ha vuelto a levantar nada desde su marcha (un Mundial de Clubes de la mano de Rafa Benítez, cocinado y con mesa servida por los servicios del portugués). En el Madrid se auguraba un futuro negro lleno de despropósitos y mala fortuna. En estas condiciones se produjo la llega del italiano. Llegó tranquilo y sigue tranquilo pese a los nervios e inquietudes de algunos por deshacerse de él. Entretanto conquistó la Copa de Europa, aquella de la que más se había hablado pero que todavía no existía como contaba Abel Rojas. Fueron tiempos de grandes riquezas y de continuas cosechas hasta la noche del pasado miércoles.
En frio, se analiza la temporada y hay fallos, es evidente, el juguete se ha roto. Pero los juguetes se rompen y cuando ocurre, no se tiran, se arreglan. Quizás una ampliación de plantilla, que las lesiones te respeten y mantener un banquillo activo y motivado pueden ser algunas de las claves para mejorar el juguete. Lo fácil es la cabalgata. Lo más barato del mundo es pagar. Una fuente de energía inagotable en eso de renovar ilusión y destruir proyectos. Sé que el Madrid no es un juguete y dentro de los aficionados hay más hombres que niños. Pero quizás el Madrid podría ser más palacio y que todo marchara un poco más despacio.
@PipeOlcina17 | 1995. Periodismo. Peor sería tener que trabajar, que decía en un cartel de la redacción del Times.
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