Cuando el 17 de marzo del año pasado Jesé se rompió el ligamento cruzado de su rodilla derecha ante el Schalke a todos se nos escapó una mueca de desánimo. Incluso en los rivales más viscerales del club blanco: ante estos casos hay un mecanismo de compasión que actúa según gremios. Los mayores vieron en Jesé al hijo que se desploma cuando lo tiene prácticamente hecho y los jóvenes vieron en el canario su propio reflejo. Al final, todos coincidimos en señalar que era una pena que tuviese una lesión de considerable gravedad a una edad tan temprana.
– Estas lesiones marcan mucho, hay que tener la cabeza amueblada
Más o menos la reflexión era la misma: empezaba un proceso para el futbolista donde tocaba demostrar la madurez personal y el espíritu de superación. Ocho meses con obstáculos y momentos duros, una verdadera prueba para cualquiera que se enfrente a un reto similar.
Por eso, una vez que Jesé se ha sentido de nuevo futbolista, preocupa el coqueteo que se trae en las últimas semanas con ciertos comportamientos que no le benefician. Máxime cuando a pesar de las alabanzas de la temporada anterior (incluso de Ancelotti, que llegó a afirmar que si Jesé hubiera estado disponible para el tramo final de la Liga la hubieran ganado), a pesar del horizonte que se esperaba y se espera, el canario no es nadie en el fútbol. O mejor dicho, no ha hecho nada en el fútbol que le permita relajarse y tumbarse en la arena imaginando un futuro exitoso que de momento no ha llegado.
Los enfados en el banquillo por jugar los “minutos de la basura”, un evidente descuido en su dieta mientras estaba lesionado, la vuelta a casa a altas horas de la madrugada después de una cena de equipo, la impuntualidad para llegar al autobús cuando todos sus compañeros estaban subidos y con la vestimenta adecuada… Incluso las inclinaciones musicales que, sin tener relación estrecha con la profesionalidad, se pueden considerar distracciones peligrosas. Un exceso de actitudes cuando menos poco recomendables para un chico que tiene todo para triunfar pero que todavía no ha triunfado.
Hay una frase asombrosamente optimista de Woody Allen (pesimista por naturaleza, de ahí la sorpresa) que afirma que el 90% del éxito se basa simplemente en insistir. No lo dice, pero entendemos que el porcentaje restante está reservado al talento y a las habilidades naturales. Teniendo en cuenta que esto último ha quedado demostrado con suficiencia en Jesé, al canario se le exige la insistencia, la constancia y la paciencia para encontrar el momento. Y mientras no aparece el momento, seguir una disciplina recta y ejemplar que, además de presentarle como un futbolista potencialmente prometedor, se le presente como a un profesional que dedica sus esfuerzos completamente al fútbol.
No hace falta recurrir demasiado a la memoria para recordar los casos de jugadores como Robinho o Drenthe: jugadores jóvenes, prometedores, con todo para triunfar. Las actitudes, las distracciones y los malos hábitos cavaron la tumba de ambos, y como ellos, otros muchos ejemplos de jugadores que no fueron estrellas simplemente porque no les apeteció serlo y se conformaron con ser buenos jugadores. Sería una pena que Jesé siguiese por el mismo camino y tomase una deriva autodestructiva. Que exija minutos es bueno, que disfrute de su edad es lógico. Pero tiene que saber en qué club está, la competencia que existe y los sacrificios que un jugador de fútbol, por muchas virtudes que tenga, debe hacer si no quiere quedarse en el ostracismo. Y, sobre todo, debe tomar conciencia de que torres más altas han caído, que no hay nada que garantice el triunfo seguro. Lo más parecido es el trabajo, o como decía Woody Allen, la insistencia. Todo lo que permita agrandar lo más posible la pequeña frontera entre tener éxito o caer por el precipicio.