Desde que tengo uso de razón, el fútbol se divide entre los defensores de la posesión y los defensores del contragolpe. A menudo me han animado a que reparta entre estos dos bandos los papeles de doctor Jekyll y de Mr. Hyde, pero mis convicciones son tan endebles que a lo único que he llegado es a contemplar el debate mientras por él transcurren los Valdanos, Aragoneses, Guardiolas… Menos mal que siempre hay un clásico de la literatura para sacarte del embrollo.
Navegaba el Real Madrid-Real Sociedad por aguas tranquilas cuando Proust apareció por mi mente. Marcel, que no por infumable deja de ser ilustrado, dijo en cierta ocasión que «el amor es el espacio y el tiempo medidos por el corazón». Y yo, empeñado sin éxito en quitarle la razón a ese bigote filosófico, quise tirar por tierra la teoría enlazándola con el fútbol. Sí, como lo oyen. A veces, el fútbol da pie a reflexionar sobre teorías proustianas (para que luego digan que el fútbol no es arte).
Entonces, como si de una señal del cielo se tratara, Isco controló un balón que bajaba con nieve e insinuó con la primera zancada que su instinto contragolpeador sigue intacto. Sin embargo, el malagueño, con un gesto técnico digno de los dioses, templó el balón y decidió jugarlo en corto. El Bernabéu, entregado, coreó la jugada. Exacto, ese mismo Bernabéu que meses atrás solo daba por buenas las acciones relampagueantes, ahora aplaudía el hecho de que su equipo decidiera jugar con la posesión.
Es entonces cuando Proust me abofetea, recordándome su frase, y sentencio así que el público madridista mide hoy el espacio y el tiempo de manera diferente a como lo hacía años atrás, dejando que la fiesta dure lo suficiente como para que, aparte de besos, también haya baile. Los que otrora se autoproclamaban gurús del contragolpe (creo que yo fui uno de ellos, pero déjenme insistir, como Groucho, en la falta de rigor de mis principios), ahora echan de menos a Modric para añadir un pase más a la serie y un 5% más de posesión a la estadística.
Observo de nuevo la pantalla: nada ocurre sobre el tapete. El Madrid tiene el partido ganado. Entonces me cambio de acera para observar, siempre con Marcel de la mano, cómo el Barça celebra con pasión su pase a semifinales de Copa. Me había prohibido reflexionar sobre esta competición, pero entonces recuerdo los goles que le han dado la clasificación a los culés y compruebo, absorto, que fueron básicamente contragolpes.
Sí, queridos. Los mismos que años atrás hacían de la posesión su única bandera, ahora escriben portadas sobre lo rápido que Messi y compañía son capaces de recorrer no sé cuántos metros para llegar a gol. No culpo a nadie, El que esté libre de pecado, que pegue el primer pelotazo, que yo ya he pegado demasiados.
Pero mientras yo me autoanalizo, Proust me agarra del brazo y me repite: el amor es el espacio y el tiempo medidos por el corazón. Ahora comprendo. No hay espacio ni tiempo importantes. Que sean otros los que, con el fin abrazado, justifiquen los medios.
-Si te traduzco bien, al final el fútbol es contragolpe o posesión según el resultado- le susurro.
El escritor francés sonríe y se marcha, satisfecho. Sabe que ha vuelto a derrotarme. En esas, su paisano Benzema engancha un latigazo y convierte a la escuadra izquierda en protagonista del noticiario de mañana. Apago el televisor. Creo que me estoy haciendo viejo.