El Real Madrid ganó en Basilea y ganó en Málaga, pero no lo hizo con brillantez. Ganó porque jugar medio bien le sirve para imponerse a la mayoría de equipos contra los que juega, pero no lo hizo controlando el partido, obligando al rival a perseguir sombras, como venía haciendo. Ganó de forma práctica, sin alardes, con ciertas dosis de sufrimiento final.
Este descenso en la armonía grupal del Madrid, que por momentos se le vio en la Rosaleda con falta de unión en el centro del campo, tiene mucho que ver con la baja de Modric. El croata ha sido, desde inicio de temporada, el desatascador del Madrid en la medular. Ha sido el escudero de Kroos, Isco y James, que gozan de la libertad suficiente para crear y organizar el juego cuando son conscientes de que el croata está en el campo.
Modric es, además, la báscula del Madrid, por encima incluso de Kroos. Tiene la habilidad innata de manejar la temperatura del partido, saber cuándo hace falta enfriarlo y cuándo hace falta mover ficha. Eso lo hace con especial acierto. Le vemos continuamente hacer cambios de ritmo explosivos que superan líneas y dejan campo abierto para el ataque del Madrid. Isco y Kroos carecen de esa explosividad, por eso el juego se hace lento y previsible. Las contras son lentas y el repliegue del rival es efectivo. El Madrid es más estático y menos goleador.
En busca del equilibrio
Ancelotti tiene trabajo. En los tres meses que, previsiblemente, Modric estará de baja, debe recomponer el equilibrio que tanto le obsesiona. Tiene que conseguir que el equipo no se descuelgue entre las distintas líneas, que se mueva rápido en ataque y que sea compacto en defensa. Justo lo que venía haciendo en los últimos partidos antes de la lesión, cuando el Madrid fue globalmente admirado por su efectividad y su esbeltez. Algo que se ha perdido, al menos eso parece, con la baja de Modric. El Madrid se ha vuelto más pragmático, pero se ha afeado. Veremos si se tocan las teclas justas o si estos tres meses se le hacen más largos de lo normal al equipo blanco.