Todos nos equivocamos. Probablemente lo hagamos en algo todos los días de nuestra vida. Eduardo Camavinga toma mejores decisiones con el pie de lo que yo lo hago con la cabeza. Le brincan las rastas en el césped y sonríe con un flow envidiable. Su talento, paciencia y confianza le han hecho crecer de manera exponencial. Ahora, es un naipe mágico para Ancelotti. Una carta que responde a una pregunta tan perversa como la exigencia del Real Madrid. El italiano encontró un comodín para desatascar la partida y, a través de su versatilidad, se ha afianzado en el grupo convirtiéndose en pieza fundamental del juego que desarrolla la pizarra de Carletto.
La enfermería del Real Madrid clamó a la urgencia de colocar al joven centrocampista como lateral. El resultado de esta versión se evidencia con un carril izquierdo que es un puñal. Camavinga y Vinicius acometen sus travesuras; el francés no le pisa los talones, sino que le acompaña a la perfección en una coreografía que parece que conozcan desde siempre y que los rivales no adivinan. El francés defiende, acomete un robo y se escapa por la banda con un pasamontañas. Cuando Ancelotti levanta la ceja para posicionarlo en el centro del campo, vuelve a su hábitat con el desparpajo impregnado.
Lo de Eduardo es una pócima mágica que reúne lo físico y lo técnico. Aunque sus poderes no terminan allí. El de Angola ha demostrado una gran comprensión sobre lo táctico, con una gran capacidad para interpretar cada fase que le va solicitando el juego. Le acompaña el instinto, sin debatir ni reflexionar. Replica en cada faceta. Arranca como un motor de Fórmula 1, conduce a través de una danza imparable y, en apenas un par de zancadas, enseña los dientes afilados en un escenario diabólico.
Camavinga es uno de esos casos que, afortunadamente, lograron transformar su vida. De un campo de refugiados a los estadios que reparten trofeos. El suyo no es un argumento estólido, tiene algo especial. Aquello innato que viene debajo del brazo al nacer. Sus 20 años desafían las leyes. Está llamado a ser una de las piezas que dominen el futuro del equipo blanco. Decía Miguel Delibes en su libro ‘La partida’: “Dime, ¿por qué si uno sabe nadar flota sin moverse y cuando uno no sabe se hunde? Porque el miedo pesa”. El francés no siente la gravedad del pavor, su confianza salta a la vista. Ya nadie puede frenar su ritmo.
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