Es muy probable que en alguna ocasión te haya sucedido. O incluso que, por desgracia, sea algo que se ha convertido en habitual dentro de tu día a día. Por lo general, todos hemos estado sometidos en algún momento a situaciones de estrés, de ansiedad, que te invitan a dejarlo todo y salir corriendo, para alejarte al máximo de los factores que te provocan esa angustiosa sensación. Trabajo, salud, dinero, amor…, los motivos que pueden hacerte sentir esa enorme presión en el pecho son múltiples y variados, y además suelen ir cogidos de la mano de un frenético ritmo de vida agotador, que no hace más que convertirnos en esclavos de nosotros mismos.
En esos momentos, cuando el agobio te supera y necesitas llenar tus pulmones de un oxígeno renovado, es cuando puedes llegar a plantearte un verdadero cambio radical. Como dice la canción “vida solo hay una y hay que vivirla”, vivirla a través de experiencias que te hagan sentir bien, que te completen como ser humano, pero por desgracia tomar esa drástica decisión supone una enorme responsabilidad. Solo algunos son capaces de llevarla a cabo, conscientes de que pueden estar dando un paso en falso, de que quizás la búsqueda de esa hipotética felicidad puede desembocar en problemas de mayor magnitud que los que se intentaba dejar atrás. Para quienes se encuentran en ese dilema, ante la imperiosa necesidad de cambiar de dirección en el siguiente cruce de caminos, la historia de Dean Karnazes puede servirles de inspiración.
Nuestro protagonista nació un 23 de agosto de 1.962 en Inglewood, California. Hijo de padres con ascendencia griega, fue rápidamente consciente de cómo la vida puede truncarse en un abrir y cerrar de ojos. Su hermana Pary, perdía trágicamente la vida en un accidente de tráfico a la temprana edad de 18 años, un hecho que marcaría su juventud y que, años más tarde, le ayudaría a tomar una drástica decisión acerca de su futuro. Karnazes estuvo siempre muy ligado al mundo del deporte. Ya desde pequeño solía acudir a la escuela corriendo, mientras que la mayoría de sus compañeros lo hacían a bordo del bus escolar. Llegó incluso a utilizar recorridos bastante más largos que el habitual, para poder recorrer una distancia mayor de kilómetros antes de llegar al colegio.
Su interés en ponerse a prueba fue a más. Con 11 años, acompañado de su padre, había recorrido a pie el Gran Cañón, con sus 446 km de longitud. A esa misma edad realizó la ascensión del Monte Whitney, montaña más alta de EEUU con más de 4.000 metros de altura. Retos para los que se entrenaba de una manera muy peculiar; visitando a sus abuelos asiduamente, para lo que debía recorrer en bicicleta cerca de 70 km. Ya en secundaria, Dean Karnazes conoció al que sería su gran maestro y mentor, el entrenador de atletismo Jack McTavish, con quien adquirió los conocimientos necesarios para convertirse en un atleta con una carrera más que prometedora.
A pesar de que parecía tener un futuro brillante en las canchas de atletismo, el deporte dejó de formar parte de la vida de Karnazes. Centrado en sus estudios, desalentado por la tóxica relación que había mantenido con sus últimos entrenadores, decidió dejar de correr. Alejado de las carreras, tras graduarse en el Instituto San Clemente y pasar por la Universidad Estatal Politécnica de California, consiguió un empleo en una importante empresa farmacéutica, donde logró ascender hasta un puesto de cierta responsabilidad. Uno de esos ascensos muy bien remunerados, de los que puedes presumir en una cena con amigos, pero que por desgracia van ligados a una dedicación plena a la vida profesional.
Gracias a su trabajo y a su sueldo Dean Karnazes tenía motivos para ser la envidia de muchos, pero la monotonía y las inacabables jornadas de oficina lo habían convertido en un ser completamente alejado de la felicidad. Inmerso en dicha crisis personal, llegó el día de su 30 cumpleaños, una fecha que marcó un antes y un después en la existencia de este atleta frustrado, que, como si de un león enjaulado se tratara, vivía encerrado entre las cuatro paredes de un despacho cuando lo que realmente ansiaba era correr por todo tipo de parajes.
Precisamente aquella noche, en plena celebración de su tercera década de vida, Dean sintió la imperiosa necesidad de llevar a cabo ese cambio radical. Con alguna copa de más, factor que le ayudó a actuar alejado de cierta cordura, salió de aquel local y comenzó a correr sin un destino fijo. Corría hacia ninguna parte, pero 15 años después de haber dejado de hacerlo, volvía a correr. Fueron tan solo 45 minutos de trote, pero la sensación de liberación fue tal que decidió de una vez por todas que aquello era lo que quería hacer el resto de su vida.
Pocos días más tarde presentó su renuncia, dejaba su empleo en busca de poder convertir su sueño en realidad, de cambiar lo que para muchos sería una vida exitosa por lo que realmente él ansiaba. Comenzó a entrenar a diario, a seguir una estricta dieta alimenticia que volviera a proveerle de las magníficas condiciones atléticas que lo habían hecho despuntar en el instituto. Y esa incursión en el mundo de la alimentación saludable, le brindó la oportunidad de iniciar una aventura profesional, creando una empresa de comida natural con la que poder subsistir.
Los buenos resultados en las pruebas en las que fue tomando parte no se hicieron esperar. Tanto, que rápidamente fue consciente de que su futuro debía apuntar directamente a los ultramaratones. Dichas carreras empezaron también a quedarse pequeñas para un Dean Karnazes que parecía no acusar el mismo cansancio que el resto de los mortales, algo que provocó que las grandes marcas como The North Face se fijaran en él. Y precisamente de la mano de los grandes patrocinadores empezaron a llegar las hazañas, gestas que han convertido a nuestro protagonista en uno de los mejores corredores de fondo de todos los tiempos.
Atravesar la Antártida sin raquetas, correr hasta siete veces la maratón de Badwater (217 kilómetros por el Valle de la Muerte en California) o correr 50 maratones en 50 días a lo largo de los 50 estados del país. Son algunos de los logros por los que Dean pasará a la posteridad, pero no los más sonados. Karnazes fue capaz de cruzar los 4.800 km que separan Disneyland (California) de Nueva York, a lo largo de 75 días corriendo entre 65 y 80 km diarios. Y también de correr 560 km de forma continuada, lo que significa acumular más 81 horas corriendo sin parar ni tan siquiera para echar una cabezada.
En esta última prueba despertó la curiosidad de la ciencia. Dean Karnazes no paró tras 81 horas corriendo de manera consecutiva porque se encontrara cansado o fatigado. Paró porque le venció el sueño tras dos noches sin dormir. Tras unas pruebas realizadas en un centro especializado situado en Colorado comprobaron que su capacidad aeróbica era muy similar a la de otros atletas profesionales. Sin embargo, al someterlo a un nuevo test descubrieron que su producción de ácido láctico era muy inferior al del resto de personas. La producción de dicho ácido provoca el cansancio y la fatiga, pero apenas aparecía en el organismo de Dean por mucho que este realizara un gran esfuerzo físico. Un factor que le ha permitido seguir corriendo a un gran nivel hasta hoy.
En breve se cumplirán 30 años de aquella noche en la que todo cambió. Dean Karnazes salió por la puerta de aquel bar y empezó a correr. Corría para escapar de su presente e ir en busca de un sueño. Tres décadas más tarde, con cuatro libros publicados e innumerables hazañas alcanzadas, siendo considerado uno de los ultramaratonianos más importantes de todos los tiempos, puede afirmar con total seguridad que tomó el camino correcto. Quizás dejarlo todo no esté al alcance de cualquiera, no todos podemos permitirnos el lujo de arriesgarnos a realizar un cambio tan drástico como el de Dean, pero algo tan simple como correr, puede ayudarnos a estar un poco más cerca de cumplir nuestros sueños.
Imagen de cabecera: @DeanKarnazes
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