Suele decirse que segundas partes nunca fueron buenas. Que mejor quedarse con el regusto de lo que se ha hecho bien, tener un final digno. Pero una máquina de hacer dinero no se para porque sí. Si algo funciona, se repite las veces que haga falta hasta que falle. Vivimos en un tiempo nostálgico donde vende más un ‘remake’ que una idea original. Desde los ‘Live Action’ de Disney hasta el regreso de Los hombres de Paco. Hasta Spielberg se ha subido al carro con su versión de West Side Story, que ha encandilado a la crítica y ya cuenta con tres Globos de Oro y siete nominaciones a los Oscar.
La propia Disney lo vio claro cuando compró Lucasfilm y recuperó el universo ‘Star Wars’ con nuevas secuelas, más de 30 años después. Por supuesto, la última trilogía (y sus spin-off intermedios, además de una serie, The Mandalorian, que es un éxito en todos los sentidos) no llegaron a las cotas de las primeras sagas, pero la impresión general fue satisfactoria, en especial con la primera de las entregas. ‘El despertar de la fuerza’ era un título poderoso y simbólico a la vez. La Primera Orden (un nuevo Imperio), la Resistencia, Leia, Luke… el propio mundo que había construido George Lucas volvía de su letargo.
“Si una vez tomas el sendero del lado oscuro, para siempre dominará tu destino”. La ‘fuerza’ es un arma de doble filo. Si cae en manos equivocadas puede ser la catástrofe, pero incluso quien tiene un corazón bondadoso está tentado por la oscuridad. En ella se sumió una Belén Toimil que a pesar de tenerlo todo para triunfar, vivía las competiciones con un terror que le pasó factura. Más si cabe después de sufrir una grave lesión de rodilla y de pasar por un duro confinamiento que casi le deja fuera de los Juegos Olímpicos de Tokio. Era su sueño, y por él se despertó a tiempo. Como siempre.
Porque la oscuridad le tentó desde bien joven. Lanzadora de peso desde los nueve años, ha asegurado en más de una ocasión que no le gustaba entrenar, que lo hacía forzada. Y por motivos personales empezó a ganar kilos, algo que le afectó en todos los sentidos, desde las pistas hasta la carrera universitaria. “Durante dos años dormía todo el día y no iba a la residencia ni a comer. Solo salía para entrenar y no perder la beca. Estaba bloqueada mentalmente, todo me generaba desánimo. Solo dejaba que pasaran los días, no era vida”, contó en una entrevista en La Voz de Galicia.
Fue entonces cuando comenzó a ir al psicólogo, algo que cambió su vida y su trayectoria. Sus marcas mejoraron en 2017, pudiendo superar incluso los 17 metros (17,38) en su último campeonato, y batió el récord gallego unas cinco veces. Pero en 2018 comenzó a truncarse todo otra vez. No llegó a la mínima para disputar el Europeo de Berlín, sufrió un esguince en el dedo que le marcó mentalmente y para colmo se rompió el ligamento cruzado. Palos muy duros de digerir, pero en 2019 vio la luz al final del túnel. De la mano de una nutricionista bajó hasta 20 kilos en seis meses (llegó a pesar 127), dejando a un lado el alcohol, el azúcar y la grasa. Además, cambió su forma de lanzar, pasando de una técnica lineal a una rotatoria, algo que no hacía desde que competía en categorías inferiores.
Le salió de fábula: antes de llegar el confinamiento, Toimil volvió a lanzar por encima de los 17 metros (17,21). Era un metro más de su mejor marca en pista cubierta. La pandemia le frenó en seco cuando mejor se encontraba, ya que había incluso logrado la clasificación para el campeonato de Europa, su primer torneo internacional desde 2018. Sin embargo, esta vez estaba preparada para soportar cualquier tempestad. En el Europeo en pista cubierta de Torun (2021), Belén ya no sentía miedo. “Otros años me había achicado. Esta vez solo quería hacerlo lo mejor posible”. Aquella inseguridad, los nervios… todo se disipó en aquel torneo donde ni figuraba como inscrita hasta última hora, cuando fue repescada.
En aquella ciudad del norte de Polonia la gallega hizo historia. En la clasificatoria, Belén hizo un lanzamiento de 18,64, lo que suponía tres grandes logros: superar la barrera de los 18 metros por primera vez, batir el récord nacional que ostentaba Úrsula Ruiz desde 2017 y conseguir la mínima olímpica para los Juegos de Tokio, los primeros de su carrera y el gran sueño de su vida. Unos meses después batió su propio récord, alcanzando los 18,80 metros a escasas semanas de viajar a tierras niponas.
En los Juegos no pudo meterse en la final tras firmar dos nulos y quedarse a solo 5 centímetros en el tercer intento, donde reconoció haber lanzado “con miedo”. Sus lágrimas fueron la muestra de una ambición que ha llevado a la de Mugardos a aspirar a grandes cosas, siendo ya una referente en el atletismo español y un ejemplo de superación tras pasar por un calvario que resultaba eterno. El pasado fin de semana se proclamó campeona de España por segunda vez en su carrera y lo hizo lesionada, con serias molestias en el tobillo que le redujeron la movilidad casi a la mitad. Fue en casa, en Ourense, así que el riesgo estaba justificado. Y es que los miedos son cosas del pasado, y a la fuerza física por la que se ha caracterizado desde pequeña se le une una fuerza interior, mucho tiempo dormida. Hoy tiene los ojos bien abiertos y quiere comerse el mundo.
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Imagen de cabecera: Getty Images
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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