Esta es la historia de un niño que soñaba con ser futbolista. Ese niño, seguramente, no quería ser el mejor del mundo, ni nada por el estilo. Sólo quería jugar al fútbol y llegar a ser futbolista. No sabía que para ser futbolista no bastaba con jugar bien, como él lo hacía. Había que hacer muchos esfuerzos, constantes esfuerzos. Había que entrenar, luchar, caer, levantarse, sufrir, divertirse, lesionarse, recuperarse, llorar, reír… Él era feliz jugando al fútbol, pero se dio cuenta de que había que hacer muchas cosas para ser futbolista. Así que empezó a aprender cómo se podía dedicar a ser lo que más anhelaba. Cogió la pelota y con ella aprendió, aprendió y siguió aprendiendo y no ha dejado de aprender.
Una de las primeras cosas que aprendió, cuando tenía ocho años, es que un futbolista tiene que recorrer muchos kilómetros. Desde su pueblo, Fuentealbilla, hasta la ciudad, Albacete, había unos cuarenta y tres kilómetros. Una buena distancia que le permitía comerse el bocadillo por el camino todos los martes y jueves, que eran los días que tenía que ir a entrenar. Aunque estaba muy contento de jugar en el equipo de su ciudad, en la que fue su primera entrevista para un canal de televisión dijo que “yo era del Madrid a todo poder”. Pero tuvo que cambiarse y hacerse del Barcelona porque era “el equipo por el que estamos luchando”, como contó en esa misma entrevista al lado de su compañero Jorge.
Al principio no quería ir a Barcelona. Hasta que un buen día decidió que tenía que ser valiente. Con doce años recorrió en el coche de su padre aquellos quinientos kilómetros desde Fuentealbilla hasta Barcelona para irse a vivir a ‘La Masía’. Soñar con ser futbolista le costó un montón de lágrimas. Estar tan lejos de su casa era muy difícil de sobrellevar. Pero no se iba a volver atrás. Lo que se había propuesto lo iba a cumplir y se apoyó en sus compañeros, entrenadores y en la pelota como si fueran su familia.
Aprendió que, aunque cuesta, los sueños pueden realizarse. Ganó un Mundialito de clubes. Ganó campeonatos de Europa con la selección y también llegó a la final de un Mundial juvenil. Ya era un joven y prometedor futbolista. Fuera del campo se mostraba sencillo, humilde, incluso tímido e introvertido. Un chaval normal, -ya se sabe que en esto del fútbol ser normal es ser un genio-. Dentro del campo desplegaba su talento y su técnica, era competitivo, valiente, inconformista, ambicioso. Algo fuera de lo normal.
Así que tuvo que aprender a seguir soñando, pero de un modo distinto. A soñar en grande. Es posible que ni siquiera pudiera imaginarse todo lo que el fútbol le tenía reservado. Momentos únicos, mágicos, irrepetibles. Como el gol que marcó en Stamford Bridge, cuando ya no quedaba casi tiempo y que le dio al Barcelona la clasificación para la final de la Champions League. Le pegó al balón según le vino, con toda su fuerza, y cuando vio que entraba en la portería salió corriendo loco de emoción. Se quitó la camiseta y acabó tirado en el suelo, sentado y sosteniendo su camiseta en alto con su brazo derecho hasta que sus compañeros se le echaron encima.
Fue en el estadio de su ciudad, en Albacete, donde jugó su primer partido con la Selección Absoluta un 27 de mayo de 2006, con 22 años recién cumplidos. Luis Aragonés le hizo debutar en un partido contra Rusia, en un equipo donde ya se estaban juntando los mejores jugadores del fútbol español de cada generación. Los nacidos a finales de los 70 y principios de los 80 como Puyol, Marchena, Xavi, Iker Casillas, Xabi Alonso. Los del 84, como él y Fernando Torres. Y los más jovencitos que venían con fuerza, como Sergio Ramos y Cesc Fábregas.
Quien le iba a decir a él que, cuatro años más tarde, iba a ser el máximo protagonista, el foco del universo del fútbol. Que iba a vivir ese momento, a falta de cuatro minutos para que se acabara la prórroga de la final del Mundial, en que golpearía a la pelota con toda su alma para marcar el gol más importante en la historia del fútbol de su país. Y otra vez salió corriendo hacia una esquina a la vez que se quitaba la camiseta. Debajo tenía otra, de color blanco y sin mangas, con unas letras pintadas en azul. Era su dedicatoria a su amigo Dani Jarque, al que le hizo estar presente en el momento de la mayor gloria futbolística que se puede vivir.
El niño que soñaba con ser futbolista se había convertido en uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol. Y siguió soñando y un año tras otro fue sumando títulos, reconocimientos individuales, premios, a la vez que no dejaba de despertar la admiración del mundo entero con su fútbol de ensueño.
El día en que anunció que dejaba el Barcelona le preguntaron por cuál era su mejor recuerdo como futbolista. Eligió el momento en el que se dio cuenta de que empezaba a cumplirse su sueño. Ocurrió a finales de un mes de octubre, en un partido en Brujas. Tenía 18 años. Cuando la cámara le enfocó mientras formaba en línea junto a sus compañeros se le vio serio y concentrado. Era un futbolista con pinta de crío. Fue su partido de debut con el primer equipo del Barcelona.
Desde aquel primer partido hasta el último pasó dieciséis temporadas en el club de su vida. Pero tiempo atrás había aprendido que un futbolista tiene que recorrer muchos kilómetros. Así que decidió emprender los más de diez mil kilómetros que hay desde Barcelona hasta Kobe, una bonita ciudad de Japón donde ahora vive feliz con su familia. Y donde sigue haciendo lo que más le hace disfrutar, que es jugar al fútbol.
Aquel niño que soñaba con ser futbolista el 11 de mayo de 2021 ha cumplido 37 años. Ese mismo día de su cumpleaños dio una buena noticia. Anunció su renovación con el Vissel Kobe por dos temporadas más. Va a seguir jugando al fútbol hasta los 39 años, aunque creo que su sueño, y el de todos los que han tenido el privilegio de disfrutar con él, es estar jugando con la pelota toda su vida. Iniesta, nunca dejes de soñar.
Imagen de cabecera: Imago
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