Fue Florentino Pérez, rodeado de los suyos, el que se atrevió a tirar la piedra y esconder la mano. No dijo esa palabra que tanto duele al aficionado medio -Superliga- pero su conclusión resonó en todo el país. “Se necesitan nuevas fórmulas que hagan el balompié más competitivo y emocionante. La reforma no puede esperar y debemos afrontarla cuanto antes”. Dicho y hecho. Que el Real Madrid, como ya ha espetado algún periodista que me llamaría “panenkita”, juegue en El Collao es la demostración que este deporte ya no es “emocionante”. Todos esperábamos el resultado.
Ese supuesto torneo, un pequeño espacio para los ricos, es la constatación de la superioridad que algunos quieren imponer. Sin merecerlo. Porque los blancos visitaron al Alcoyano al tran tran, esperando eso, que el escudo hiciera el resto. Aunque para superar a un Segunda B, una categoría repleta de futbolistas que tienen nivel para estar más arriba, hace falta mucho más que una camiseta. Los de Zinedine Zidane, con un juego planísimo y con una posesión pasiva y sin profundidad, toparon con un conjunto capaz de resistir a cualquier cosa. Los blancos, mientras, seguían mirando al césped y a esas gradas añejas. ¿Qué hacemos aquí?
No fue una noche para personalizar. La unidad B, ese grupo de jugadores que colocaron al francés en el olimpo de la entidad blanca, ha cavado el sótano de su fracaso. Su entrenador entendió que esos suplentes saldrían con ganas de comerse el mundo; de demostrar que este se equivoca. Nada más lejos de la realidad. El encuentro fue una tortura para el seguidor merengue. Zidane perdía años de vida en cada plano. Se le veía cansado e impotente; como si supiera el desenlace fatal que se le venía encima. No se equivocaba.
La derrota debería ser una cura de humildad para los dirigentes que quieren ir a la suya. Aunque no lo tengo muy claro. Hoy Ronald Koeman, en esta Copa que no mola, por ejemplo, tiene que disputar con su FC Barcelona un partido de otro deporte en un campo de césped artificial. El neerlandés dijo en su rueda de prensa previa al choque “que jugar en ese tipo de superficies no es fútbol”. Me gustaría saber, entonces, a qué juegan millones de niños en este país. Unos pocos afortunados llegarán al máximo nivel sin haber jugado a eso que el técnico culé le llama fútbol. Deben ser unos autodidactas. De momento, seguiremos disfrutando que en lugares como Alcoy, de vez en cuando, un grupo de futbolistas que se deja la vida por poder dignificar esta profesión se lleven una de las mayores alegrías de sus vidas. Hasta que nos lo permita el aristócrata de turno.
Imagen de cabecera: Denis Doyle/Getty Images