Más allá de su provisional liderato en La Liga, una mera consecuencia, la Real Sociedad se ha erigido desde la pasada temporada en uno de los conjuntos más disfrutables para el espectador neutral por su idea, su vocación ofensiva, su sensibilidad técnica, su ensamblaje táctico, su gusto por la asociación a través de la posesión sin dejar por ello de explotar los espacios de forma vertical en cuanto se da la ocasión, por su sentido colectivo del juego y por sus individualidades. Seguramente, el equipo mejor preparado para llevar a cabo regularmente una propuesta atractiva a través del balón que en la actualidad tiene el campeonato español.
El cuadro dirigido por Imanol Alguacil —un técnico que le ha dado una filosofía a su club, que entiende perfectamente su idiosincrasia y que pone en valor como nadie el orgullo que supone Zubieta para sus aficionados— se construye desde atrás hacia adelante, pero no por sus atributos defensivos como tal, sino porque una de sus principales señas de identidad es la gestión del balón desde los primeros metros, con la involucración directa del portero, incluso. Un Álex Remiro que, además, posee uno de los mejores saques en largo de toda La Liga, con un golpeo lateral maravilloso, capaz de activar a sus compañeros más alejados con una gran precisión y de lanzar contraataques muy veloces y directos si el equipo rival pierde el balón o finaliza la acción con su bloque situado muy alto dentro de la mitad de campo txuri-urdin.
Obviamente, por encima del papel protagonista del guardameta, hay una gran cantidad de automatismos en salida que involucran a las restantes piezas, las que deben hacer llegar la pelota de manera aguda y ordenada más allá de la divisoria. Una de ellas es la incrustación del mediocentro entre los centrales para recibir de espaldas el envío raso del arquero y activar a los zagueros. Otra similar es el pase vertical de los centrales hacia los interiores para que sean ellos quienes descarguen hacia la recepción de cara del pivote posicional, esta vez con todo el panorama delante para tomar la decisión más adecuada en la distribución en la parcela ancha.
El tercer hombre es un concepto que recorre por completo el plan asociativo de la Real Sociedad, un equipo para el que sus salidas, como suele suceder con este tipo de conjuntos tan dominantes y meticulosos desde el balón, son absolutamente fundamentales y determinan lo que va a suceder a continuación en la mitad opuesta, tanto si llega a zona de tres cuartos a través de pases cortos, como si lo hace de una manera más directa. La Real trata de acumular opciones de pase en su campo, formando a menudo una primera línea momentánea de tres para estirar la presión alta de su oponente, fomentar la conquista de metros a través de la conducción y, por tanto, favorecer la aparición de espacios posteriores para recepciones entre líneas lo más profundas posible, permitiendo a su vez que los laterales vayan ganando altura.
En este sentido, los donostiarras son uno de los equipos del escenario europeo actual que más ofrecimientos de calidad llevan a cabo por delante de la línea del balón y que mejor ejecutan ese dentro-fuera-dentro una vez han cruzado la medular. Un equipo muy fluido y dinámico en ataque, con centrocampistas dotados de un gran sentido asociativo y una frugal visión de juego (Martín Zubimendi), con talento determinantes desde el último pase (David Silva), con delanteros centros que saben el valor de un buen apoyo de espaldas (William José) o de un desmarque en profundidad (Alexander Isak), con perfiles mixtos de absoluta élite y que aportan clase, físico, disparo lejano o capacidad de rellenar el área (Mikel Merino), con depredadores del espacio que saben esperar perfectamente su momento fijados en banda o lanzarse hacia el pasillo entre central y lateral en busca del envío filtrado o a modo de señuelo (Portu), o con atacantes totalizadores que entienden todo desde todas las posiciones, en parado o en carrera, con o sin espacios y jugando siempre a pocos toques (Mikel Oyarzabal).
Es precisamente su sobresaliente colocación espacial, que paradójicamente prescinde de una rigidez encorsetada, la que permite a la Real dominar los contextos, ya sea con ataques más veloces atacando los espacios o con una fase ofensiva más estática y posicional, puesto que en ambos casos encuentran una jugosa continuidad a través de la notable presión tras pérdida colectiva y de un retorno defensivo cada vez más ajustado. Por otra parte, ese orden y cuidado en las progresiones desde su propia línea de meta por zonas interiores también tiene su réplica en ataque, juntando dentro a sus tres delanteros en muchas fases del partido para, al contrario que lo que sucede en la salida, estrechar a la zaga rival y poder proyectar a sus laterales hacia línea de fondo, permitirles en repetidas ocasiones que puedan poner el pase atrás al punto de penalti y rellenar el área con muchas opciones de remate de una forma muy natural y que nace, consecuentemente, de la propia concepción y construcción ofensiva desde su gestación.
Una disposición de su trío atacante que, una vez se ha producido la recepción de uno de los interiores en la zona de mediapuntas, permite que Oyarzabal pueda entrar en contacto con la pelota con un amplio margen de maniobra, simplemente separándose del centro de la zaga rival, mientras Portu estira hacia la derecha y el nueve hunde a los centrales hacia su portería. Sumando ambos movimientos, la forma de llevar al tercio final a sus laterales apareciendo y no estando y la manera de activar a su diez, se explica de forma bastante elocuente la elevada cuota goleadora que están registrando los propios Oyarzabal y Portu o, sin ir más lejos, el gol de cabeza de Silva en Balaídos, el único que ha marcado el canario con esa parte del cuerpo en las últimas siete temporadas. Velocidad más precisión, desmarques de todo tipo y condición, salida exterior o diagonal interior, circulación ágil, pases filtrados, juego entre líneas, desequilibrio, técnica en espacios reducidos, colmillo para devorar metros, presencia en área, poderío aéreo, daño a balón parado, llegada desde segunda línea, capacidad rematadora, gol…
La Real Sociedad es un equipo muy coral y con una cantidad de atributos técnicos realmente abrumadora y completa, así como una valiosa capacidad de adaptar, en cierta medida, su fisonomía dependiendo del rival pero sin dejar nunca de lado su esencia. Rica en recursos, en movimientos, en automatismos, en presencia de canteranos y en ganas de jugar al fútbol. Repleta de futbolistas inteligentes, eficientes y que necesitan muy pocos toques de balón —apenas uno o dos en cada participante de la cadena ofensiva—, para generar fútbol. Un aspecto clave en su juego y que lo convierte en un conjunto tan poderoso y difícil de defender.
Por si no fuese todavía suficiente, el cuadro guipuzcoano también maneja hábilmente la alternativa de la transición tras robo. Los de Alguacil castigan muchísimo las dudas defensivas y en salida de sus rivales y con un lanzador histórico como Silva, más si cabe. Sin balón, el teórico 4-3-3 en fase de posesión pasa a defenderse con un 4-4-2, aunque el esquema es casi siempre irrelevante a pesar de su fantástica ocupación de los espacios en ambas fases. Cuando pierde la pelota, la Real también es un equipo atrevido, que trata de apretar arriba y recuperar rápido —como hemos comentado antes— para ejecutar ataques veloces que también benefician a muchos de sus futbolistas por zancada, agresividad, determinación, buen pie, etc., aunque lo suelen llevar a cabo con sentido y sin precipitarse, potenciando más la cobertura de los espacios que acudiendo impetuosos al uno contra uno y destapando huecos a su espalda.
El conjunto txuri-urdin comprende muy bien cuáles son sus momentos en el partido, no suele desaprovecharlos y viene mejorando su gran hándicap de la campaña anterior: su fragilidad defensiva y su propensión al error atrás. Y lo ha hecho sin tener que cambiar piezas, gracias al buen nivel sostenido y a la complementariedad de Aritz Elustondo y Robin Le Normand como pareja en el centro de la zaga. Dos centrales sólidos por alto para cortar ataques aéreos, hábiles si tienen que ir al suelo y que se muestran bastante cómodos yendo a la anticipación lejos del área para incomodar los apoyos y las descargas rivales, apretando esa recepción de espaldas con mucha decisión para activar seguidamente la ya mencionada transición ofensiva.
Una labor para la que cuentan con la inestimable ayuda por delante de Mikel Merino, también un seguro por alto, con un gran retorno defensivo tras llevar a cabo el pressing tras pérdida —a este chico le da tiempo a todo— y un socio perfecto tanto para el central como para el lateral de su zona debido a su facilidad para ejecutar las ayudas defensivas laterales. Una vez le toca establecerse sin pelota en su propia mitad del terreno de juego, la Real Sociedad planta un bloque medio muy efectivo y cohesionado, que aleja regularmente al oponente de encontrar situaciones peligrosas o de tener posibilidades de remates francos cerca de su área y se muestra muy concentrada en las potenciales líneas de pase para interceptar el cuero y disponer nuevamente de metros y de situaciones ventajosas para dañar al rival en carrera.
Alguacil ha creado un equipo que quiere el balón pero es versátil, que se basa en las progresiones desde la posesión pero al que no le importa dividirla, que es de sus jugadores por encima de todo pero también de autor, que nunca pierde sus fundamentos aunque se adapte al rival, que involucra a toda su plantilla pero potencia a sus mejores futbolistas. Un equipo que merece la pena sentarse a ver, que supera sus adversidades, que está en pleno crecimiento, que sabe al cien por cien —porque así lo ha aprendido en el camino— que jugar bien, pese a algunos tropiezos como el reciente ante el Napoli, al final siempre acaba pagando.
Imagen de cabecera: LLUIS GENE/AFP via Getty Images
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