Que el fútbol no tiene memoria es una realidad. Sin embargo, aquí nos empeñamos en echar la vista atrás y contemplar lo que sucedía hace unos años. Uno abre Youtube y se da cuenta que el gol de oro, aquella norma que provocaba infartos y quizás alguna discusión de pareja, existió hace no mucho. Seguramente esto se parezca a lo del VAR, que ahora no podemos vivir sin él pese a que algunos espeten con tremenda pasión que vivían mucho mejor sin ese invento del diablo hace menos de tres años: a mí esos tiempos de marcar un gol y poder celebrarlo tranquilamente, a no tener que sufrir por si tu conjunto hace un tanto que parece fuera de juego, me suenan ya casi a la Guerra del Peloponeso. Si alguien de la generación de Greta Thunberg se atreve a entrar a esta web que sepa que a principios de este siglo las finales europeas se decidían en instantes; sin poder responder. Como un jaque mate. Como la que significó la victoria del Galatasaray ante el Real Madrid en el Estadio Luis II, en la Supercopa de Europa del 2000, rubricando una época dorada para el club turco.
Mircea Lucescu disponía de un conjunto impresionante. Taffarel, Emre, Hagi y Jardel conformaban una espina dorsal que asustaba. El Madrid de Vicente del Bosque, que venía de ganar al Valencia unos meses antes en la final de la Champions League, se vio incapaz de superar la resistencia del conjunto de Estambul, que cedía la posesión a la espera de golpear. Y lo cuajaron sin titubeo alguno, con una precisión y calidad digna del tremendo compendio de cualidades que poseía la escuadra otomana. Daban miedo y cumplieron esas expectativas sin titubeos.
Mário Jardel, que promedió más de un gol por partido en Portugal y que ganó varios títulos internacionales, se hizo notar desde el inicio. El ariete, de penalti, superó a Iker Casillas para que los nervios, como solo ellos saben, se apoderaran de un conjunto que se suponía invencible. Los españoles acababan de fichar a Luis Figo en una operación que, como se avecinaba, era polémica como ella sola. A falta de diez minutos, cuando todo el mundo temblaba, Raúl encontró las redes turcas desde los once metros para templar unos ánimos desbocados. Pero con esas reglas que hoy parecen prehistóricas era imposible estar tranquilo: un mínimo desvío, despiste o error te enviaba a casa sin opción a réplica. Y así lo hizo Jardel.
En el minuto 103, como en el colegio, los blancos se quedaron en la cuneta sin ruedas de repuesto. Al darse cuenta de que la pelota se instalaba en las redes de Casillas, el brasileño lo celebraba normal. “Un tanto, sí, pero queda mucho, esto es una final y esto es el Madrid”, debió pensar el goleador del cuadro de Turquía. Pero al momento, al ver la reacción de sus compañeros, se dio cuenta de lo que había hecho. Era el final del partido. Se quitó la camiseta, sin ningún reparo, y comenzó a percibir que le acababa de arrebatar un título europeo al rey de Europa. “Larga vida al gol de oro”, se dirían los turcos. Dos años más tarde, tras mucho debate, la norma fue abolida. Luego llegó el gol de plata, otra ley que hizo gracia entre los jugadores de Pro Evolution Soccer pero que tampoco cambiaba demasiado el panorama. Al final, lo más sencillo era volver a la prórroga convencional. Eso de «quien marque gana» se podía quedar en los parques. Para las finales es mejor no arriesgarse.
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