Si hay algo en peligro de extinción son los mediapuntas. Tanto, que el propio Word me asegura que eso no existe, que de qué hablo, que a lo mejor quiero decir “media puntas”. Hoy lo normal es jugar con un 4-3-3, un 4-4-2 o con los cinco defensas de turno. El 10 es como el lince ibérico. Es cierto que, a principios de década, el 4-2-3-1 era algo normal, pero el enlace era más un todocampista, ese box to box que copa portadas en todos los periódicos porque es todo lo que necesita tu equipo la próxima temporada. Zinedine Zidane, sin embargo, pensando en la altísima presión que suele ejecutar la Real Sociedad, puso a Martin Ødegaard detrás de la punta de su ataque imaginando un choque que llamaba más al óleo sobre lienzo que a los mosquetes. Vaya tarea más ardua para el noruego porque para algo está Karim Benzema, ese híbrido francés que colorea su fútbol entre líneas hasta que se adentra en el área y se convierte en el goleador de los blancos. Sin embargo, el principal problema de este equipo fue que esta vez no pudo cobijarse en el alma de Sergio Ramos o una maravilla del francés. Y los demás tampoco estuvieron muy finos.
En Anoeta sucedió algo para la historia. Está muy bien que el entrenador madridista visualizara el duelo en la calidad, pero sentar a Casemiro siempre se antojó más al modo carrera del FIFA que a la realidad. Nadie lo esperaba. Zidane mutó su 4-3-3 en un 4-2-3-1 en el que Vinicius y Rodrygo, en los extremos, martilleaban a los laterales de los anfitriones. Puede que a los dos brasileños de sempiterna sonrisa todavía les falte algo de lustre ante el arco, pero vaya dolores de cabeza que provocan a sus defensores. Los blancos, como ya hacían el curso pasado, marcaban al hombre en la presión y en ataque colocaban a Dani Carvajal, muy impreciso, y a Ferland Mendy por dentro en distintas zonas del campo. Su juego fue obtuso, muy lento, y por eso le costó siempre hincarle el diente a la Real Sociedad. Ni siquiera al contragolpe.
El cansancio y la falta de ideas fue síntoma de la escasa preparación de los dos conjuntos. Los errores en la entrega eran la tónica del envite. Salió Casemiro para tapar a David Silva, de falso nueve, y para acelerar un juego lentísimo. No valió. Los madrileños, con muchas bajas, empezaron la liga más rara de nuestras vidas con un choque gris en San Sebastián. No se puede, ni se debe, sacar alguna conclusión de un encuentro así. Lo único es que Luka Jovic y Borja Mayoral, que esperaban en el banquillo, no tuvieron ni un minuto. Si en un contexto así, con un insulso empate, vieron a Marvin Park y Sergio Arribas de corto quizás deban empezar a preocuparse.
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