El pasado 3 de noviembre, mientras Geoffrey Kamworor, recordman mundial de Media Maratón y el discípulo aventajado de Kipchoge, cruzaba la línea de meta en 2:08:36 en el Maratón de Nueva York, aún quedaban muchas horas para que lo hiciera Hannah Gavios, quien a sus 26 años, la misma edad que el keniata vencedor, iba a superar la prueba con una marca superior a las once horas de duración, pero mejorando en 18 minutos el registro que había conseguido un año antes, cuando había debutado en la distancia. Gavios, neoyorquina, fue una de las más de 50.000 personas que se puso un dorsal en el maratón de la ciudad que nunca duerme, uno de las más multitudinarias cada año. Entró prácticamente la última y, de hecho, no se la considera una finisher al haber terminado por encima del tiempo permitido para su categoría por edad, pero ella no era una más, el tiempo no era importante.
Hace tres años, cuando tenía 23, Gavios aprovechó sus días de vacaciones y abandonó sus tareas de profesora para conocer Tailandia. Estaba de excursión por una zona cercana a la playa Railay, uno de los puntos más turísticos del país, cuando de repente se desorientó y para volver a su senda decidió preguntar a un hombre. Este, mostrándose amable, se ofreció a acompañarla incluso. Nada más lejos de la realidad, estaba haciendo justo lo contrario y cuando se vio en un lugar lo bastante alejado del gentío y ya oscuro, pues el día se estaba terminando, la forzó a quitarse la ropa que llevaba e intentó violarla.
Gavios, aterrada, se lanzó en una carrera desesperada por el bosque intentando dar esquinazo a su depredador, con tan mala fortuna que acabó cayendo por un acantilado de 45 metros de altura, deslizándose por la pendiente, que afortunadamente no era vertical, hasta el suelo. Se rompió la columna vertebral y sufrió daños en la medula espinal que hoy aún padece en forma de parálisis.
En la caída, se golpeó la cabeza en varias ocasiones, sufrió contusiones y traumatismos, perdió la consciencia y quedó totalmente inmóvil. No podía mover las piernas y gastaba la poca fuerza que le restaba gritando para pedir ayuda. Para mayor tortura, aquel hombre acabó encontrándola y, aprovechando si situación, terminó haciendo eso que había intentado 45 metros más arriba. La violó.
“Pensé que me iba a morir. Chillaba de dolor y me sentía como un vegetal. No me podía mover, pero él continuó abusando de mí”, confirmaba. Pasaron ocho horas, hasta la mañana siguiente, hasta que alguien pudo encontrarla. Durante toda la noche tuvo que lidiar con dolores propios, con una situación terrible por lo que aquel salvaje acababa de hacer y con serpientes que se enroscaban o pasaban por su cuerpo inmóvil, además de todo tipo de animales asilvestrados que iban a merodear.
Desde el primer día los médicos dudaron de sus posibilidades para volver a caminar. Hannah, que tenía gusto por el running y que ya había completado varias carreras de 10 kilómetros y alguna media maratón, pensó que haría todo lo posible por, algún día, volver a correr. Tras la operación, no pudo nunca realizar una rehabilitación adecuada y adaptada a su problema, pues el tratamiento ideal era demasiado caro para su poder adquisitivo.
Cuando salió del hospital, no podía ni siquiera sentarse en una silla. La primera vez que intentó ponerse en pie, se desvaneció. Pero con la fisioterapia mejoró, se sintió fuerte y fue cuando decidió dar el gran paso. Con ayuda de un arnés sujeto a una cinta estática y con otras tres personas pendientes de ella, sosteniéndola, comenzó a sumar kilómetros en las máquinas de gimnasio. Cuando nadie podía ayudarla, aunque le costaba más, mostró entereza y fuerza de voluntad para hacerlo por sí misma.
Como se sentía cada vez mejor, buscó relacionar toda su vida con actividades sanas y deportivas. “Hacer cualquier tipo de ejercicio físico me ayuda a encontrar la paz”. Aprendió yoga y cuando se sintió preparada realizó por su cuenta alguna pequeña ruta de montaña, siempre acompañada de sus muletas, sus mejores aliadas en este largo viaje. La gente, cuenta, le mira mal. “Creen que tengo algún problema de rodillas, o en las piernas. No se dan cuenta que mi problema está en la espalda. Que mis piernas no funcionan porque me partí la columna”. Y eso, dice, es lo que busca cambiar. Quiere que el mundo tenga consciencia real de cuáles son los problemas de la gente con parálisis.
Pero cuantas más cosas hacía, más cuenta se daba que volver a correr, que era su gran objetivo, iba a ser realmente imposible. El esfuerzo era mayúsculo. Sintió una nueva tortura cuando vio cómo casi 50.000 personas corrían la maratón de su ciudad en 2017 mientras ella no podía. Así, trató de informarse, de conocer cada vez más. El reto se había convertido en obsesión. Conoció a gente que, tras haber sufrido distintas tragedias en su vida, corría. Particularmente Amanda, una mujer que había terminado ese año el maratón de Nueva York en muletas tras haber quedado discapacitada en un accidente de coche.
Fue la inspiración necesaria para que Gavios empezara un estricto entrenamiento que para ella iba a ser un reto continuo. En marzo de 2018, a solo ocho meses de la prueba, empezó a entrenar para correr en Nueva York. Unió su nombre al de la Fundación Christopher & Dana Reeve, una organización que busca encontrar mejoras para las personas con lesiones de médula espinal. Lo siguiente que hizo fue descargar una aplicación deportiva en su móvil y empezar a contabilizar los kilómetros que hacía en cada entrenamiento, para tener una visión más real.
Así, hace apenas unos días, Gavios acabó su segundo maratón en su ciudad. Muy pocos confiaron en que ella pudiera terminarlo en 2018, cuando lo hizo en 11 horas y 20 minutos y muchos creyeron que no estaría dispuesta a repetirlo en 2019. Ella admite que seguirá insistiendo y luchando. “No quiero que se nos confunda con gente con debilidades. No tenemos un esguince de tobillo, ni nos hemos roto la rodilla. La gente con parálisis no necesita ser mimada. Somos muy capaces”. En estas dos pruebas, ha recaudado miles de dólares para la fundación con la que colabora y amenaza que nunca se va a dar por vencida. “He terminado el maratón dos veces caminando con muletas, pero un día también me encantaría correr sin ellas”.
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