El verano comenzó en Bolonia de forma ilusionante tras el claro estancamiento sufrido con Roberto Donadoni. Tras una etapa muy positiva en las filas del Venezia, Pippo Inzaghi aterrizaba en la ciudad universitaria para ir construyendo pasito a pasito un proyecto que asentara firmemente al equipo rossoblù en la zona media de la Serie A y que empezara asimismo a asomarse al balcón de los puestos europeos de cuando en cuando, a prepararse para aspirar a ello al menos. Las premisas estaban claras: repliegue efusivo, mucho trabajo en todas las líneas del equipo y juego directo. Una fórmula que terminó por quedarse excesivamente corta y escasa, por parecer demasiado rudimentaria e incluso tristona para un equipo con mayores aspiraciones que únicamente intentar salvarse en la última jornada y que, por tanto, amenazaba seriamente con llevarse al pozo de la Serie B a un proyecto con unos horizontes bien diferentes.
El cambio de rumbo era totalmente obligado y el regreso de Sinisa Mihajlovic a los banquillos del Calcio ha sido toda una inyección de adrenalina para un Bologna que ya daba síntomas de estar medio moribundo y que había perdido por el camino cualquier atisbo de chispa en su fútbol. A pesar de no haber ganador ninguno de los cuatro partidos que siguieron a la victoria en San Siro ante el Inter de su debut a las órdenes de los felsinei, las sensaciones ya fueron completamente distintas desde el inicio, también en las derrotas, como en la de Roma, donde dominó por completo al conjunto giallorosso en el primer tiempo. Y es que sin ser Mihajlovic un técnico que abogue por un fútbol de posesión depurada, ni muchísimo menos, el exentrenador del Milan y más recientemente del Torino sí basa su fútbol en un enfoque bastante más ambicioso y ofensivo que el de Inzaghi.
Filippo Inzaghi quería que su estructura fuese y se comportase como un solo bloque, sólido por encima de todo lo demás aun pecando de rigidez, en cambio, lo primero que hizo el preparador serbio fue cambiar el 3-5-2 inamovible de su antecesor por una línea defensiva de cuatro integrantes, generalmente dispuesta en un 4-2-3-1, y dividir el equipo en dos bloques bastante bien diferenciados, con hasta cuatro futbolistas volcados de forma permanente al ataque con total verticalidad y agresividad. Una imagen que choca frontalmente con la de uno de los equipos con peor trato de balón de la Serie A y el peor rédito le extraía a esa elección y también con la de la isla solitaria que en muchas situaciones suponía el guaraní Federico Santander apenas un mes atrás. Un cambio de paradigma que no le ha impedido al equipo seguir siendo riguroso defensivamente, a pesar de no acumular ya tantos efectivos por detrás del balón, gracias a una capacidad para replegar que también es una seña de identidad de su nuevo entrenador.
El Bologna enarbola ahora un plan que cuida mucho más su salida, sobre todo a través del chileno Erick Pulgar como epicentro en la medular, una idea que busca constantemente la amplitud a partir de tres cuartos para favorecer que las líneas se abran y que un llegador nato como Roberto Soriano, en el estilo de juego que más le gusta y favorece, y nombres de roles más mixtos como los de Blerim Dzemaili o Andrea Poli puedan también llegar asiduamente a pisar área. Un sistema que cuente de igual modo con una referencia contundente como ‘El Ropero’ Santander en el área, pero que pueda ahora aprovecharse del frecuente suministro que va a tener por los costados con perfiles rápidos y desequilibrantes como Nicola Sansone o Riccardo Orsolini y que a su vez fije a los centrales con su presencia para favorecer todo el plan de juego ofensivo, especialmente las internadas desde atrás sin balón que tanto caracterizan el libreto de Mihajlovic. Un equipo que pone todo lo que tiene en las transiciones, tanto ofensivas como defensivas, y con todo el ritmo que le faltaba en la etapa de Inzaghi.
Con Mihajlovic, el Bologna ha pasado de ser el equipo con menos pólvora del campeonato italiano y hacer solamente 0.7 goles por encuentro, a doblar esos registros y, al mismo tiempo, a equilibrarse mejor defensivamente y a ocupar el campo de una mejor manera con esa renovada vocación ofensiva; de sumar únicamente dos victorias en 21 fechas, a acumular tres en las últimas siete con el serbio; de un ritmo de puntuación condenatorio de unas exiguas 0.67 unidades por partido disputado, al esperanzador de los 1.43 actuales habiendo enfrentado a rivales de entidad como el Inter, la Roma, la Juventus o el Torino. Aunque todavía no ha salido definitivamente del descenso, este Bologna tiene pinta de que lo hará tarde o temprano. De que con Sinisa Mihajlovic provisto del desfibrilador que supone su idea futbolística, el equipo rossoblù lo hará más pronto que tarde e incluso tendrá la temporada que viene la posibilidad de reconfigurarse pare el objetivo que se había autoimpuesto con la fallida contratación de Inzaghi: mirar hacia arriba en lugar de hacia abajo.
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