La Fórmula 1 moderna cada vez tiene más detractores. Carreras previsibles, coches demasiado dóciles y estrellas poco cercanas a los aficionados. Un mundo en el que los campeones del mundo se miran por encima del hombro. El criticado uso de las redes sociales por parte de Hamilton, las declaraciones poco acertadas de Alonso o los infantiles comportamientos de Verstappen no consiguen que el aficionado encuentre a un caballero debajo del casco del piloto.
Para los nostálgicos, el último campeón del mundo de la categoría reina del automovilismo que cumplía el estereotipo de gentleman fue un finlandés discreto, para el que la familia y su vida privada siempre estuvo por encima de la competición. Se llama Mika Häkkinen, fue dos veces campeón del mundo y es considerado, por muchos, como el mayor rival que ha tenido Michael Schumacher.
“Si nos paramos a pensar en las rivalidades de Schumacher, muchos nos quedamos con Senna, por ser el choque generacional, y otros, con Alonso, por ser el más reciente. Pero pocos se acuerdan de Häkkinen, que fue el que sacó la mejor versión de Michael”, explica Marc Gené, que compitió con el finlandés en sus primeros años en F1.
Los primeros años de Häkkinen en Fórmula 1 no fueron fáciles. Era de la misma generación que Schumacher, y mientras el alemán ganaba títulos a una corta edad, él vivía la época post-Senna en McLaren, un equipo grande hundido en la depresión tras la pérdida del astro brasileño. Además, a punto estuvo de perder la vida en un dramático accidente en Adelaida, en 1995. “Nelson Piquet afirmaba que un grave accidente siempre haría peor a un piloto, pero la verdad es que a Häkkinen lo transformó en un campeón”, relató Ezio Zermiani, periodista de la RAI italiana, en un documental posterior, emitido en 2007.
No ganó su primera carrera en F1 hasta su 96º Gran Premio -sólo seis pilotos en la historia de la F1 han tardado más en estrenarse-, en aquel famoso día en Jerez que le dio el título a Jacques Villeneuve y la fama de tramposo a Schumacher. Pero fue entonces cuando la vida deportiva del finlandés cambió para siempre: la confianza de aquella ansiada primera victoria, unida al cambio reglamentario en 1998 -regresaron los neumáticos rayados- y a la llegada de Adrian Newey al equipo McLaren, propició que Häkkinen se convirtiera en el mayor quebradero de cabeza de Schumacher, en el máximo esplendor del alemán.
“Contra Michael no había carrera fácil”, recuerda Mika en un documental emitido por Sky Sports hace dos años: “aunque no tuviera el coche perfecto, como ocurrió en varias ocasiones en 1998, no le podías subestimar. Era un rival durísimo, siempre peleaba”. Aquella temporada, la de 1998, es considerada una de las mejores de siempre: Häkkinen contra Schumacher; McLaren contra Ferrari. Enfrentamientos de otra época que tanto echa de menos la F1 actual. Lo acabó ganando el finlandés, que tocó el cielo al proclamarse campeón en Suzuka.
Su rivalidad con Schumacher no era, evidentemente, tan mediática como el duelo Senna-Prost de una década atrás, pero sí trascendía a lo meramente deportivo. Eran dos personas que, aunque tenían una excelente relación -algo poco común en la élite de la F1- eran totalmente opuestas: Schumacher era un robot diseñado para ganar, pensaba las 24 horas del día en el automovilismo, y era reacio con la prensa y los aficionados. Häkkinen, por su parte, era un señor. El yerno que toda suegra querría tener. Quizás ese déficit de maldad, esa falta de hambre tras haber sido campeón, le hizo rendirse tan pronto.
Tras ser campeón en 1998, Häkkinen y Schumacher reanudaron su guerra al año siguiente. Pero un incidente marcó la contienda: el grave accidente del alemán en Silverstone, mediada la temporada. Se fracturó la pierna derecha y dijo adiós a la temporada, dejando el camino expédito a su rival. Pero, en una muestra del poco gen competitivo del nórdico, Häkkinen, aún sin Schumi en pista, se complicó el Mundial hasta el punto de estar al borde del abismo ante Eddie Irvine, compañero de equipo de Schumacher en Ferrari, a quien ganó agónicamente en la última carrera.
El clímax de la rivalidad entre Mika y Michael llegó en el 2000. En una carrera concreta: el Gran Premio de Bélgica. Schumacher se había recuperado de su accidente y buscaba devolver un título a las vitrinas de Ferrari 21 años después, pero de nuevo, encontró en Häkkinen un rival a su altura. La carrera de Bélgica era decisiva, pues sólo restaban cuatro más para el final del Mundial, y a ambos les separaban apenas dos puntos. Y a falta de cuatro vueltas, se encontraron en pista.
Schumacher lideraba, pero Häkkinen estaba allí, en el retrovisor del alemán. “Le respeto, pero no le temo”¸ había declarado días antes Schumi sobre su enemigo. Cuando ya volaban a modo de fiesta banderas rojas y alemanas, un doblado apareció delante de los dos grandes. El brasileño Rocardo Zonta, que se convertiría en protagonista inesperado de una de las estampas más famosas de la historia del automovilismo. Michael calculó la posición de Häkkinen y se fue a la parte externa de la pista para adelantar a Zonta, pero al final del adelantamiento había una sorpresa en el retrovisor del alemán: Häkkinen no aparecía. El finlandés había usado al doblado par adelantar a Schumacher del modo más imprevisible, loco y espectacular que cabía esperar.
“Para los que estábamos cubriendo aquel Gran Premio, era palpable la sensación de que, para Schumacher, aquello fue una humillación”, recuerda Andrea Cremonesi, enviado especial de La Gazzetta dello Sport a aquella carrera. Ese Mundial, el del 2000, se lo llevó Schumacher, pero todo el mundo asocia la rivalidad entre el finlandés y el alemán a ese adelantamiento. A esa absoluta genialidad.
Con 32 años y tras vivir un 2001 para olvidar, Häkkinen anunció que dejaba la F1. Dejaba al deporte de las cuatro ruedas huérfano de la única persona que separaba a Schumacher de la inmortalidad. Y cierto fue, pues el alemán ganó sin parar hasta llegar a los 7 títulos, muchos de ellos sin oposición tras el adiós del nórdico.
Embajador de McLaren tras su retirada, la F1 y el deporte recuerda a Mika Häkkinen como una persona elegante y entregado a su familia que, además, decidió ser piloto de F1. Y no un piloto cualquiera, sino uno extraordinario. Sus increíbles vueltas de clasificación, su frialdad en las carreras y su manera de retener al mejor Schumacher de siempre permanecen en el recuerdo. El recuerdo del último gran caballero de la historia de la Fórmula 1.
Vigués residente en Barcelona. Escribo en Sphera Sports y en VAVEL. Descubrí a Federer y luego me aficioné al tenis. ¿O fue al revés?
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