Santiago Bernabéu. Primera jornada de la segunda vuelta de Liga. A un lado, el Sevilla de Pablo Machín, tercero en el campeonato. Al otro, el Real Madrid, cuarto. En cualquier país (y club) donde no existe la desmedida exigencia que campa en la casa blanca, se vería este partido como un espectáculo y no como una oportunidad más de sepultar sus opciones de aspirar al título.
Hace tiempo que no me sale enfadarme con los jugadores. En realidad, no tienen nada de culpa. El Madrid que arrancó el 2019 no tiene nada que ver al que ganó tres Champions seguidas. No está Cristiano, un goleador que no entiende de contextos ni partidos malos. No está Bale, más en el dique seco que nunca, precisamente cuando más se le necesita. No está Kroos, un arma valiosísima al balón parado y en el centro del campo del eterno campeón. Marcelo está en el banquillo porque su nivel ha bajado como si le hubieran extraído el alma los marcianitos de Space Jam. Isco se ha convertido en un revulsivo residual. Asensio ha quedado en el olvido.
La pésima planificación deportiva y la deficiente preparación física han borrado la identidad de un Real Madrid que tenía medio partido ganado antes de salir al campo. Hoy, cada encuentro se ha convertido en una montaña rusa. Solo han pasado unos meses, pero a este Madrid, pocos títulos se le pueden pedir. Y no será por falta de ganas. Pese a seguir vivo y coleando en las tres competiciones, ahora mismo el equipo de Solari parece a años luz de Barça, Juventus, Liverpool o PSG. La realidad ahora mismo es la tercera plaza a la que aspira en Liga y que pelea contra Sevilla y Deportivo Alavés.
El sábado en el Bernabéu el Madrid salió al campo con Courtois (tocado); Reguilón (canterano sin experiencia en la élite), Ramos, Varane, Carvajal; Casemiro (sin ritmo tras más de un mes fuera), Ceballos (sin titularidad en Liga desde principios de diciembre), Modric, Vinicius (18 años), Lucas Vázquez y Karim Benzema (esquivando el quirófano por fracturarse el meñique). Luego Modric, a la postre el mejor del partido, jugó casi una hora con un vendaje en la cabeza tras un choque con el Mudo Vázquez. Ganó 2-0 jugando los mejores segundos 45 minutos de la temporada, sin conceder una sola ocasión de gol, mereciendo más que los dos tantos anotados.
El madridismo dirá: “Es lo que se le exige al Madrid, tres veces campeón de Europa”. Olvidad eso. La planificación deportiva del pasado verano ha obligado a que el aficionado baje varios escalones y se ajuste a la realidad. El objetivo, por supuesto, debe seguir siendo ganar títulos. Ganar la Champions, claro que sí. Pero en la última Liga ganada los suplentes eran James, Morata, Pepe y Kovacic. Hoy son Cristo, Brahim, Odriozola y Fede Valverde. ¿Os acordáis de la Liga conquistada por Capello en 2007, aquella de las remontadas imposibles con Miguel Torres de lateral, Higuaín con 18 años y Diarrá-Emerson en el centro del campo? Este equipo se parece más a ese Madrid que al de Zidane y Cristiano.
No critiquemos a los jugadores, al menos no a todos. Poca culpa tienen de lo que están padeciendo. Han perdido a su goleador, les han cambiado la idea de juego tres veces en medio año, sufren lesiones constantes y viven, en muchas ocasiones, en un estado de depresión del que es complicado salir. Puede que este Real Madrid no represente grandeza, pero mientras mantenga el coraje, sigue siendo el Real Madrid. Con y sin cabeza.
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