Dime por ejemplo qué te gustaría ser. Científico o abogado o qué. —Científico no. Para las ciencias soy un desastre. —Entonces abogado como papá. —Supongo que eso no estaría mal, pero no me gusta. Me gustaría si los abogados fueran por ahí salvando de verdad vidas de tipos inocentes, pero eso nunca lo hacen. Lo que hacen es ganar un montón de pasta, jugar al golf y al bridge, comprarse coches, beber martinis secos y darse mucha importancia.
[…]
—¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? —¿Qué? […] Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. […] Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. […] En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.
Hoy parece imposible, echando la vista atrás, el hecho de que Iago Aspas fracasara en su intento de ser un futbolista no ya importante, sino incluso relevante lejos de su hogar. Si la vida deportiva del delantero gallego durante esos años fuese una película sería una road movie que, inmediatamente después de rotular en pantalla con letras bien grandes las palabras THE END con su regreso al nido con el ánimo cabizbajo, daría paso en la vida real, fuera ya de la sala de cine, al grueso de la historia del gigantesco futbolista que, al fin y al cabo, será lo que la inmensa mayoría recordaremos con el paso de los años.
Una vez Iago Aspas fue como él. Demasiado cándido, intenso, acelerado, inestable, frustrado, contradictorio, ambicioso de una forma tal vez equivocada, sintiéndose a menudo ligera o profundamente incomprendido, tal vez desarraigado. Una vez Iago Aspas tuvo una adolescencia futbolística como la suya. Y, sin embargo, ha sabido dejar enterrada en el pasado su particular versión de Holden Caulfield y, al mismo tiempo, ha conservado su sueño más puro y primigenio intacto, a pesar de haber sido un chico que, ya en aquella temprana etapa de (in)madurez, había dado al club de sus amores la vivencia más emocionante de su historia reciente en el momento justo de su historia reciente en el que el club de sus amores más agonizaba. Masaje cardiaco. Vida salvada. Un héroe cuando apenas había comenzado a caminar.
Un héroe allí, apenas un nombre más fuera, que a punto estuvo de precipitar la adultez de su carrera por medio de la urgencia deportiva y del paso sistemático por diferentes destinos sin poso, pero que demostró que volver al origen, aunque sea herido, no siempre es sinónimo de fiasco, de mero refugio, de palmada en la espalda, de conmiseración. Simplemente, había descubierto que muchas veces hay que marcharse para saber lo que se había dejado atrás, había descubierto que su accidentado viaje no había sido un fracaso sino una señal de calle sin salida, un partido de ida y vuelta, un mensaje al final del trayecto, había descubierto que su lugar en el mundo era el mismo en el que había estado siempre y para darse cuenta de ello había requerido de aquella esforzada y vana pero valiente y valiosa búsqueda.
Una búsqueda infructuosa de una fama indefinida, malentendida por tantos, un afán precipitado de querer ser más alto, más fuerte, más grande y de tener que serlo lejos de allí, un deseo de un éxito más luminoso tan solo en apariencia, mezclado con el pánico a abandonar la zona de confort y a la vez de tener el deseo de hacerlo y el convencimiento de tener que hacerlo. Un viaje iniciático, una toma de conciencia. Una búsqueda sin la que Aspas no estaría hoy en Vigo a pesar de que Vigo siempre hubiese estado igualmente con él. Un guiño del destino. Una tonelada de fortuna para el club y para sus aficionados. Y para él, en el momento y el lugar más idóneos, justo allí donde había dejado todo menos la maleta, todo aquello que necesitaba para triunfar tal y como él quería triunfar; para él, todas las páginas en blanco del mundo para escribir, ahora sí, su leyenda.
Es extremadamente sencillo identificarse con Iago Aspas. Hijo de sus propios tropiezos, profeta en su tierra, una especie en peligro de extinción en la más pura élite del fútbol a la que él sin duda pertenece y al mismo tiempo no, espontáneo y real dentro y fuera del campo, el líder carismático que todos desearíamos ser, el tipo de futbolista del equipo de tu corazón que todos algún día y casi cada noche hemos soñado con ser. Y es igual de extremadamente sencillo desear, al verlo en acción, que ojalá tu club tuviese ahora o tenga mañana a alguien así en sus filas, alguien con un fútbol y un apego a la camiseta lo suficientemente frondosos como para sentirse abrigado si hace frío y como para henchirse aún más de orgullo si soplan a favor los vientos más cálidos. Alguien sin temor a jugar a lo grande, a pensar a lo grande, a sentir a lo grande. Alguien sin temor a resbalar porque ya lo hizo. Alguien sin temor a engrandecer el escudo. “Yo solo le tengo miedo a la caja de pino”.
Iago Aspas no es solo un preciadísimo patrimonio de La Liga, no es solo el cuarto futbolista del campeonato español que más goles ha marcado en el último lustro únicamente por detrás de Messi, Suárez y Cristiano. Es un estandarte, el garante de un escudo, un espejo, una aspiración y una inspiración. Un mago capaz de despejar dudas colectivas a base de golpes de talento con su varita mágica, tal y como está haciendo en la actualidad. Alguien de un liderazgo natural cien por cien demostrativo, con unos registros numéricos asombrosos que es capaz de empequeñecer hasta hacerlos parecer secundarios a través de las emociones y las sensaciones que transmite su forma de entender el juego, que llega a erizar la piel.
Alguien con una identificación absoluta con lo que hace y, sobre todo, con donde lo hace. Y es que cuando Iago Aspas toca la pelota en Balaídos no lo hace únicamente con las botas, lo hace con las raíces, pero moviéndose con la libertad del que está en la cotidianeidad del salón de su casa, solo que él transforma lo rutinario en extraordinario, comportándose con la urgencia de quien busca salvaguardar sus pertenencias más valiosas y sus recuerdos más preciados del fuego si vienen mal dadas, con el orgullo del que ha sufrido y sudado todo lo que ha conseguido y lo quiere mostrar sutilmente a las visitas para impresionarlas, queriendo decir sin decirlo “lo he construido y decorado yo mismo”. Un futbolista así es seguramente la forma de identificación más poderosa para cualquier hincha de un equipo de fútbol.
El mismo fútbol que a Aspas le nace en el cerebro como a pocos y le sale por los pies a borbotones como a casi ninguno. Un jugador que, en circunstancias normales, en el pico de nivel máximo en el que se ha instalado de forma permanente, no sería accesible para el 90% de los equipos de La Liga. Y eso es precisamente por lo que es tan emotivo que siga sentando cátedra en su Celta. Por lo que es tan celestial como celeste. Y ya es decir. Uno se estremece solo de pensar cuántos millones podría costar en el mercado su tan global entendimiento actual del fútbol, sus refinados apoyos, su forma de decir alto y claro a través del juego “este es mi equipo, dame el balón”, y no solo para quedárselo, sino para iluminar con balizas la maniobra ofensiva y señalar al resto el camino al gol después de haber recibido entre líneas y jugado a dos toques, de haber descargado hacia cualquiera de los dos costados tras un quiebro o de haber tirado una pared interior y con ella todo un sistema defensivo abajo a su paso, instantes antes de encender la mecha de la pirotecnia que su imaginativa definición de cara a puerta siempre tiene preparada.
Entre otras cosas, verás que no eres la primera persona a quien la conducta humana ha confundido, asustado, y hasta asqueado. Te alegrará y te animará saber que no estás solo en ese sentido. Son muchos los hombres que han sufrido moral y espiritualmente del mismo modo que tú. Felizmente, algunos de ellos han dejado constancia de su sufrimiento. Y de ellos aprenderás si lo deseas. Del mismo modo que alguien aprenderá algún día de ti si sabes dejar una huella. No solo huella, historia verdadera, simbiosis con el escudo. Eterno como Holden Caulfield habiendo dejado de ser Holden Caulfield a tiempo, pero sin dejar de ser nunca el guardián entre el centeno del Real Club Celta de Vigo. Ese, y no ningún otro, había sido siempre el único y verdadero destino escrito para su grandeza. Hacer de su casa compartida su particular templo.
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero
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