Pocos
equipos de categorías inferiores han despertado tanto interés como lo ha hecho
recientemente el Billericay Town. Al menos desde que Dale Vince agarró al
Forest Green Rovers y lo convirtió en el primer club vegano del mundo.
Aunque
pueda parecer un equipo de nueva cuña, el Billericay Town se fundó allá por
1880. Los Blues, que juegan en la Premier Division de la Isthmian League
(que abarca los niveles 7 y 8 en la pirámide futbolística inglesa), cuentan con
un amplio palmarés que incluye tres títulos de FA Vase, el torneo anual que se
juega desde 1974 en el que participan equipos por debajo de la cuarta
categoría. Teniendo en cuenta que solo cinco equipos han ganado el título más
de una vez -Brigg Town (2), Halesowen Town (2), Tiverton Town (2), Billericay
(3) y Whitley Bay (4)- dice mucho de la importancia del club en el extenso
mundo del fútbol underground inglés. Pero en ese lugar, donde rara vez acuden
los focos, fue a parar un excéntrico multimillonario y, de la noche a la
mañana, todo cambió.
En
diciembre de 2016, Glenn Tamplin, dueño de AGP Steel, compró el Billericay Town
después de desechar la idea de hacerse con el control del Dagenham &
Redbridge. Teclear su nombre en Google nos lleva a una cascada de resultados
que van de sus tatuajes y Ferraris a asuntos más turbios.
Su
inversión inicial de dos millones de libras llevó a cambios en el campo del
equipo y en sus vestuarios, que se decoraron con motivos de animales salvajes
para animar a los jugadores. Era la primera de las cosas que llamaría la
atención de los medios. Vendrían después las declaraciones de Tamplin, que
quería llevar al Billericay a la Football League en tres años, los rituales en
la previa de los partidos en los cuales el equipo cantaba una famosa canción de
R. Kelly y que se hicieron virales en YouTube y, por último, los flamantes
fichajes -se puede entrecomillar lo de flamantes- que auguraban una nueva era.
Con
Tamplin llegaron al equipo Paul Konchesky, Jamie O’Hara y Jermaine Pennant,
tres nombres que habían militado en la Premier League y que ya superaban la
treintena.
Lo
cierto es que los murales de animales salvajes parecieron funcionar en un
primer momento, llevando al equipo a liderar la categoría, aunque luego se
fuesen desinflando. El lado aún más extravagante de Tamplin no tardaría en
aparecer.
En
la temporada 2017-18, el multimillonario asume el cargo de entrenador y lleva
al Billericay a la primera ronda de la FA Cup por cuarta vez en su historia,
perdiendo 3-1 en el replay contra el Leatherhead.
Para
entonces, ya había dado muestras de su carácter explosivo e indeciso expulsando
a las cheerleaders para readmitirlas, despedirlas y volverlas a readmitir justo
un día después en poco menos de doce horas. El motivo para prescindir de las
animadoras fue simplemente que distraían a los jugadores y les impedían
centrarse al cien por cien en el partido. A ello se sumó que uno de los
integrantes del equipo informó a Tamplin que algunas chicas habían dejado sus
números de teléfono a varios compañeros. El suceso, que sacó a relucir The Sun,
le dio una buena publicidad al club, entonces en pretemporada con algunos
partidos contra equipos de la Premier como el West Ham, y a Bekka Batchelor,
modelo y capitana de las animadoras.
Entre
murales, rituales, fichajes veteranos y animadoras, Tamplin había conseguido
situar al Billericay en el punto de mira, aunque fuese por situaciones más allá
de lo deportivo. Desde el sofá de su casa, siguió contribuyendo a través de su
cuenta de Twitter, bien con sus constantes bloqueos a aficionados rivales, bien
porque juró y perjuró que no volvería a tocar su cuenta hasta final de
temporada tras perder el partido inaugural contra el Kingstonian. Twitteó dos
días después del encuentro.
Lo
más grave vino después.
Aunque
su imagen estuvo ligada a varios actos de filantropía, como las 45.000 libras
que donó a la familia de Harry Parker, un niño de siete años con parálisis
cerebral, o los trabajos que dio a dos sin techo, en febrero de 2018 saltaba la
noticia de que Tamplin se había visto envuelto en una serie de amenazas a uno
de los jugadores de su equipo.
El
caso acabó en los principales periódicos del país después de que la policía
iniciase una investigación contra el dueño y entrenador del Billericay tras la
denuncia de Elliot Kebbie, un joven defensa de 23 años.
Según
Kebbie, Tamplin no quería pagar el elevado sueldo que él mismo le había puesto
tras ficharlo del Sandefjor y le ofreció al joven una indemnización de 5.000
libras para que dejase el equipo que el defensa rechazó. El castigo fue apartar
a Kebbie de los entrenamientos.
Unos
supuestos mensajes de amenazas a Kebbie y su familia, pusieron en alerta a la
policía. En medio del chantaje, Tamplin le habría escrito al joven jugador: “no
queremos que la mafia se vea envuelta en esto”.
La
última aventura de Glenn ha traspasado fronteras y, además de poner en
entredicho aún más si cabe su figura, ha dado buena cuenta del daño que pueden
hacer ciertos personajes a clubes con solera.
Tamplin
prometió que renunciaría a su puesto como entrenador si el Billericay caía en
cuartos de final del FA Trophy contra el Wealdstone el 24 de febrero de 2018,
algo que tuvo que cumplir después de que su equipo perdiese 5-2 y quedase
eliminado de la competición en la que suponía su tercera derrota en los cuatro
últimos partidos.
El
elegido para ocupar su puesto fue Harry Wheeler, pero en un giro inesperado de
los acontecimientos, Glenn Tamplin volvió a nombrarse entrenador hasta final de
temporada. Según un comunicado del club -que recordamos que él mismo dirige- el
multimillonario tomó su decisión tras dos días de reuniones con sus jugadores y
empleados quienes, unánimemente, le pidieron que regresase al puesto.
Actualmente,
el Billericay Town ocupa la segunda posición en la tabla y siguen sonando los
ecos, cada vez más lejanos, de la promesa de su dueño y entrenador de que
llevaría al equipo a la Football League en tres años. Con la atención puesta
más allá de lo que se logre a nivel deportivo, sus aficionados sufren más de lo
necesario mientras la prensa se frota las manos preguntándose qué será lo
próximo que les tendrá preparado Glenn Tamplin en su particular parque de
atracciones.
Historiador. Fútbol y cultura popular. Anglófilo convencido. Cinéfilo militante. Reivindico la necesidad de contar historias más allá del balón.
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