“Este
proyecto se llama Sito Alonso, confiamos en él”.
La
frase, aunque ahora parezca el santo y seña de una maldición, la pronunció Nacho Rodríguez en junio de 2017. El
director deportivo de la sección ponía, de esta manera, toda la confianza del
club en Sito Alonso, relevo del defenestrado Georgios Bartzokas. El técnico madrileño aterrizaba en el Palau
Baugrana con una difícil misión, que no era otra que la de tratar de pasar
página a la infausta temporada que el club había vivido con el griego el curso
anterior.
A
priori, parecía fácil mejorar la imagen del Barça, ya que se venía de vivir en
la penumbra y rozar el más absoluto de los ridículos semana tras semana. La
única disculpa que tuvo Bartzokas en su periplo por la ciudad condal, fue la plaga de lesiones que azotó al equipo
desde el principio hasta el final, lo que obligó a traer parches de muy baja
calidad para tratar de sanar la herida.
El
club, supuestamente espabilado por lo acontecido en el pasado, decidió que Sito
Alonso era la mejor opción tras no haber podido hacerse, por lo civil o por lo
criminal, con los servicios de Jasikevicius.
La llegada de un nuevo entrenador supone muchas cosas, la primera de ellas
aceptar sus manías y gustos. Y entre sus placeres baloncestísticos no se
encontraba Tyrese Rice, fichaje
estrella de la 2016/2017. Tocaba realizar la enésima reconstrucción de plantilla
en los últimos años.
Hasta
siete fichajes llegaron al club en el verano de 2017, entre ellos tres con
cierto renombre: Adam Hanga, Kevin
Seraphin y Thomas Heurtel. Sería mentir decir que los culés no nos
ilusionamos con el nuevo equipo, claro que no era muy difícil crearnos
esperanzas viniendo de dónde veníamos. Pero, aún así, creímos otra vez. Eso sí,
varias cosas del nuevo roster nos
chirriaban. Lo primero, el puesto de base.
Thomas
Heurtel es un notable jugador, un gran anotador con capacidad para generase sus
puntos, pero está lejos de ser un buen organizador, no digamos un aseado
defensor. Por tanto, el complemento parecía claro: otro base (o dos) de perfil
defensivo y organizativo, pero sin carencias muy agravadas en el tiro. Pues
toma, traen a Phil Pressey de los
Santa Cruz Warriors.
Un
tipo con más sombras que luces que, tras un puñado de partidos en la NBA, había
sido relegado sin más solución a la liga de desarrollo. Es cierto que la
primera opción fue Larkin, y que su
marcha a los Celtics desbarató un poco todo, pero hombre, que menos que
rastrear el mercado continental en busca de una alternativa en condiciones.
El
puesto de escolta fue el segundo lunar prematuro del nuevo proyecto culé. Tres
hombres para disputarse los minutos: Pau Ribas, Juan Carlos Navarro y Petteri Koponen. Con el evidente
fracaso de Pressey, le tocó al siempre cumplidor Ribas ejercer las labores de
dirección junto a Heurtel, lo que dejó toda la responsabilidad anotadora en
Navarro y Koponen. El capitán, pese a que físicamente está mejor que hace dos
años, roza la jubilación en términos de edad y rendimiento. El finés, por su
parte, está dejando en Barcelona un legado absolutamente insulso. Vino con un
cartel que no se está correspondiendo con la realidad.
El
puesto de alero con Sanders y Hanga parecía bien cubierto. En la pintura, sin ser
candidatos a la Euroliga, parecía que a nivel nacional daba con lo que había.
Empezó la temporada, y cinco victorias seguidas (cuatro en ACB y una en
Euroliga) encendían la llama de la
esperanza de un Palau que, con el paso de los años, ha pasado de caldera a
mechero.
La
culpa no la tienen en absoluto los aficionados, sólo faltaría. El club carece
de un proyecto a la altura de la historia de la sección y de ideas para atraer
a la gente a los partidos. Han vaciado uno de los templos más respetados y
venerados del baloncesto europeo, y lo peor es que, salvo visita de Real Madrid o CSKA, nadie tiene fe en
verlo moderadamente lleno.
El
optimismo reinante comenzó a diluirse cuando tocó viajar fuera de casa en
Europa. Equipos de tercer nivel como Estrella Roja, Milán o Brose Bamberg desnudaron
al Barça, haciendo hincapié en la más que evidente falta de conceptos
defensivos y solidez mental. Bueno, para
eso está el entrenador, ¿no? Eso pensaba todo el mundo, incluido el que
junta estas letras.
Nada
más lejos de la realidad. Sito Alonso, un técnico con prestigio en el
baloncesto patrio, ha resultado incapaz de gobernar, no digamos enseñar, a un
grupo tan endeble de espíritu. Un
sistema de rotaciones caótico, sacando fuera de las convocatorias a
jugadores hasta el hastío, como ha sido el caso de Vezenkov o Sanders.
Mención
aparte merece el carrusel de culpas que ha ido repartiendo en rueda de prensa
durante estos meses, señalando a todos menos a sí mismo. Obviaré comentar su nulo sentido defensivo y su falta de
pizarra en ciertos momentos calientes. Elementos claves en un técnico de
élite, sabedor además de cómo el nuevo formato de Euroliga exige a los grandes
equipos.
Desquiciado
cada día un poco más, la flor de Sito Alonso se fue marchitando sin remedio,
hasta llegar a su adiós antes de la Copa del Rey. La disyuntiva encima de la
mesa ahora es, ¿quién sufre todo esto? ¿Los jugadores? ¿La directiva? ¿El
recién despedido Alonso? No. Lo sufre el de siempre, el aficionado culé. Uno que, cada vez que ve a su equipo por
televisión o en directo, se pregunta: ¿Quién es este extraño?
Una
sección en decadencia sin remedio, con un problema estructural crónico y sin
rumbo ninguno. No sabe nadie, ni en los despachos ni en el parqué, a qué quiere
jugar el Barça. Y lo que es peor, nadie sabe ya quién es el Barça. Suerte a Alfred Julbe, entrenador del filial que
ha recibido el encargo de salvar la nave. Es un hombre de la casa con bagaje en
ACB que bien merece la oportunidad de intentarlo.
Supongo
que llega para marcharse en verano (salvo inesperado triunfo en las dos
competiciones nacionales que restan), pues la idea es peregrinar de nuevo a Kaunas para bañar en oro al único mesías
capaz de levantar esta situación. Sarunas Jasikevicius.
Te
querré siempre, Barça, pero no lo pones nada fácil. Como dijo Hank Moody,
llámame. Infielmente tuyo.
Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.
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