A Lio Messi solo lo conocemos en dos contextos: El Barcelona y Argentina. Desde que Pep Guardiola tomó aquella decisión marcada en la historia del fútbol de asaltar el Bernabéu con Messi como falso 9, la evolución del nacido en Rosario en 1987 ha escrito junto a su némesis, Cristiano Ronaldo, el devenir del fútbol durante casi una década.
Messi es el origen y el desenlace de cualquier equipo de fútbol. La primera pregunta relacionada con Messi es cómo obtener de él su mejor versión, aquella que te aproxima a la victoria en 9 de cada 10 partidos. El consenso ha sido que hay que rodearle de los mejores, pero esta conclusión puede ser engañosa, porque los mejores para Lio no necesariamente sean los mejores de forma absoluta.
Zlatan, por ejemplo, representó un obstáculo, mientras que David Villa, quizás el mejor delantero español de los tiempos modernos, vivió en una banda para servir como alfil al rey.
Si alguien puede explicar el fútbol de Messi es Dani Alves. El lateral que de ser un jet en su albor físico pasó a ser una pared para devolverle a su compinche el balón cada vez que este necesitara un apoyo. No es de extrañar que el summum bonum de ese equipo, con Messi en la cancha y Guardiola en el banquillo, llegara en un partido ante el Santos en el que se alinearon seis mediocampistas.
En un contexto, con sus bemoles, más o menos continuista y con una idea central a la cual agarrarse Messi se ha erigido como la fuerza más grande del planeta fútbol. Mientras tanto en Argentina ha pasado por “las manos” de Pekerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella, Martino, Bauza y Sampaoli, sin que ninguno de ellos pudiera realmente descubrir el enigma que encierra Messi.
Esas sociedades que Messi formó vestido de azulgrana no parecen reproducibles en Argentina, simplemente porque futbolistas como Banega, Di María, Biglia o incluso Agüero están muy lejos de la capacidad asociativa de sus pares del Barcelona.
En Argentina se debaten entre una línea continuista de futbolistas que han fallado en tres finales y a los que consideran prácticamente desahuciados o, por el contrario, realizar un recambio en medio de una situación límite que amenaza con dejarlos fuera del último gran Mundial de Messi.
Messi, con la albiceleste, ha intentado ser gestor y finalizador, ser dos futbolistas sin lograr ser uno. Poner un parche en la gestación y otro en la finalización, sin lograr ninguna de la dos. A Sampaoli solo le quedan 180 minutos, garantizados, para plantear las preguntas que Messi pueda responder, la principal: ¿cómo ser mejores para el mejor?
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