El Barcelona ha encadenado al menos dos ejercicios de comunicación en pocos días, tal que si una deuda con la transparencia tuviera que ser saldada antes del apresurado final de una etapa. Sin más protocolo que la costumbre, informó con detalle de sus maniobras en la ventana de fichajes del verano y también de manera consuetudinaria colocó a su presidente en las portadas de los dos principales diarios deportivos de la Ciudad Condal con pocos días de diferencia.
Una operación que en cualquier otra circunstancia colmaría de elogios a sus impulsores ha derivado en cambio en un entramado de sospechas y recelos, del que podría echar mano Agatha Christie, de estar viva, en los momentos de menos inspiración. Como si de una trama de misterio se tratara, la intervención de los responsables del Barça ha entreabierto la puerta del crimen sin que los esquivos culpables hayan desvelado con claridad su participación en el mismo. Por un lado el responsable del deporte profesional de la entidad, Albert Soler, y el secretario técnico, Robert Fernández, hicieron el repaso a uno de los períodos de entretiempo más cuestionados de los últimos años del club. Por otro, el presidente, Josep Maria Bartomeu, contentó al par de medios deportivos con su punto de vista respecto a esas semanas de mercado y alguna que otra nota de actualidad.
En ambos casos se pretendió informar desde la posición más ventajosa para el Barça, lo cual es manifiestamente recomendable. La rueda de prensa, con unas normas de participación que impiden las discusiones, y la entrevista, con la mermelada habitual que se obtiene de aquellos que entienden que esas páginas son su mejor aportación al periodismo del día. La comunicación barcelonista protegió a su presidente, lo cual es, por detrás de la preservación de la propia institución, su principal cometido: evitó que fuera el que se enfrentara a las preguntas abiertas en una conferencia de prensa y, al mismo tiempo, le apartó de cualquier posibilidad de transmitir una mala noticia. A cambio, satisfizo los deseos de dos medios afines a los colores y volcó una catarata de mensajes en sus páginas en voz del máximo mandatario.
Otra cosa es que la estrategia colme las aspiraciones informativas de los aficionados y que satisfaga las inquietudes del resto de medios que no han tenido acceso a las declaraciones del señor Bartomeu. Pero desde el punto de vista del trabajo técnico, es casi inapelable la idea puesta en práctica. Al margen de que casi no hubo tiempo entre ambos eventos, quizás lo más rebatible sea la categoría de los mensajes esgrimidos y el talante de uno de los intervinientes, Albert Soler, quien varió su actitud durante la rueda de prensa que sirvió de resumen del mercado de fichajes, desde la docilidad hacia la arrogancia, en una maniobra que, tal vez llevada a cabo inconscientemente, no dejó de llamar la atención a no pocos de los asistentes.
El señor Soler renunció a su acta de diputado para incorporarse al Barcelona hace unos años. De una vida en la que su existencia se limitaba a la nómina de la administración del Estado, sus contactos familiares y amistades pasó a una diana increíble, que no solo recibe los dardos, sino que los atrae. Eso es el fútbol y, aún más, un club de la categoría del Barça. No debe ser sencillo ver su propio nombre relacionado con los fracasos de la sección de baloncesto, el primer equipo de fútbol y su filial, además de otras tropelías. La paciencia pocas pruebas superará más exigentes que la negociación con los personajes del fútbol, informales en muchas ocasiones, mentirosos las otras tantas y, en conclusión, malos aliados para cualquier campaña de lavado de imagen que pretenda instigarse. Con ambas resacas se sentó Albert Soler junto a Robert Fernández y asistió como un contable a través de las explicaciones que ofreció entre las diapositivas y su acompañante. La primera parte de su aparición fue ceremoniosa y más que la ira se percibió cierto cansancio en su comportamiento.
Pero cuanto más suaves se iban haciendo las preguntas del periodismo más ariscas fueron sus respuestas hasta el punto culminante, en que cada vez que abría la boca daba la impresión de que alguna cuita pendiente estaba a punto de resolverse para siempre. Quizás fue la certeza de que esa comparecencia, que llevaba camino de matadero, había sido solventada con cierta comodidad, quizás fue la tensión de todas las semanas de desdichas, pero el escenario se transformó y el dirigente mostró una solidez que, de haberse presentado en las componendas con los otros clubes, habría dado con toda probabilidad con un par más de buenos futbolistas en la plantilla.
Válidos para el chiste o la anécdota, los sucesos demuestran asimismo dos afirmaciones en las que rara vez se repara en el apresurado mundo del deporte: los dirigentes se comportan como personas y, como tales, olvidan con frecuencia que su razón de ser es la de representar correctamente a una organización, ya sean presidentes protegidos o directivos sin coraza.
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