Los buenos años de Víctor Espárrago dirigiendo al Valencia CF, propiciaron su llegada a un Sevilla que para inicios de los noventa, y teniendo en sus filas a una dupla ofensiva compuesta por Zamorano y Suker, quería asaltar los puestos europeos. Atrás quedaban dos cursos de Cantatore y un lugar habitual en los puestos cómodos de la tabla.
Pero como la siguiente, aquella 91/92 acabó siendo un tiro fallido. El equipo no funcionó y acabó en la decimosegunda posición, propiciando las salidas tanto de Espárrago, por descontento del club, como de Zamorano, con aspiraciones superiores que le hicieron recalar en el Real Madrid. La marcha del goleador enrareció el ambiente, en un año en que la celebración de la EXPO ´92 mantenía la ciudad en constante celebración.
Pese al mal resultado, el presidente Luis Cuervas no quiso desaprovechar la efervescencia de la localidad en aquel verano de 1992 y decidió arriesgar más, acometiendo varios fichajes de importancia y formando una plantilla verdaderamente capacitada para hacer frente a los equipos dominantes.
En primer lugar, el pilar sería el entrenador. Carlos Salvador Bilardo (55), campeón del mundo en México ´86 y subcampeón en Italia ´90 tomaría el mando, en una apuesta extremadamente ambiciosa de la entidad.
El argentino había desarrollado toda su carrera en Sudamérica, por lo que sus dos principales exigencias fueron futbolistas sobradamente conocidos para él. De inmediato, el club decidió firmar desde el Pisa al compatriota Diego Pablo Simeone, un trabajador sobre el césped ya curtido en el calcio que cumpliese a la perfección el concepto bilardista.
Para acabar de apuntalar la medular, llegó Bango; y tras una durísima negociación con el Napoli, el Sevilla logró contratar al jugador fetiche de Bilardo. Diego Armando Maradona, quien verdaderamente ganase el Mundial mejicano, salía de una sanción de año y medio y el entrenador quiso rescatarlo, devolviéndole así el favor que el Pelusa le hiciese antes de la cita del 86, cuando el técnico logró mantener su asiento en el banquillo por petición expresa del crack a la Federación Argentina.
Ahora, con un once plagado de internacionales y futbolistas contrastados con una media de edad de solo 25 años, un entrenador netamente ganador y el mejor jugador de la última década y quizá de la Historia, el Sevilla CF tenía una de las mejores escuadras que se verían en Nervión.
Pero lamentablemente el relato fue parecido a los años previos. El equipo finalizó en séptima posición, por debajo de otros como el Tenerife o el recientemente ascendido Deportivo de la Coruña, pasando a considerársele una de las plantillas más desaprovechadas que se recuerdan.
Con Maradona como eje y todo el mecanismo ofensivo hipotecado a su magia, el 4-4-1-1 que usó Bilardo fue el siguiente:
Portería: Unzué
El arquero explotó en el Osasuna pasado el ecuador de los ochenta. Había sido internacional en las categorías inferiores de la Selección Española y muy joven fue reclamado por Johan Cruyff, en 1988, nada más llegar este a la Liga. Zubizarreta le cortó la progresión durante dos años y el Sevilla le abrió sus puertas, otorgándole la titularidad tras el retiro de Dassaev en 1990, por delante de un Monchi (24) con características similares: agilidad y grandes dotes de mando. Cumplidos los 25, su solvencia lo mantuvo como indiscutible hasta la 96/97, año del trágico descenso.
Defensa: Prieto-Diego-Martagón-Jiménez
Si un término define la retaguardia sevillista de la época, es el de solidez. Los cuatro componentes compartían virtudes propias de los centrales españoles de la época. Expeditivos, sólidos en la marca, potentes por alto, polivalentes y con una destacada capacidad de liderazgo.
El fornido Prieto (21) era el más joven de la alineación, toda vez que Martagón (25), quizá el defensa más dotado técnicamente, fue tras Unzué el jugador que más partidos disputó, sumando 36, y el único que vio portería rival.
Junto a ellos, los galones de dos mundialistas se hacían notar. El durísimo Diego (32) era el veterano del equipo, y junto a Manolo Jiménez (28) hacían el núcleo experimentado de la línea de cuatro. El primero estuvo en la Eurocopa de Alemania Federal ´88, y el lateral zurdo en el Mundial de 1990, jugando dos partidos cada uno.
En el banquillo aguardó Cortijo (26), un polifacético y goleador defensor que había hecho grandes cursos en el Cádiz dirigido por Espárrago y que junto a este había recalado el curso anterior. La confianza de Bilardo en la zaga le hizo disfrutar únicamente de 10 encuentros.
Centro del campo: Simeone-Marcos-Bango-Rafa Paz
Al estilo del 4-4-2 en rombo usado en Méjico, para que Maradona estuviese liberado Bilardo decidió formar tras él un bloque sólido de tres hombres. Simeone (22), Marcos (24) y Bango (24), hacían un muro difícil de derribar. Los dos primeros realizaban labores puras de recuperación, siendo el mediocentro internacional ex del Oviedo quien en situaciones normales haría que el esférico fluyese hacia la zona de ataque. Los tres pasaron la treintena de partidos, resultando imprescindibles para el técnico, incluso más que Maradona o Suker.
Marcos había llegado un año antes procedente del Mallorca para, a través de su entrega incansable y su correcto manejo de balón, hacerse con un puesto en la zona ancha del que ya no se movería. Su dilatada carrera sería tan laboriosa como grata, recibiendo el merecido premio a la constancia en el año 2003, cuando otra vez en el Mallorca levantaría la Copa del Rey.
Simeone y Bango fueron dos de los fichajes de relumbrón. El primero era imprescindible en la Albiceleste dirigida por Alfio Basile. A su llegada ya había ganado el Mundial sub-20 de Arabia Saudí en 1989, la Confederaciones de 1991 y la Copa América de Chile ´91. Pese al mal resultado del equipo, individualmente finalizó el curso como una moto, anotando además 4 goles en sus inolvidables invasiones sobre el área oponente. En verano volvería a ser clave en la consecución de la Copa América ´93, disputada en Ecuador. Un año después formaría pareja con Redondo en el doble pivote que daba inicio al juego que primero Maradona y Ariel Ortega tras su sanción, se encargaban de imaginar en USA ´94. El Cholo acabaría ganando la Liga, la Serie A y participando en todos los Mundiales hasta el de Corea y Japón 2002.
Bango, por su parte, desde que debutase en 1988 en el Real Oviedo de Vicente Miera, había sido el eje del conjunto asturiano dirigido por Javier Irureta hasta su fichaje sevillista. Miera fue también quien lo hizo debutar en la Selección en 1991. Delante de ellos, era quien imponía la calma y daba sentido a la posesión del balón, compensando el nervio que sus acompañantes imprimían. Los 5 goles conseguidos se quedaron cortos para su capacidad real, que solía rondar la decena cada temporada.
El último integrante de la medular fue el también mundialista Rafa Paz (27). El jugador más exterior de los cuatro pasaba por ser un volante no excesivamente técnico que aunaba recorrido, buen manejo del espacio y llegada. Podía desenvolverse en ambos carriles pero preferiblemente actuaba por el derecho. Rafa Paz estuvo en Italia ´90, y esta campaña, con las salidas del uruguayo Bengoechea y de Ramón Vázquez, recuperaría la titularidad, sumando 33 partidos y aportando 3 tantos.
Delantera: Maradona (Conte)-Suker
El Pelusa debutó en la quinta jornada de Liga. Antes que él y también en sus ausencias por problemas físicos, el móvil mediapunta Conte (23), que luego triunfaría en el gran Tenerife de Jorge Valdano, fue el encargado de acompañar a Davor Suker como hombre más adelantado. El maño acabó con 31 partidos y siendo el segundo goleador, viendo puerta en seis ocasiones.
Maradona, pese a que contaba con 32 años y nunca alcanzó el estado físico óptimo, interpretó el papel asignado por Bilardo como solo él podía hacerlo. Su posición de diez fue innegociable, y desde allí se le vio acudiendo en la ayuda de los mediocentros para sacar las jugadas adelante cuando todo se atoraba. Alternó exhibiciones con otros partidos de mayor pasotismo. Como el cuento no tuvo un final demasiado feliz, acabó enfadado con Bilardo, como se podía prever, y enemistado con Sevilla, ciudad a la que juró no regresar. Pese a ello, en los 30 partidos que participó fue el mejor socio de Davor Suker y del entramado ofensivo del equipo. Sus 10 asistencias y 7 goles lo certifican. En USA´94 solo su última sanción por cocaína daría al traste con las aspiraciones de la que, a todas luces, era la principal candidata a levantar la Copa del Mundo, aquella maravillosa Argentina que, con Maradona nuevamente como estrella pero con un carácter más grupal, pasó la primera fase desplegando un fútbol de categoría.
«No mires a los costados, agacha la cabeza y corre hacia el arquero, que yo te pondré el balón ahí», le dijo Maradona a Davor en los primeros entrenamientos. Y así fue. Suker siempre le agradeció gran parte de los 13 goles de aquella temporada.
El croata era la punta de lanza. Tenía 24 años y venía de hacer 6 goles compartiendo ataque con Zamorano en su primera temporada en el club hispalense. Antes había despuntado con la selección de Yugoslavia que se hizo con el Mundial sub-20 de Chile ´87, donde fue segundo máximo goleador con 6 dianas.
Esta sería su primera gran campaña, y de ahí en adelante crecería sin techo, consiguiendo más de 15 goles cada año hasta su marcha al Real Madrid en 1996. El zurdo era un nuevo de libreto. Además de ello, tenía una calidad depuradísima que le permitía caer a cualquier costado, pero dentro del área nunca perdonaba, fuera por alto o a ras de hierba. Junto a Boban, sería el estandarte de la mejor Croacia que se ha visto, la que se inició en la EURO de Inglaterra ´96 y culminó con el tercer puesto en el Mundial de Francia ´98, donde Davor marcó 6 goles.
Los recambios de Suker no eran baladíes. Monchu (24) hizo 5 goles en las 29 fechas en que saltó al campo. El atacante fue fichado del Sporting de Gijón, club en el que se asentó como sustituto del Luís Enrique más delantero centro, en la 91/92. Esa misma campaña había alcanzado su mejor marca, anotando 11 goles. Su metro ochenta y cinco no estaba exento de buenos movimientos que le permitían dominar su parcela ofensiva.
El segundo de ellos tuvo menos influencia, pero su calidad fue destacada por el propio Maradona, quien no dudó en señalarlo como el jugador más técnico de la plantilla. El hábil Pineda cumplía 21 años, y pese a jugar 26 citas ligueras no logró ver portería.
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