Brilló antes de que Usain Bolt apareciera en escena. Vivió a su sombra durante el reinado del jamaicano. Y lo derrotó en su adiós. Justin Gatlin reafirmó con su triunfo más sonado su condición de «bad boy». Aunque al velocista estadounidense el sobrenombre de «chico malo» lo saque de quicio. Y, a sus 35 años, y después de muchas batallas, siga sin entender por qué lo llaman así.
«La verdad es que no sé de dónde viene eso. ¿Me lo pueden decir?», replicó Gatlin, con gesto contrariado, en la rueda de prensa que sucedió a su sorprendente triunfo el sábado en la final de los 100 metros de los Mundiales que estos días se disputan en Londres.
«¿Le hablé mal a alguien alguna vez? ¿Hice malos gestos? Yo siempre fui respetuoso y elegante, felicité a mis rivales cuando me ganaron, les di la mano, contesté a los medios. No sé de dónde viene eso del chico malo», prosiguió el inesperado campeón mundial del hectómetro.
Eran preguntas retóricas. Porque Gatlin, como Bolt, que defendió el «trabajo duro» del rival que recién le había inflingido su primera gran derrota en los últimos diez años, conocen los porqués.
Saben que los fans reprueban y abuchean al sprinter estadounidense como a nadie porque lo consideran un tramposo reincidente. Y no sin argumentos: además de medallas, en el currículo de Gatlin hay también dos episodios de doping.
El compacto velocista fue sancionado en 2001 al dar positivo por anfetaminas durante el Campeonato Júnior de Estados Unidos. Tenía apenas 19 años y el ahora campeón mundial argumentó que se debió a unos medicamentos que tomaba para un supuesto transtorno infantil por déficit de atención.
Gatlin cumplió sus dos años de pena, regresó luego a las pistas y, en 2004, logró su primer gran triunfo, el oro en el hectómetro de los Juegos de Atenas.
El campeón olímpico se convirtió en doble campeón mundial en 2005 y, un año más tarde, en el pico dorado de su carrera y antes de que Bolt irrumpiera para arrasar con todo, volvió a dar positivo por testosterona.
Como reincidente, Gatlin debería haber sido sancionado de por vida. Pero prometió colaborar en la lucha contra el doping y la IAAF, el organismo rector del atletismo, y la USADA (Agencia Antidoping de Estados Unidos) acordaron reducirle la sanción a ocho años. Luego, el Tribunal de Arbitraje estadounidense se la dejó en los cuatro que cumplió, antes de protagonizar un segundo regreso a las pistas.
«La gente comete errores, todos lo hacemos, pero intentamos enmedarlos, y por eso yo estoy aquí de nuevo», se justificó Gatlin, el sábado, cuando, más que por su gran victoria, le preguntaban por su turbulento pasado.
«Yo siempre lo respeté como rival porque Gatlin siempre trabajó duro; es uno de esos atletas que siempre está así. Se merece este triunfo. Fue su momento. Siempre fue uno de los mejores rivales y yo sabía que, si yo no estaba ahí, él lo iba a estar», defendió Bolt al hombre que lo había apartado de su esperado último gran oro.
Al astro jamaiquino no pareció gustarle demasiado el trato que algunos medios dispensaron a su contrincante. Y menos la insinuación de que los discretos tiempos de la final del sábado pudiesen tener que ver con los controles antidoping más exhaustivos.
«¡Ohhhh! ¿Qué? ¿Qué acabo de oír?», se exaltó Bolt cuando una periodista preguntó sobre la posible relación entre ambas cosas.
«Me parece una falta de respeto lo que acaba de preguntar. Tanto Gatlin, como yo y el jovencito Coleman, que acaba de llegar y ya hizo una gran temporada, hemos demostrado lo que somos año tras año, trabajando muy duro y consiguiendo resultados«, le replicó, enojado, Bolt a la reportera, antes de que Gatlin pudiera abrir la boca.
«Tomo eso como algo irrespetuoso. ¡Con todo lo que hemos hecho estos años!», insistió el considerado mejor atleta de la historia.
Gatlin lo escuchaba, sobrio, asintiendo a veces, como agradecido por la firme defensa que le estaba haciendo el mismo hombre que durante años lo apartó de los triunfos más deseados.
Los fans, en eso, nunca compartieron la opinión de su ídolo, como demostraron una vez más el sábado.
Como en cada una de sus apariciones sobre el tartán, el público del Estadio Olímpico de Londres abucheó al ‘villano’ Gatlin como probablemente nunca habían hecho con otro atleta. A su lado, el jamaiquino Johan Blake, también positivo por doping, recibió una ovación.
Unas 70.000 personas dedicándole al unísono un sonoro «¡uhhhh!», antes y después de que el estadounidense surcara en 9,92 esos 100 metros que le aseguraron un hueco en la historia del atletismo.
Paradójicamente, su triunfo no hizo sino empeorar las cosas. El tramposo había aguado la que debería haber sido la gran fiesta de Bolt, el icono mundial, el más querido, el atleta más reverenciado.
Más allá de su nueva corona de oro, y a su pesar, Gatlin será por siempre el «bad boy» de las pistas.
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