Juan Antonio Anquela (Linares -Jaén-, 59 años) ya es oficialmente entrenador del Real Oviedo. El entrenador capaz de obrar milagros como aquel que hace años ideó el ‘Alcorconazo‘, ese que acaba de hacer vibrar los corazones oscenses con la fuerza de El Alcoraz soñando en un ascenso impensable, ocupará ahora un banquillo que él mismo, como tantos otros, anhelaba. El merecimiento es indudable.
El preparador jienense nunca ocultó sentir cierta admiración por el Real Oviedo: por la institución, por su afición, por todo lo que el club asturiano significa, por su historia y su identidad. Entrenar al Real Oviedo alcanza un nivel de responsabilidad elevado, un privilegio, es cierto, más no exento de la mayor de las exigencias.
Anquela posee todas las cualidades necesarias para elevar las probabilidades de éxito de sus plantillas. Indistintamente del nivel técnico o táctico de las mismas. Su trayectoria le avala en este sentido. Recorrido que le sitúa como uno de los técnicos de mayor prestigio de la categoría de plata del fútbol español.
Es un hombre metódico. De la vieja escuela, aunque en constante evolución. Como sus propios jugadores, a los que ha dirigido, reconocen constantemente, para Anquela existe una máxima innegociable: el esfuerzo. Gonzalo Melero hablaba de ello en este medio hace unas semanas. El esfuerzo durante los 90 minutos de cada encuentro, aquel que exige igualmente en cada segundo de cada entrenamiento. La importancia de la preparación a igual o superior nivel que la del partido. A ello se suma la riqueza y variedad táctica que posee y la capacidad de transmitir e instalar dichas virtudes en sus equipos, que suelen funcionar como un bloque solidario y compacto, rocoso, sin grietas, seguro. Rendimiento defensivo habitualmente asegurado, seguridad que suele alcanzar, fruto del trabajo constante. Ofensivamente, sus conjuntos se transforman en una amenaza, de contraataque fulgurante, vivos, vertiginosos y con tendencia a explotar la explosividad por los extremos.
El trabajo no es garantía de éxito, el esfuerzo no asegura el resultado. Más trabajo y esfuerzo acercan a los objetivos y transforman decepción en ilusión. Recurriendo a un símil, cuando un hijo lo da todo por conseguir una meta y no logra alcanzarla, sus padres sentirán orgullo. E ilusión reforzada en que el objetivo se terminará consiguiendo. La afición oviedista necesita justo aquello que Anquela transmite en su recién estrenado discurso carbayón: volver a ilusionarse, recobrar la esperanza y sobre todo, el orgullo de sentir su corazón latir sangre azul. El nuevo Real Oviedo une a la habitual ilusión de su afición un nuevo ingrediente, el esfuerzo asegurado inherente a Anquela, en una combinación destinada al éxito.