El derbi en Génova es todo. Todo lo envuelve, todo lo involucra y lo condiciona. Las victorias se viven como bíblicas redenciones y las derrotas son absolutas y oscuras catástrofes. Ganar al más íntimo de tus enemigos -el panadero, tu compañero de trabajo o, incluso, tu propia pareja- dos veces al año y quedar por encima en la clasificación a final de temporada equivale prácticamente a un título para los tifosi de uno y otro bando en la ciudad de la Lanterna.
Nicolini en un partido contra la Juventus | Wikimedia Commons
El reciente caso de Enrico Nicolini no hace otra cosa que ponerlo de manifiesto. Nicolini, apodado ‘el Netzer de Quezzi’, nació, creció y vivió no tanto como genovés, sino como blucerchiato –su auténtico gentilicio-. Colores con los que dio sus primeros pasos como futbolista profesional durante cuatro temporadas a principios de la década de los setenta antes de desarrollar su posterior carrera en equipos como el Catanzaro, el Napoli, el Ascoli o el Bologna. Ya retirado, emprendió el viaje por los banquillos, aunque nunca llegó a dirigir a su amada Sampdoria.
Su periplo como técnico acabó llevándolo en 2009 al Cluj rumano, como asistente de Andrea Mandorlini, con quien había coincidido en el Ascoli como jugador a principio de los ochenta. Y de ahí, al Verona, al año siguiente, para escribir las mejores páginas de la historia reciente de los scaligeri y formar un tándem veterano e inseparable. Mandorlini y su equipo fueron despedidos de Verona durante el nefasto curso pasado que acabó derivando en el descenso del Hellas a Serie B y ahora han recibido una nueva y fantástica oportunidad para entrenar en Serie A tras la destitución de Ivan Juric en el Genoa.
Nicolin charla con Mandorlini | Claudio Villa/Getty
El archienemigo llamaba a las puertas de Nicolini, ofreciendo una golosa ocasión a nivel profesional para volver a trabajar en la élite después de quince meses inactivo. Sin embargo, los colores y el amor por ellos pesan en el alma más que cualquier cosa para quien haya crecido en Génova y mamado Calcio -además de calcio- desde el mismo paritorio. La respuesta que se encontró Mandorlini al otro lado del teléfono fue un no. Un cortés no después de casi siete años trabajando codo con codo. El hombre que en una de sus visitas a Marassi con el Verona fue recibido por la Gradinata Sud con una pancarta que rezaba «Bentornato Netzer, cuore blucerchiato» no podía traicionar a su primer amor. Ni, en definitiva, traicionarse a sí mismo.
«Entre otras muchas cosas, mi padre me ha enseñado el respeto por la gente y el amor por la Sampdoria. Si hubiese firmado por el Genoa, habría traicionado a los hinchas blucerchiati y habría faltado también el respeto del pueblo rossoblù. Creo que tener ideales y principios todavía cuenta en la vida. Entiendo que el dinero puede hacerte estar bien, pero la coherencia con las propias ideas no tiene precio».