Después de unos días llenos de incertidumbre en Castellón, la salida de Pato hacia tierras asiáticas ya se ha confirmado. No es algo que extrañe por inusual, ya que estamos viviendo una época de éxodo de talentos que eligen las mejoras salariales en lugar de un nivel mayor de competición. Este era un fenómeno habitual desde hace ya varios años; sin embargo, un matiz ha cambiado, dándole un carácter completamente diferente.
La costumbre era ver a los mejores jugadores del mundo emigrando a ligas con una calidad futbolística infinitamente menor de la que disfrutamos en Europa, pero en las que las condiciones económicas les eran mucho más ventajosas. Dicho cambio de aires se producía cuando las facultades físicas ya no acompañaban al ingenio, por lo que la bajada de unos cuantos peldaños en cuanto a exigencia se antojaba, prácticamente, una necesidad.
No obstante, poco a poco, estos viajes de ‘jubilación’ han ido experimentando un retroceso en la edad de sus tripulantes, que ya no cumplen necesariamente con la condición de tener ‘treinta y muchos’ años. Nombres como Witsel, Jackson Martínez, Hulk, Oscar, Ramires o Gervinho –entre muchos otros- suenan en la cabeza de cualquier futbolero como un ‘ojalá’ perdido en la tierra del dragón. Bien, pues a ellos se ha unido recientemente una de las promesas más ilusionantes que ha habido en los últimos años, uno de esos ‘ojalás’ que todo el mundo desea y que parece no querer concretarse. Pero lo peor de todo es que, al hacerlo, ha dado al traste con la que podía ser su última oportunidad de devolver al fútbol toda la confianza e ilusión que este había puesto en él.
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Con solo 27 años, Alexandre Pato ya había militado en clubes europeos de la talla de Milan o Chelsea, además de haber vuelto en dos ocasiones a su país tras no conseguir triunfar en el ‘primer mundo’ del fútbol. El regreso a Corinthians en el pasado verano de 2016 parecía el final de una gran promesa, que se convertiría en otro nombre más para la lista de decepciones balompédicas. Pero, contra todo pronóstico, aún le iba a quedar una opción de demostrar su talento y retomar la línea ascendente que todos esperábamos que dibujase su carrera como jugador de élite.
El Villarreal se cruzaba en su camino y ante él se abrían las puertas de un club perfecto para amueblar la cabeza y centrarse solo en lo importante. Una entidad familiar, en la que el eco mediático disminuye mucho y el fútbol cuenta con un protagonismo que roza el monopolio. Además, Fran Escribá confió en él y le otorgó un papel de jugador con peso en el equipo, titular en muchos partidos de Europa League y con minutos también en Liga. Poco a poco se fue haciendo un hueco, hasta terminar acompañando a Sansone como la dupla de ataque del Submarino Amarillo.
En pequeñas dosis, aquel joven que deslumbró al mundo en Brasil y Milan empezaba a asomarse al césped del Estadio de la Cerámica. En Gijón fueron testigos de una de esas actuaciones, con las que la chispa de la esperanza se encendió en todos nosotros, y solo les quedó aplaudir. No cabe duda de que el regreso al más alto nivel iba a suponer un esfuerzo grande para él, tanto física como mentalmente, pero aparentemente la predisposición personal era muy buena. Un jugador al que se solía acusar de desidia empezaba a mostrar tintes de derroche físico y compromiso en la presión; su portentoso juego individual había dejado hueco a una incipiente capacidad asociativa y la comunión con la familia amarilla parecía funcionar correctamente. Todo iba sobre ruedas hasta esa dichosa oferta.
El mercado invernal no había supuesto demasiado movimiento en Vila-Real, las aguas estaban tranquilas y solo el regreso de Adrián destacaba en un mes de enero muy tranquilo –excesivamente, en algunos aspectos-. “Si algo funciona bien, ¿para qué tocarlo?” parecía ser el lema en la entidad grogueta; pero entonces llegaron Fabio Cannavaro y el Tianjin Quanjian. Corría el día 25 y, con tan solo seis fechas restantes para el cierre del mercado en España, el exjugador italiano tentaba a Pato con el único cebo que puede hacer que alguien de sus características pique en el anzuelo asiático: el dinero. La reacción en el Submarino Amarillo fue cautelosa, dejando fuera de la convocatoria a su delantero y dándole espacio para valorar las opciones y tomar una decisión, sin presiones de ningún tipo. Saneado económicamente y con capacidad suficiente como para cubrir su baja, el Villarreal dio toda la libertad que se puede dar a un jugador para elegir la alternativa que prefiera.
En ese momento, el mundo de fútbol se detuvo a observar. No solo estaba en juego un cambio de equipo, sino que aquel ‘ojalá’ que deleitó a San Siro y que empezaba a materializarse podría volver a la categoría de eterna promesa, probablemente para no regresar jamás. La mente del joven abrumado por el dinero se debatía encarnizadamente contra la responsabilidad del hombre que, sabedor de su talento, se aferra a la última oportunidad de demostrar que realmente es lo que parecía. Muchos éramos los ilusos románticos que confiamos en sus ganas de devolver al fútbol, en forma de actuaciones memorables, todo lo que este le había dado, y muchos fuimos los que quedamos decepcionados con la triste y gélida realidad.
Pato eligió el fajo de billetes en lugar del balón; la vida cómoda en lugar del sacrificio de la competición; la satisfacción económica en lugar de la adrenalina de un partido disputado; eligió seguir siendo un ‘ojalá’. Solo me queda darte las gracias por estos meses de esperanza que nos has regalado, por cada vez que me has recordado mínimamente a aquel chico que destrozó la defensa del Barça con una galopada que no consigo quitarme de la retina. Te agradezco que hayas intentando, aunque solo sea por un segundo, demostrar tu calidad.
Gracias por todo, que te vaya muy bien en tu nueva aventura; pero te equivocas, Alexandre.
@DiegoDelGom | Periodista. Apasionado de eso que hay más allá de Real Madrid y FC Barcelona: el fútbol. Especialista en La Liga | Music lover.
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