En la película Una noche en la ópera, Groucho Marx menciona unos macarrones rellenos de bicarbonato, capaces de provocar y curar la indigestión al mismo tiempo. Más allá del portentoso producto, la vida del Barcelona se mueve en situaciones que recuerdan mucho la dualidad expresada en la pasta del filme. La decisión de disputar el encuentro del domingo a puerta cerrada se enmarca en ellas.
No tiene suerte esta Junta porque prácticamente todo lo que intenta construir acaba desmoronado, bien por errores propios, bien por acciones ajenas. Su gesto del pasado fin de semana debe entenderse en el marco de unos graves incidentes de orden público vividos en lo que se pretendía una jornada festiva y participativa en Catalunya, sin entrar en la legalidad o no del motivo. Ante la violencia registrada en algunos puntos, el club decidió que una buena forma de solidarizarse con quienes están a favor de la paz, venga del lado que venga, era aplazar el partido. De esta manera se conseguían dos cosas: la filosófica, adherirse al movimiento colectivo, y la crematística, organizar un evento en un día con menos carga simbólica y, por tanto, con menos riesgo de incidentes de cualquier clase.
Lo intentó el Barcelona, pero ni la Liga ni el cuerpo de Mossos d’Esquadra fueron sensibles con su petición y hasta este punto todo estaba más o menos en consonancia con la primera idea. De pronto alguien pensó que los jugadores y técnicos tendrían algo que decir. El consenso es un gran aliado en un acto rebelde y por ello, con todo el sentido, se comentó la jugada con la plantilla aunque su respuesta fue práctica y no ideológica: aquí cuesta mucho ganar puntos como para exponernos a que nos birlen seis por la legalidad vigente, parecieron transmitir al presidente. En ese momento, los últimos andamios de la obra institucional acabaron por derruirse.
Contentar a todo el mundo es imposible y tanto como existen aficionados del Barcelona que clamaban por la suspensión, otros hay que prefieren separar del todo la política del deporte, sin admitir la especial idiosincrasia y realidad del club, siempre abierto a las inquietudes de la sociedad catalana. De cualquier modo, la decisión final fue un híbrido, concepto tan de moda en los vehículos contra el cambio climático, pero tan tibio en una medida revolucionaria: el Barcelona–Las Palmas se jugaría a puerta cerrada, tras una decisión tomada con cientos de seguidores en las puertas de acceso al estadio.
La comunicación fue lenta y escasa, limitada a un comunicado cuando faltaban pocos minutos para la hora de inicio del choque. Más tarde, el señor Bartomeu explicó que a cambio de la impopular determinación obtendrían Catalunya y el propio Barcelona la notoriedad de un coloso vacío. Es posible que esta afirmación tenga base pero es también más probable que la relevancia de una renuncia voluntaria a media docena de puntos fuera mucho mayor en todo el mundo. En todo caso, si la apuesta fue en algún momento no jugar el encuentro, para cometer esta infracción no eran necesarias la Liga, los Mossos, Las Palmas ni el vestuario. Con no abrir el estadio a nadie y esperar sentado a las sanciones ya bastaba. Por este resquicio es por donde se le escapó la credibilidad al coraje de la Junta.
De igual manera se ha suscitado el debate sobre quién manda en la entidad: aquellos a quienes ha elegido el socio o aquellos a quienes adora el socio. Es difícil decir cuál es la situación presente, casi tanto como afirmar cuál debería ser esta por el peculiar estatus que posee una plantilla, en cualquier club convertida en una fuerza de élite dentro de la nómina de trabajadores. La idea más racional, en todo caso, sería que los dirigentes son quienes deben dirigir la gestión aunque padezcan reiterados síndromes de Estocolmo en su trato con los jugadores. De haber asumido el deseo de los directivos, lo más probable es que no se hubiera celebrado el encuentro.
Una Junta débil conlleva decisiones discutidas, independientemente de su acierto. Es la triste realidad de un colectivo que por muy bien que diseñe sus acciones siempre acaba teniendo que tapar alguna vía de agua. En este último episodio se han anunciado incluso deserciones de compañeros de palco, en desacuerdo con la decisión final y convencidos de que, en algunas ocasiones, sí se puede poner puertas al campo.
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