Real Madrid y Atlético abrirán unas semifinales de la Champions League que tendrán uno de sus principales focos en las decisiones de sus respectivos entrenadores, Zinedine Zidane y Diego Simeone, quienes por diferentes motivos afrontarán una serie más que especial.
Los dos se juegan mucho. El francés, porque todavía no tiene claro si seguirá en un momento en el que recibe críticas por sus decisiones. Y el argentino, porque arrastra una asignatura pendiente ante el Real Madrid en la máxima competición continental.
El Real Madrid está a siete partidos de la gloria o de la miseria. Puede conquistar un doblete histórico -Liga española y Liga de Campeones-, pero también puede cerrar una temporada sin títulos importantes. Se mueve en el alambre, como su entrenador. Zidane volvió a insistir hoy en que no sabe qué será de su futuro. «Lo que pienso, en lo que estoy concentrado, es en el partido de mañana. Ni en el del sábado. Luego, lo que va a pasar no lo sé y no me interesa», manifestó.
El francés ya sabe cómo funciona un club, el presidido por Florentino Pérez, que sólo se alimenta del presente, del magro que dan los títulos. El entrenador es siempre la pieza más débil del engranaje. Lo otro, los romanticismos, queda para otros.
Zidane ganó la última Liga de Campeones y su equipo depende de sí mismo para ganar la Liga española cuando le faltan cuatro partidos. Pero el preparador blanco no consigue sacarse de encima a un sector de críticos que piensan que detrás de los éxitos -partidos y títulos- sólo hay una enorme dosis de fortuna.
Mientras, acumula elogios por el uso intensivo de todo su plantel, pero se le acusa de errores en la lectura de los partidos y, sobre todo, falta de justicia cuando llegan los partidos importantes. Jugadores como Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Gareth Bale o Luka Modric fueron invariablemente titulares cuando estuvieron bien de salud e independientemente de su momento de forma. Eso significó dejar fuera a jóvenes en ascenso como Isco, Lucas Vázquez, Marco Asensio o Álvaro Morata, favoritos de la grada.
Ahora llega otro encuentro importante y no da la impresión de que Zidane vaya a moverse demasiado de su idea, más allá de que la lesión de Bale le obligue a poner a uno de sus «suplentes». Lo que permanece a prueba de balas es su innato optimismo. Si el viernes aseguró que se encontraba «de puta madre», hoy expresó su ciega confianza en su equipo: «Seguro que este año no estamos peor que el año pasado. Si llegas a semifinales de la Champions es que lo has hecho fenomenal».
En la otra parte está Simeone, a quien nadie discute en el Atlético. Ni siquiera en los peores momentos, que los hubo durante esta temporada, pues dejó de pelear muy pronto por el título de la Liga española. Pero el argentino es el gran gurú rojiblanco, un hombre cuya influencia sobre el grupo -jugadores, hinchas y hasta dirigentes- se sitúa muy por encima de las facultades habituales de un entrenador. Su palabra es dogma.
Minutos después de caer en la pasada final de la Liga de Campeones, Simeone provocó taquicardias entre sus seguidores al asegurar que necesitaba «tiempo para pensar» en su futuro como técnico rojiblanco. Para muchos clubes hubiera significado una muestra de desafecto o egoísmo, pero en el caso de Simeone se produjo el efecto contrario y hasta hubo manifestaciones de hinchas para pedir que se quedara. Es lo que hizo.
Simeone está ante el reto de encontrar al fin soluciones para ganar al Real Madrid en Liga de Campeones después de perder dos finales y ser eliminado en cuartos por los blancos durante los tres últimos años. En todos estos enfrentamientos, y muy especialmente en la última final, se le achacó al argentino un exceso de conservadurismo, especular demasiado cuando tenía al rival contra las cuerdas.
Ahora deberá demostrar que superó el síndrome, que está en disposición de eliminar por fin al odiado vecino para intentar el asalto hacia la primera Copa de Europa del Atlético en toda su historia. A ojos del hincha atlético, es lo que le falta a Simeone para ser una deidad.