La jornada de viernes en el circuito de Montmeló había entrado en el tiempo de descuento. La sexta y última sesión del día, la FP2 de Moto2, iba descontando minutos sumida en su habitual letargo. De repente, una bandera roja. Y, poco a poco, un desfile de emociones: susto, miedo, tensión, angustia. La ausencia de noticias iba tejiendo un manto de pánico sobre el mundo del motociclismo; sobre el que acabaría descargando un martillazo de dolor.
Se confirmaba el peor presagio: el joven Luis Salom no había podido superar las heridas producidas al impactar contra su propia moto.
Miles de aficionados comenzábamos a debatirnos entre el shock, la tristeza, la rabia, la incredulidad y el desasosiego. La sensación colectiva no era la de haber visto marcharse a otro piloto; sino de haber perdido, para siempre, a una parte del paddock. Era un chaval de 24 años. Era el hijo de María, el más creyente, el risueño Mexicano.
Es innegable el pacto tácito con la muerte que conllevan los deportes de motor, sobre todo el de las dos ruedas. Un pacto que firma todo piloto cada vez que se sube a su moto; y que los aficionados asumimos e incluso admiramos. Un pacto que todos callamos, quizás siendo conscientes de su propia irracionalidad. Un pacto absurdo, pero inefable.
Una irracionalidad que se pone de manifiesto cuando la desgracia se hace patente. La pasión se torna rabia. Ante la injusticia, la levedad, la incomprensión. Porque, aunque todos sabemos que la fatalidad se esconde en cualquier curva, nadie cree que esa curva vaya a ser la siguiente.
Si hay algo que a ningún piloto se le pasa siquiera por la cabeza, es que sea su propia moto la que pueda acabar con su vida. Cuando, entrando en la curva 12, la moto número 39 se cerró de delante; lo lógico hubiera sido que escupiera a su jinete, que se deslizaría hasta detenerse suavemente para reemprender la marcha. Pero la pálida dama no entiende de lógica, y empleó su Kalex como guadaña para sesgar de golpe todos los sueños del piloto balear.
Salom llegaba ilusionado, lo había mostrado en redes sociales. Montmeló le gustaba, y contaba en pelear por volver al podio en el que había comenzado el año en Qatar. Como tantos pilotos, llevaba años tratando de domar la Moto2; categoría que requiere varias temporadas de adaptación. Con extraordinarias excepciones, como Maverick Viñales o Álex Rins.
Maverick y Rins. Los pilotos de moda. El primero ya se ha estrenado en el podio de MotoGP, y en 2017 llevará la mejor moto del mundo. El segundo está siguiendo sus pasos, pero quiere hacerlo con el título de Moto2 en el bolsillo. Ambos están llamados a ser futuros campeones de MotoGP. Pero, hace menos de tres años, un piloto les tuvo contra las cuerdas: Luis Salom.
El balear no tuvo unos inicios fáciles en el Mundial, donde llegó desde una incipiente Red Bull Rookies Cup; donde se proclamó subcampeón, igual que en el CEV de 125cc. Aunque debutó con Honda e incluso corrió con la Lambretta, fue una Aprilia la moto sobre la que creció en el octavo de litro, donde logró sus dos primeros podios.
La llegada de Moto3 le traería sus dos primeras victorias y un nuevo subcampeonato, pero muy lejos de Sandro Cortese, cuya KTM heredó en las filas de la estructura de Aki Ajo. Aquel 2013 fue su año. El infortunio –Isaac Viñales le tiró en la penúltima prueba en Motegi- y su fogosidad –caída en las primeras vueltas de la cita final en Cheste- le privaron de proclamarse campeón del mundo. Eso sí, tuvo tiempo de dejar una impronta imborrable.
Compitió durante todo el año contra Maverick y Rins, dos de los pilotos con mayor talento innato para la velocidad… y se hinchó a batirles. Haciendo gala de su mayor experiencia, y con una increíble maestría en la lectura de las vueltas finales, logró hasta siete triunfos, por los seis de Rins y los tres de Maverick.
Luego llegarían las dificultades de Moto2. La frustración de ver cómo sus antiguos rivales le superaban con los mismos colores; y el paso del Pons Racing al Stop&Go en busca de una reinvención necesaria. Salom era de esos pilotos que saben que no todos tardan lo mismo en llegar, que hay privilegiados con una sensibilidad especial para hacer ir rápido cualquier moto desde el principio.
Él necesitaba trabajar más para llegar al mismo punto. Lo sabía y trabajaba. Iba a llegar. 2017 era un año marcado en rojo: los gallos del corral saltarán a MotoGP, dejando un vacío de poder en Moto2 que Luis trabajaba para ocupar. Hubiera llegado, seguro. En cuanto tuviera la moto por el sitio, volvería a ser aquel piloto que fue capaz de desquiciar a Maverick y Rins a base de valentía e inteligencia en las últimas vueltas.
Siempre recordaremos aquellas luchas. Y, cuando las futuras generaciones -las que ahora mismo, sin saberlo, se están enganchando al motociclismo- disfruten con las batallas de Maverick Viñales y Álex Rins en MotoGP; les diremos, con los ojos brillantes por la emoción del recuerdo: “cuando esos dos eran niños, había otro que les ganaba. Se llamaba Luis Jaime Salom Horrach. Y yo le vi correr”.
Porque se van los cuerpos, pero nunca las sonrisas.
DEP Mexicano. Te vamos a echar muchísimo de menos.
Burgos, 1987. Madrileño de adopción. Periodista deportivo 3.0. Motociclismo, por encima de cualquier piloto; y deporte, por encima de cualquier deportista o club. Licenciado en periodismo, aprendí en Eurosport. Ahora soy editor en motorpasionmoto.com y colaboro en Sphera Sports, Motorbike Magazine y Sport Motor motociclismo.
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