El ser humano se alimenta de certezas. A partir de la seguridad empezamos a construir y moldear nuestras vidas. Anoche me fui a dormir con las certezas de que el despertador sonaría esta mañana a las 07.15, la seguridad de que la cafetera iba a funcionar correctamente y la garantía de que el coche iba a arrancar cuando girara la llave del contacto. Sin eso, sin esas certezas cotidianas, todo cuesta más. Los días se nos hacen cuesta arriba irremediablemente.
En este fútbol en época pandémica, pocas cosas son seguras. En un momento en el que las convocatorias de equipos tienen el COVID como factor sorpresa, algunos partidos de competición europea se juegan en campo neutral, muchos futbolistas no pueden viajar a defender a la selección de su país y una mano en el área ha pasado ser una imagen para analizar con Iker Jiménez en Cuarto Milenio, quedan pocos refugios de fiabilidad.
En el fútbol, ese mundo paralelo prácticamente imposible de descifrar, intentamos agarrarnos a esas certezas para sentir que sabemos de esto. Aparentar conocimiento experto a partir de unos pilares inamovibles, de hechos irrefutables que nos dan veracidad. Los penalties, la pena máxima en el balompié, solía ser uno de esos búnkeres. Un gol casi seguro. La pasada temporada se introdujo una norma que prometía hacer más fiable el lanzamiento desde los 11 metros. Los porteros están obligados a mantener un pie sobre la línea de meta cuando se produzca el disparo a puerta. Una norma que elevó el grito al cielo de los guardametas. Sin embargo, visto el resultado, parece que los arqueros empiezan a tomarle la medida a esa nueva norma.
Más allá de los penaltis del viernes convertidos en gol el pasado viernes en Mestalla, este fin de semana se han señalado 3 penas máximas en La Liga entre el sábado y el domingo. El Éibar, con el agua al cuello, tenía la oportunidad de empatar en Cádiz desde los 11 metros. Ante la falta de puntería de Edu Expósito y Sergi Enrich, Marko Dmitrovic era el designado para lanzar. Ya marcó frente al Atlético de Madrid hace algunas jornadas. El portero serbio no pudo repetir hazaña ante Ledesma. Ayer domingo, la cosa se puso seria. 1-0 en San Sebastián y penalti a favor de la Real Sociedad. Mikel Oyarzábal desde el punto fatídico era uno de esos pilares. Esa carrera pausada hacia el balón y el saltito previo que obligaba al portero a vencerse a un lado. Marca de la casa. Sin embargo, algo se rompió en esa tanda de penaltis de la Supercopa ante el Barça, en la que Ter Stegen adivinó el lanzamiento y rompió una racha de 16 penaltis consecutivos marcando. Desde entonces esa confianza se ha resquebrajado, hasta el punto de que Oyarzabal lanzó fuera su penalti en Old Trafford hace un par de semanas y ayer, para su desesperación, también lo envió a la grada de Anoeta. En el siguiente partido, en el turno de las 21.00 en San Mamés, con 1-0 en el marcador se señaló penalti a favor del Athletic. Raúl García desde los 11 metros: un seguro de vida. Pero recordemos que cada vez hay menos seguridades en la vida y en el fútbol. Rui Silva, felino, detuvo el lanzamiento.
Cada vez es más difícil avanzar pisando tierra firme. El camino se vuelve tortuoso con un terreno que se va embarrando a medida que avanzas. Oyarzábal y Raúl García fallando penaltis. ¿A qué nos podemos agarrar si no tenemos refugios de seguridad? Ya no quedan certezas.
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