Hace unos años, el insigne Rafa Lahuerta, uno de los mejores escritores de este país –aunque él no se considere siquiera escritor–, tuvo a bien convertir en tweet una idea con la que me siento identificado desde aquel preciso instante: el objetivo al llegar a Twitter debería ser construir el personaje de uno mismo. Aunque lo que solemos encontrarnos es gente que viene a tener razón.
Ya hace un tiempo que Rafa dejó la red social del pajarito, justo cuando el éxito de su novela Noruega, que narraba las peripecias de Albert Sanchis por las calles de la Valencia ochentera hasta la actualidad, le explotó en las narices. Se le sigue echando de menos, pero uno entiende más su decisión a medida que avanzan las fechas. Además, sus postulados han calado de igual forma y se revalorizan a cada día que pasa.
Gracias a ellos, enseguida detecto a aquellos que vienen a pontificar, a sacar pecho cuando algo que pronostican se ha cumplido. No hacen lo mismo cuando sus profecías se quedan en nada. El clásico ya os lo dije. La gente que te cuenta cuando gana en el casino, pero no las 247 que se va de vacío. Muchas veces se nos olvida lo sobrevalorado que está tener razón. O lo infravalorado que está cambiar de opinión. También lo que cuesta alzar la voz para decir me he equivocado. Del mismo modo que hay que tener cuidado con quién o cuándo se utiliza la ironía.
Twitter, como la vida, suele parecerme maravilloso. Es un canal en el que no solo podemos construir una imagen de nosotros mismos. También podemos conocer a gente con aficiones, inquietudes y puntos de vista comunes e, incluso más importante, la posibilidad de generar una comunidad. Ya se sabe: siempre es mejorar asociarse, jugar en equipo, que hacerlo solo. Diría que ésa es la parte que más he cultivado desde creé mi perfil, allá por 2014. También nos queda siempre un lugar para la vanidad o el ego, es decir, para publicar un tweet en el que nos gustamos un poquito más.
Punto aparte ahora para la cara oscura. Diría que, casi de forma semanal, alguna de las personas que aprecio tiene una movida. Un beef, que se dice ahora. Fruto de una mala interpretación, de la discordancia, de un error propio o ajeno… o simplemente de alguien que no está de acuerdo. La sucesión de hechos suele ser parecida. Se pare una criatura viral que genera controversia y muchas interacciones. Algunas positivas. Otras negativas. En las segundas, casi siempre por parte de cuentas que no responden a un nombre ni a un apellido o que identifiquen al usuario como una persona real.
En este punto, recuerdo una charla que tuve en cierta ocasión con Isabel Forner a través de Instagram Live, en la que hacía una reflexión acerca de los insultos o faltas de respeto que recibía a través de Twitter y con la que merece la pena quedarse: “A ver, me lo dice bolita35. Vale, perdóname, bolita35, ¿quién eres tú?”. La periodista, básicamente, se refería al poco valor que hay que dar a todos esos perfiles que, desde el anonimato y la cobardía, aprovechan para arremeter contra algo que no les parece bien o, simplemente, no están de acuerdo.
La lástima es que no todo el mundo tiene el empaque de Isabel para restar importancia a esos energúmenos. Hay gente que sufre por esos comentarios, a la que un desprecio le puede arruinar el día.
Hay muchas formas de venir a Twitter. ¿Cuál eliges tú?
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