OPINIÓN / Jose Guillermo GUTIÉRREZ – Lo peor de la marcha de Xabi Alonso radica en el porqué. Dejar el Real Madrid por el Bayern de Munich es fichar por 'el Barça europeo', azulgranía de neón diseñada por Guardiola. Y el madridismo no le recibirá con cochinillos, porque a diferencia de Figo no se va buscando más ceros en su banco. No se va Xabi Alonso pensando que en el Real Madrid va a dejar de disputar muchos minutos, pues pese a la compañía de Kroos y de Modric la tercera posición de centrocampista en el esquema de Ancelotti no parece verse gravemente amenazada por un Khedira que ha estado a punto de irse pero ha preferido aguantar su último año de contrato o un Ilarramendi al que el cuajo no ha llegado aún. No se va Xabi Alonso por dinero, decimos, pues recién renovado en enero en tierras alemanas cobrará sumas parecidas. No, a diferencia de Di María no se va por justicia, que se resume en dos o tres millones más de ficha anual. No se va por falta de físico, pues a sus treinta y dos, treinta y tres años puede aguantar aún uno, dos o tres años a muy buen nivel dada su principal contribución al fútbol: la inteligencia, el pase largo, la basculación.
La pérdida que sufre el Madrid, que antes de que Di María se fuera contaba con una plantilla sideral, es fortísima, no tanto en cuanto a las fichas de que dispone, que también, sino también en lo motivacional. No lograr convencer a Xabi Alonso de que su sitio es el Madrid es un fracaso que emponzoña la milagrosa contratación de Kroos, por estrategia uno de los mejores fichajes de las dos eras florentinianas.
De alguna manera solo el futuro variará nuestras impresiones. El madridismo ha sabido olvidar a Higuaín, que este año ni siquiera podrá jugar ya la Champions con el Nápoles de Rafa Benítez. El madridismo libera una tensa bocanada de aire tras comprobar que Özil, tras irse a un Arsenal para ejercer de sherpa a través de níveas alturas, no ha logrado caminar mucho más allá del campamento base. El madridismo respira ya tranquilo tras la carrera de Wesley Sneijder, que pese a ensalzarse en el Inter de Mou decayó en aguas turcas. Pero el madridismo sufre. Porque recuerda a Robben, esas rodillas de cristal que desde el propio Bayern han atormentado las caderas de los defensas de Europa, que a punto estuvo de dejarnos sin Mundial en Sudáfrica, que nos ametralló en brasileña vendetta cuatro años más tarde. Y el madridismo recuerda más allá. Makéléle. Cuando el centrocampista que no sabía dar un pase a tres metros se fue tal socavón se abrió por delante de la defensa blanca que hasta hace poco aún andaban en el Bernabéu, de noche para que no se notara, rellenando de tierra, a paletadas, el orificio. Sólo los éxitos nacionales impidieron traer de vuelta a la Selección por aclamación popular a un Raúl cuyo número, el siete, fue retirado de entre las camisetas del Schalke 04 tras solo dos años de pertenencia al club.
El tiempo dirá. Solo le queda al madridismo esperar una discreta temporada por parte de Xabi Alonso. Una grandísima temporada cogería al madridismo, y al aficionado en general, por las solapas, y le recordaría que aun los más queridos jugadores no entienden la profesionalidad más que de una manera, ajena a aficiones fanáticas: la del deber y motivaciones que cada uno, a sí mismo, se procura. Y eso una afición no quiere saberlo nunca.
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