Cualquiera que escuche Wimbledon por la calle, estoy seguro de que sabrá que aquello es un torneo de tenis. Esa es la magnitud de los Grand Slams. En España, si hay suerte, hasta la final se puede ver en un bar. Y es que lo que no consiga un major, no lo logrará cualquier otro torneo, al menos en un país con un profundo enfoque futbolístico en el plano mediático.
Y es que Wimbledon, suene en la calle de los poco entendidos o en los que sí lo son, es especial. Es oír la palabra y, para alguien que ame el tenis, como mínimo le produce un recuerdo de nostalgia. Porque cada vez que llega el torneo al calendario profesional, es una fecha marcada, un sueño para cientos de tenistas júnior, una realidad para los que compiten en el cuadro principal.
Da igual haya puntos o no en juego, como sucede este año, debido a disputas más mediáticas que otra cosa que marcan la Historia de un evento tan selecto donde el blanco es obligado. Está claro que la realidad del tenis es bien diferente a aquel 1877, cuando se pusiera en juego la primera bola del Grande inglés.
Wimbledon es puro sentimiento reverente desde el mismo momento en que uno lee el famoso Keep off the grass. Ahí uno sabe que estamos ante algo diferente. Y es que la tradición que enmarca el paraje del All England Club, sus colas, sus fresas con nata, su orden de juego peculiar en las Centrales del torneo y todo lo que rodea al tercer Grand Slam de la temporada, hacen que sea especial.
Lo es porque allí no solo se jugó el partido más largo de la Historia (11h06m) entre Mahut e Isner en 2010 (6-4, 3-6, 6-7 (7), 7-6 (3) y 70-68). También porque fue escenario de la considerada mejor gesta de todos los tiempos; el partido del siglo: la victoria en cinco mangas de Rafa Nadal sobre Roger Federer en 2008 (6–4, 6–4, 6–7(5–7), 6–7(8–10) y 9–7).
Para el español, 2022 es una oportunidad de alargar aún más si cabe su marca y su lugar en la Historia. Para el suizo, que no estará presente en Londres, un revés al final de su carrera en el lugar en el que cogió el testigo del estadounidense Pete Sampras, su ídolo. Dos nombres, Nadal y Federer, que marcaron unos años dorados a mitad de la primera década del siglo XXI. Ahora, su rivalidad ya está en otro momento.
Para Carlos Alcaraz este Wimbledon es más especial si cabe. El murciano, aún con la derrota en París estorbando entre sus pensamientos, aterriza en la ciudad del Támesis con el objetivo de seguir acaparando todas las miradas y prestar guerra sobre el tapete verde de ‘La Catedral’ del tenis. Paso al frente. Palabras mayores. Carlos ya no es ese niño que conoció a Federer por primera vez en un entreno en el All England Club. Ahora es un tenista dispuesto a coger el testigo de los grandes.
Para nuestras representantes femeninas, un momento importante del año en el que asomar y coger el testigo de Garbiñe Muguruza o, por qué no, ser ella misma la que vuelva a demostrarnos que sigue teniendo gasolina en el tanque.
Así, entre nuevos nombres y gestas por escribir, Wimbledon sigue encumbrándose como una de las citas obligadas para todo aquel que ame este deporte. El torneo más espectacular del calendario arranca para ofrecer el mayor de los exponentes británicos: deporte, tradición y respeto en el reducto estético más bello del circuito.
Imagen de cabecera: @Wimbledon