Wimbledon no entiende de Mundial, ni de cualquier otro tipo de
competición. Yendo por libre desde 1877. ¿Cómo va a tener en cuenta las otras
competiciones si es pionera? Hoy empieza, y coincidirá su final con la del Mundial
de Rusia 2018.
La flema británica, la tradición, las fresas y la nata, el césped
inmaculado de los primeros días, la madera de los postes que sujetan la red, el
blanco como dress code, el sonido de la
pelota, y el juez de silla con su clásico “Quiet please: play”.
Ni las bombas alemanas de 1940 pudieron con la Centre Court, ya
adaptada a los nuevos tiempos con el techo retráctil; ya sabemos que el clima
británico no ha perdonado desde finales del siglo XIX.
Visitas ilustres como las de la Reina en 1957 (la actual reina, Isabel
II, la monarca más longeva al superar a la Reina Victoria, que a su vez vio
como empezaba a dar sus primeros pasos el torneo en el All England Lawn Tennis
and Croquet Club), las finales entre Bjorg y McEnroe y su recordado “You cannot
be serious”, la final eterna de Goran Ivanisevic y la final de 2008, entre
Federer y Nadal.
Roger y Rafa; 10 años después de aquel partido se presentan como el número
2 y 1, respectivamente. Porque hay tradiciones que en Wimbledon no fallan.
Con constantes cambios en el número 1 desde que empezó el año, Federer
debe ganar su noveno Wimbledon (defiende los 2000 puntos del año pasado) y
Nadal tiene suficiente con llegar a octavos de final.
Ya lo avisó Rudyard Kipling, para que nos lo recuerden cada vez que
entramos en la Centre Court: “If you can meet with triumph and disaster, and
treat those two imposters just the same…”
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